(CNN) – Mudarse a otro país puede ser una decisión aterradora. Sobre todo si es un lugar que ni siquiera has visitado.
En 2021, Katie Meyer, una profesional de la comunicación en el sector de la hostelería de California, decidió hacer precisamente eso.
Meyer, que había vivido y trabajado en Londres antes de regresar a Estados Unidos, se trasladó a Portugal durante la pandemia de covid-19 y se instaló en la idílica localidad costera de Cascais, cerca de Lisboa.
“Mi sueño era volver algún día a Europa”, cuenta Meyer, de 66 años, a CNN. “Una vez que el trabajo a distancia se convirtió en algo habitual y vendí mis propiedades inmobiliarias en Estados Unidos, supe que trasladarme a Europa era una propuesta de ‘ahora o nunca’”.
Nuevo capítulo
Sus viajes personales y profesionales la habían llevado a muchos países de Europa a lo largo de los años, pero nunca a Portugal.
Aunque el soleado clima mediterráneo y el ambiente relajado de Portugal eran parte del atractivo, Meyer estaba lista para un nuevo capítulo en su vida.
La seguridad, la calidad de vida, una atención médica asequible y un camino relativamente sencillo hacia la residencia permanente y la ciudadanía eran las principales prioridades de su futuro país de residencia, y Lisboa cumplía todos sus requisitos.
Los signos de la pandemia eran aún muy evidentes cuando Meyer llegó a la capital portuguesa con cinco maletas a cuestas en agosto de 2021.
“Pocos hoteles y restaurantes abiertos, una fracción del número habitual de turistas, el uso obligatorio de mascarillas, me sentí como si tuviera Lisboa para mí sola”, dice.
Al principio, Meyer alquiló un departamento durante tres meses en Lisboa. Pero tras explorar la zona, se enamoró de los encantos de la cercana Cascais, un antiguo pueblo pesquero que últimamente atrae a muchos expatriados.
Le llamó la atención el ambiente desenfadado y algo somnoliento de Cascais, algo a lo que no estaba acostumbrada, y el hecho de que los lugareños no parecieran utilizar el móvil en el mercado ni en las cafeterías.
“Aquí, el tiempo se detiene y la gente disfruta del tiempo que pasa junta”, dice. “Las cosas llevan más tiempo. En lugar de la sensación de urgencia, se respira un estilo de vida más feliz y relajado.
“Pero que puede resultar muy frustrante para los estadounidenses adictos al ritmo frenético y atrapados en la carrera de locos”.
Dice que le sorprendió la autenticidad de los portugueses, su orgullo y alegría al enterarse de que una estadounidense había elegido su país como nuevo hogar, y su disposición a ayudar cuando ella tenía dificultades para comunicarse.
“El portugués es un idioma muy difícil de aprender, pero siempre están dispuestos a ayudar con la pronunciación y el uso”, dice. “Es una cultura muy acogedora”.
Cultura acogedora
Ese mismo año, Meyer compró un departamento de 95 metros cuadrados con dos habitaciones y terraza en un barrio tranquilo, cerca de cafés y lugares de interés cultural.
Situado en una colina sobre el centro de la ciudad, ofrece unas vistas impresionantes que van desde la bahía de Cascais y el océano hasta las famosas montañas y palacios de Sintra.
El precio de compra fue de 595.000 euros (unos US$ 651.000). Aunque Portugal registró un aumento global del precio de la vivienda del 13,8% en 2021, y los precios han seguido subiendo desde entonces, Meyer calcula que un departamento en un lugar similar en California le habría costado al menos el triple.
Afortunadamente, Meyer pudo beneficiarse del sistema de “visado de oro” de Portugal, un programa de residencia por inversión de cinco años dirigido a ciudadanos de fuera de la Unión Europea, que ya no está disponible para la compra de inmuebles.
Para optar a él, los solicitantes debían realizar una compra inmobiliaria de un mínimo de 500.000 euros (US$ 547.000).
El visado de oro le permite viajar sin visado por el espacio Schengen de Europa. También tiene la opción de solicitar la nacionalidad portuguesa tras cinco años de visado de oro, según una ley recientemente modificada para agilizar los trámites.
Pero para Meyer, uno de los contras de trasladarse a un destino con un estilo de vida tan pausado ha sido superar los trámites burocráticos, y tuvo que esperar unos dos años para obtener la residencia debido al largo proceso de aprobación previo de Portugal.
“El boca a boca de otras personas que ya han pasado por eso es lo que más me gusta”, dice. “Y mi consejo sería encontrar un buen abogado”.
Meyer dice que el fuerte sentido de comunidad de Cascais jugó un papel importante en su decisión de construir su nueva vida allí.
