Nota del editor: Ilene Prusher es una periodista y escritora que pasó dos décadas cubriendo el Medio Oriente. Enseña periodismo en la Florida Atlantic University, donde es directora digital de MediaLab@FAU. Las opiniones expresadas en este artículo pertenecen exclusivamente a su autora.
(CNN) – Llegamos al puesto de control de Erez. Los soldados israelíes revisan nuestros pasaportes, examinan todos nuestros equipajes y nos dejan pasar. Tras una larga caminata por una tierra de nadie atrincherada, los funcionarios palestinos registran nuestros nombres y números de pasaporte y nos piden una lista de las personas con las que pensamos reunirnos. Nuestro intermediario palestino interviene, les recuerda a los tipos armados que sean amables con nosotros, los extranjeros, y presto: estamos en Gaza. En la lista de las tres o cuatro personas que tenemos previsto ver a lo largo del día hay al menos un alto funcionario de Hamas.
Esta es una rutina en la que participé, de forma intermitente, durante 16 años de mi vida, mientras informaba sobre el conflicto israelí-palestino para medios de comunicación estadounidenses en las décadas de 1990 y 2000, hasta mi último viaje a Gaza en enero de 2009, al final de otra guerra entre Israel y Hamas que conmocionó al mundo y causó muerte y destrucción innecesarias.
Más tarde, en 2014, cubrí para la revista TIME una guerra mucho más mortífera entre Israel y Hamas que duró 50 días, esta vez desde el sur de Israel, Tel Aviv y Jerusalén, principalmente porque para entonces ya tenía dos niños pequeños en casa y ya no creía que arriesgarme a entrar en Gaza mereciera la pena.
En casi todos los viajes que hice, y fueron demasiados, me reuní con funcionarios de Hamas, como parece que hicieron todos los buenos periodistas. Como muchos otros, tenía curiosidad por conocer su punto de vista y, en la época en la que la pacificación era una posibilidad e Israel estaba entregando territorio al Gobierno Autónomo Palestino, quería entender por qué no aceptaban el acuerdo de tierra por paz conocido como los Acuerdos de Oslo.
El proceso de Oslo para dividir la tierra con Israel y crear una zona de autonomía palestina, y posiblemente un Estado, había sido aceptado, al menos tibiamente, por el difunto Yasser Arafat, jefe de la Organización para la Liberación Palestina (OLP). Pero Hamas, el rival palestino más importante de la OLP, se oponía radicalmente a la paz con Israel e insistía en que el único camino era la “resistencia armada” para erradicar a Israel. A lo largo de la década de 1990, cuando el proceso de paz avanzaba, Hamas intentó desbaratarlo volando autobuses y cafés israelíes.
Para principios de la década de 2000, cuando el proceso de paz se paralizó, habían matado a cientos de civiles israelíes de esta forma, lo que provocó una mayor separación de las sociedades israelí y palestina.
Los dirigentes y portavoces de Hamas que accedieron a nuestras entrevistas rara vez eran lo que cabría esperar de los representantes de una organización terrorista. Eran hombres que hablaban inglés con soltura, que expresaban sus quejas con lógica y que, además, tenían estudios superiores, normalmente de ingeniería o medicina. Se presentaban a sí mismos como parte de un “ala política” de Hamas, que desconocía lo que planeaba el ala militar, más reservada. A menudo, insistían estos portavoces, no tenían ni idea de que un ataque era inminente.
En general, los periodistas nos lo tragábamos. Nuestros editores querían que tuviéramos acceso a este oscuro grupo y que explicáramos su atractivo para los palestinos de a pie y, en particular, el desafío estratégico que suponía para Arafat. Al afirmar que la mano izquierda de la organización no sabía lo que hacía la derecha, Hamas evitaba fácilmente las preguntas difíciles, como por qué atacar a civiles en lugar de objetivos militares, y a muchos de nosotros nos convenía sentir que estábamos tomando el pulso palestino en lugar de sentarnos a tomar el té con terroristas.
Así que tomamos a sorbos sus amargas infusiones, y ellos sabían qué decir. “Mire, no nos hace ninguna gracia ver volar por los aires a civiles israelíes”, me dijo un portavoz, en los tiempos en los que la peor arma de Hamas era un terrorista suicida en una zona urbana, antes de insistir en que esos atentados eran la única respuesta racional a lo que ellos consideraban la ocupación israelí de tierras palestinas.
Cuando les pregunté por qué Hamas no intentaba negociar en lugar de hacer eso, me respondieron que no tenía sentido hablar con Israel, y que Israel tampoco estaba precisamente dispuesto a hablar con Hamas. El portavoz insistió en que no utilizara su nombre con esa cita casi empática sobre no alegrarse de matar israelíes. En retrospectiva, me pregunto si lo dijo porque sabía que sonaba bien al oído occidental.
Hamas jugó otros juegos con el lenguaje, presentándose como razonable al decir que sus líderes en teoría aceptarían una hudna, o tregua a largo plazo, con Israel.
Sus palabras suenan bien, ¿quién no preferiría una tregua duradera a la horrible matanza y destrucción de la que ahora somos testigos? Pero la realidad era que Hamas nunca firmaría un acuerdo permanente con Israel porque, según me dijeron sus dirigentes, el Islam lo prohibía.
Y luego estaban las distorsiones descaradas. Antes del 7 de octubre, Hamas engañó a Israel haciéndole creer que la organización no estaba interesada en agravar la situación y que quería mejorar la vida en Gaza. Con esa idea en mente, Israel de hecho flexibilizó los pasos fronterizos de Gaza a finales de septiembre, una semana antes del ataque, para permitir la entrada de más trabajadores palestinos en Israel. Lamentablemente, la apertura a miles de trabajadores adicionales procedentes de Gaza convirtió a Israel en un coladero de información del que, según reportes, Hamas obtuvo información para su ataque de octubre.
