Mike Johnson, nuevo presidente de la Cámara de Representantes de EE.UU.

Nota del editor: John Avlon es analista político y presentador de CNN. Es autor de “Lincoln and the Fight for Peace”. Las opiniones presentadas en este artículo le pertenecen exclusivamente a su autor.

(CNN) –  Quizá te sorprenda saber que el nuevo presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson, afirma que “no vivimos en una democracia”.

La definición de democracia de Merriam-Webster es “gobierno del pueblo, especialmente gobierno de la mayoría”. Así es como la mayoría de los estadounidenses viven las elecciones: la persona con más votos gana. Es así en todas las elecciones, excepto en las presidenciales (gracias, Colegio Electoral), desde alcalde a senador o gobernador. Y desde la fundación de la nación, los derechos de voto se han ampliado constantemente. En general, esto se celebra como un avance hacia una unión más perfecta.

Pero la regla de la mayoría parece ser un problema para Johnson. En el pasado la describió como “dos lobos y una oveja decidiendo qué hay para cenar” (una cita a menudo atribuida erróneamente a Benjamin Franklin). En cambio, Johnson ha dicho que los Fundadores establecieron Estados Unidos como una república constitucional “porque siguieron una admonición bíblica”.

Hay mucho con lo que trabajar aquí, sobre todo en lo de la “admonición bíblica”, dada la decisión consciente de los Fundadores de dejar la palabra “Dios” fuera de la Constitución, así como la prohibición de la Declaración de Derechos de establecer cualquier religión estatal. Por el contrario, Mother Jones informó que Johnson ha abogado por un “gobierno bíblicamente sancionado” y ha promovido la noción de que Estados Unidos es una “nación cristiana”.

Dado que una de las pocas posiciones conocidas de Johnson antes de alcanzar el cargo de presidente de la Cámara fue su denodado esfuerzo por ayudar a anular las elecciones de 2020, es importante entender que su desestimación de la democracia mayoritaria forma parte de una tendencia de la derecha.

Por ejemplo, el senador de Utah Mike Lee tuiteó “No somos una democracia” en vísperas de las elecciones de 2020: “La democracia no es el objetivo; la libertad, la paz y la prosperidad lo son. Queremos que la condición humana florezca. La democracia de rango puede frustrarlo”. Lee explicó su adopción terminológica de la “república constitucional” frente a la democracia como una forma de evitar “la acumulación excesiva de poder en manos de unos pocos”.

Pero después de que las elecciones de 2020 fueran ganadas decisivamente por Joe Biden, gente como Lee y Johnson no parecían tan preocupados por los procesos constitucionales o la acumulación excesiva de poder. Estaban entre los muchos republicanos que trataron de anular las elecciones sin ninguna prueba de fraude masivo, optando por defender las mentiras de Trump porque ofrecía la oportunidad a su partido de mantenerse en el poder. El fin justificaba los medios.

A primera vista, despreciar el voto popular es un aspecto extraño para los autodenominados populistas. Pero, por supuesto, los republicanos sólo han ganado el voto popular presidencial una vez desde 1992. Esto no ha frenado su ambición ideológica. En ese tiempo, han elegido a cinco jueces conservadores para la Corte Suprema y han abolido el derecho constitucional al aborto, que el 63% de los estadounidenses, según las encuestas de Gallup, se oponía a anular.

Aquí es donde la incomodidad de Johnson con la democracia mayoritaria empieza a coincidir con sus creencias evangélicas radicales.

Ambas fueron elementos esenciales en su elección como presidente de la Cámara. Justo un día antes de su nombramiento, el aspirante a presidente designado, el congresista Tom Emmer, fue atacado desde la derecha por su decisión de certificar las elecciones y por su voto a favor del matrimonio homosexual.

En cambio, Johnson superó todas las pruebas de fuego de la derecha, desde aceptar las mentiras electorales hasta oponerse a la igualdad de derechos de gays y lesbianas. Y lo que es más importante, era más simpático y humilde que otros derechistas de perfil más alto, como el congresista Jim Jordan, que intentó y fracasó en su intento de hacerse con el cargo de presidente. Pero con unos días de investigación tardía, está claro que Johnson es el presidente de la Cámara más conservador desde el punto de vista social que se recuerda.

Se le puede describir como antigay y antiabortista. Johnson apoya la prohibición nacional del aborto después de que se detecte el latido del corazón del feto, aunque el 69% de los estadounidenses apoya la legalización del aborto en el primer trimestre, según una encuesta de Gallup. Culpa al aborto de los tiroteos en las escuelas -y al feminismo-, pero no a las armas.