Hamas también jugó a su conveniencia con los hechos que nos dieron a los periodistas. Durante la primera gran guerra entre Israel y Hamas de 2008 a 2009, conocida como Operación Plomo Fundido, Hamas dijo que menos de 50 de los 1.400 muertos en Gaza habían sido combatientes. Pero más de un año después, el ministro del Interior de Hamas reconoció en una entrevista con el periódico Al-Hayat, con sede en Londres, que entre 600 y 700 de sus combatientes habían muerto en esa guerra. En esa y en casi todas las guerras desde entonces, Hamas u otros grupos extremistas de Gaza lanzaron cohetes que cayeron involuntariamente sobre sus propios ciudadanos, pero rara vez, o nunca, reconocieron el error y culparon a Israel de las muertes.
Sin embargo, ¿cuántas veces eso nos impidió informar lo que nos decían? Esa dinámica se puso de manifiesto el mes pasado, cuando muchos medios de comunicación convencionales repitieron inmediatamente la afirmación de Hamas de que un ataque aéreo israelí había devastado un hospital y matado a 500 palestinos.
Más tarde aparecieron más detalles que indicaban que lo más probable es que fuera la Yihad Islámica, organización rival de Hamas, la que había disparado un misil errante que cayó en el lugar, y que el número de víctimas era mucho menor.
Los hospitales volvieron a ser protagonistas de la guerra cuando Israel rodeó el hospital Al-Shifa tras afirmar que Hamas había operado desde él. Hamas ha negado durante mucho tiempo el uso de hospitales a pesar de las pruebas de que lo hace, e hizo lo mismo esta vez a pesar de que hay pruebas de que se encontraron armas en el lugar y de que se han construido túneles para permitir a la organización utilizar Al-Shifa como base.
Los periodistas pueden sentir que no tienen más remedio que confiar en las cifras y desmentidos de Hamas porque quedan pocos reporteros en Gaza y pocas opciones de verificar algo de forma independiente. Pero muchos periodistas podrían ser más transparentes sobre la falta de verificación independiente y proporcionar el contexto de lo poco fiable que ha demostrado ser Hamas en el pasado.
Una cosa que ya quedó clara después del 7 de octubre es que los miembros de Hamas no parecían no haber experimentado “ninguna alegría” por la matanza de más de 1.200 israelíes y el secuestro de más de 200 personas. Los combatientes de Hamas se reían mientras cometían los atentados, según testigos presenciales, y se grababan a sí mismos mientras arrasaban alegremente los hogares israelíes.
¿Cambió Hamas? ¿O estaban muchos de los medios de comunicación demasiado dispuestos a verlos como algo distinto a lo que siempre han sido?
Probablemente sea un poco de ambas cosas. Aunque se fundó en 1987 como una organización expresamente palestina, hay pruebas de que Hamas se ha visto influida por el estilo y la brutalidad de los grupos yihadistas mundiales en general, y de ISIS en particular. Aun así, Hamas ha seguido centrándose en “la entidad sionista”, no en Estados Unidos, otros objetivos occidentales u otras religiones per se. Y en la medida en que hubo una vez un ala política que podría haber tenido aspiraciones diferentes, el 7 de octubre no dejó ninguna duda de que el ala militar es ahora el centro del poder y la estrategia de Hamas.
No es que la mayoría de los medios de comunicación presentáramos a Hamas como inocente o moderada. Pero durante años, demasiados de nosotros tratamos al grupo más como un partido de oposición con ocasionales arrebatos violentos que como una organización terrorista. De hecho, mientras hacía prácticas en Reuters al principio de mi carrera, a mediados de la década de 1990, aprendí que nunca debíamos llamar terroristas a Hamas o a la Yihad Islámica, sino militantes. Varios medios de comunicación mantienen esa política, incluso en medio de la masacre del 7 de octubre, que se ajusta claramente a la definición de terror como un ataque mortal contra civiles con fines ideológicos.
Los periodistas que trabajan en zonas de conflicto muy a menudo no dan su brazo a torcer para aparentar neutralidad, o quizá para asegurarse de estar en el lado amable de los combatientes al mando. Muchas de las preguntas que ahora resuenan en mi cabeza no tienen una respuesta fácil, pero puedo decir que el objetivo último para muchos de nosotros en los medios de comunicación era garantizar el acceso continuo a la gran historia, no considerar si las personas con las que estábamos tratando eran buenos actores o fuentes fiables. Aunque es importante que los lectores y espectadores escuchen tanto las voces palestinas como las de los israelíes, tratar a Hamas como si fuera un gobierno legítimo fue quizá lo peor de caer en un sesgo de falso equilibrio.
En 2014, un periodista alemán fue criticado duramente por infiltrarse en ISIS para un documental. Intentar explicar a un grupo de asesinos tan despreciable iba más allá de lo razonable, dijeron los críticos. ¿Acaso no había actores cuyo comportamiento era tan atroz que no merecían una tribuna, ni siquiera una cita, lo que les otorgaría cierta legitimidad?
¿Es este el enfoque que deberíamos haber adoptado con Hamas, o que deberíamos adoptar en el futuro? En un mundo ideal, sí, pero en este mundo distópico que estamos presenciando tal vez sea demasiado esperar. Mientras tanto, si los periodistas seguimos entrevistando a miembros de Hamas, deberíamos informar de sus palabras de forma más crítica y no tomar sus comentarios sin cuestionar. Debemos proporcionar un contexto que señale lo no verificable que es su información y lo pobre que ha sido su historial de precisión. Y no debemos dejar de preguntarnos si nuestras entrevistas les otorgan demasiada legitimidad y les dan más tribuna que la que merecen.