Johnson también se opone al matrimonio igualitario, que es la ley del país y cuenta con el apoyo de más del 70% de los estadounidenses, según una encuesta de Gallup. También ha apoyado la penalización de las relaciones homosexuales e incluso ha calificado de perversas las relaciones heterosexuales fuera del matrimonio. Lo dice en serio. Aquí está la cita completa: “Los Estados siempre han mantenido el derecho a desalentar los males de la conducta sexual fuera del matrimonio, y el Estado tiene razón al discriminar entre conducta homosexual y heterosexual”.

Para los que lleven la cuenta, eso es derecho de los estados a la discriminación, pero no a la autodeterminación reproductiva.

Esto no es todo activismo pasado, tampoco. Los documentos operativos de la empresa de consultoría de su esposa, notariados por Johnson, equiparan la homosexualidad a la zoofilia y el incesto como pecados a los ojos de Dios. (Cabe destacar que el sitio web de la empresa fue retirado después de que Johnson llegara a la presidencia).

Tan recientemente como el mes pasado, Johnson tachó de ficción que la idea de la separación de la Iglesia y el Estado se aplique a mantener a los estadounidenses libres del poder de la Iglesia en su podcast de marido y mujer, llamado sin ironía “Truth Be Told”. Sus comentarios sobre las armas se produjeron tras el tiroteo masivo de la semana pasada en Maine.

Se trata de posturas presumiblemente sinceras pero extremas, desprovistas de moderación y despreocupadas por la opinión popular. Normalmente, para ganar elecciones hay que atraer votos más allá de la base y para gobernar hay que razonar junto con los oponentes.

Pero Johnson forma parte de una generación de políticos conservadores que nunca han tenido unas elecciones competitivas. Johnson pasó de ser un abogado activista de derechas que presionaba a favor de un parque temático creacionista a ser un legislador estatal que se presentó dos veces sin oposición demócrata.

Como detalla el autor de “Laboratories of Autocracy” y expresidente del Partido Demócrata de Ohio, David Pepper, Johnson ha ganado tres veces su escaño en la Cámara de Representantes, fuertemente delimitado, por 30 puntos o más, porque el escaño ha sido delimitado para garantizar que ningún demócrata tenga posibilidades de ganarlo. Esta dinámica estructural significa que congresistas como Johnson pueden ignorar a cualquiera que no sea de ultraderecha y mantenerse en el poder.

Los republicanos se han dedicado a reproducir esta estructura de incentivos como estrategia electoral básica. Se reflejó en la asamblea legislativa de Carolina del Norte, dirigida por los republicanos, que borró hasta cuatro escaños demócratas en el Congreso la semana pasada. Esto está diseñado para socavar la voluntad del pueblo en un estado donde hay más demócratas e independientes registrados que republicanos. Es un intento de asegurar artificialmente el poder partidista reduciendo las elecciones representativas.

Esto potencia posiciones extremas como la prueba de fuego de la mentira electoral. El conocimiento de que los candidatos solo tendrán que ganar unas primarias partidistas para mantenerse en el poder, en lugar de ganar unas elecciones generales competitivas, envalentona la política tribal hasta el punto de que hay un desprecio rastrero por la democracia mayoritaria. Puede disfrazarse de derecho constitucional o presentarse como una apropiación de poder manifiesta.

Vimos una siniestra instantánea de esta dinámica la noche en que Johnson se aseguró la nominación de su partido para la presidencia de la Cámara. Ese mismo día, la ex abogada de Trump Jenna Ellis confesó entre lágrimas que había engañado a la nación al promover las mentiras electorales de Trump. Pero cuando la corresponsal de ABC News, Rachel Scott, le preguntó si seguía manteniendo sus esfuerzos por anular las elecciones de 2020, Johnson sacudió la cabeza consternado de que se le hiciera tal pregunta. Otros representantes se rieron despectivamente en un alboroto de mentalidad de grupo, mientras que la representante de Carolina del Norte, Virginia Foxx, mandó callar a la periodista.

Este es el sonido de que fin que justifica los medios. Esto es lo que ocurre cuando despreciar la democracia mayoritaria y negar los hechos se convierte en una estrategia aceptable para aferrarse al poder. La subversión electoral es solo una de las herramientas disponibles cuando se pretende imponer una agenda desconectada de las creencias de la mayoría de los ciudadanos.