“La gente es muy sociable y orientada a su familia”, dice. “Los fines de semana me reúno con amigos en el mercado popular, donde, además de un mercado de agricultores, carnicerías, queserías y pescaderías, artesanía, puestos con ropa y artículos para el hogar a la venta, puedes socializar y simplemente ver el mundo pasar”.
Saborear un cremoso pastel de nata o una tosta mista (un bocadillo a la plancha) en una de las pastelerías locales también es un pasatiempo popular aquí.
Según Meyer, la calidad y rapidez del servicio en restaurantes y hoteles es más lenta que en Estados Unidos, y las entregas y reparaciones a domicilio también suelen tardar más.
Choques culturales
“Por otro lado, el camarero de un restaurante nunca presentaría la cuenta sin que el cliente la pidiera”, añade.
“Eso se consideraría de mala educación, incluso con una cola de clientes esperando mesa. Y no se ve a la gente comiendo o bebiendo sobre la marcha, como en Estados Unidos”.
Meyer ha observado que la ausencia de una cultura de propinas en Portugal es algo que a los estadounidenses les cuesta entender.
“Siempre se agradece una pequeña propina por el buen servicio y la experiencia en general”, añade. “Pero no es obligatoria. El exceso de propina de los estadounidenses puede incluso considerarse algo vulgar en algunos círculos”.
Meyer ya adoptó algunos hábitos locales, como renunciar a la secadora de ropa, considerada “la manera portuguesa”.
Sin embargo, no ha podido renunciar al aire acondicionado. Un estudio de 2022 de la plataforma inmobiliaria Idealista reveló que sólo una de cada cuatro propiedades en el mercado en Portugal tenía aire acondicionado y tiene una unidad instalada en su casa.
Adaptarse al clima local también ha supuesto aprender a lidiar con la elevada humedad costera y la propensión al moho en invierno.
“Debido a unas normas de construcción diferentes a las que estamos acostumbrados en EE.UU., la humedad y el moho son habituales”, dice Meyer.
“He aprendido a vivir con varios aparatos deshumidificadores y ventilando frecuentemente mi departamento durante los meses de invierno. Forma parte de la nueva rutina”.
Meyer también ha tenido que adaptarse a los intrincados adoquines de las aceras de Portugal, la calcada portuguesa, que pueden ser “hermosos para la vista pero traicioneros para el cuerpo”.
“Me resbalé y caí varias veces sobre estas piedras resbaladizas cuando llegué, y rápidamente aprendí que esto es simplemente un rito de paso”, dice, y añade que ahora lleva tenis para enfrentarse a ellas. “En Portugal, la funcionalidad prima sobre el estilo”.
También ha tenido que acostumbrarse a los sistemas de cola portugueses. La frase “tome número” tiene un significado totalmente nuevo en Portugal, dice Meyer.
“Para que te atiendan en las oficinas de correos, hospitales y farmacias tienes que ir a una máquina a por una senha, un papel que contiene un código que indica tu lugar en la fila”, explica.
“Solo puedes pasar a un mostrador cuando se ilumina tu número en una pantalla y te llaman”.
Sin embargo, Meyers opina que el costo asequible de la vida en Portugal compensa cualquier dificultad, aunque los precios hayan subido en los años que lleva allí.
“Cuando llegué, un trayecto en Uber por la zona de Cascais costaba 1,50 euros (unos US$ 1,64)”, explica. “Hoy está más cerca de los 3,50 o 4 euros (unos US$ 4,38).
Hace poco, unos amigos me contaron que un viaje de ida y vuelta en Uber en Nueva York, desde Lower Manhattan hasta el Upper West Side, les costó US$ 100, propina incluida, claro. El shock del precio es común para cualquiera que viva en Portugal y regrese a Estados Unidos”.
A finales de 2021, Meyer dice que un almuerzo para dos (un platillo principal de pescado, filete o estofado, verduras y papas, dos copas de vino, pan y agua embotellada) le costaba 16 euros (unos US$ 17,50). Más recientemente, el precio era de 22 euros (unos US$ 24), lo que sigue considerando una ganga.
Aunque Meyer se ha adaptado bien, dice que aún está intentando asimilar el ambiente de Cascais y sentirse como una lugareña más.
“Cuando vivo fuera de Estados Unidos, me considero ante todo una extranjera”, dice.
“Sé que debo adaptarme a una cultura nueva y diferente, y no al revés. Adoptar esa mentalidad es fundamental para vivir en el extranjero”.
Meyer extraña su hogar de vez en cuando, pero dice que no tiene planes de volver a Estados Unidos y que no cambiaría su nueva vida por nada.
“Extraño a mis amigos y a mi familia en Estados Unidos, pero vivir en un entorno seguro, tranquilo, asequible y revelador es una compensación indiscutible”, afirma.
“Portugal es un destino turístico maravilloso, y he recibido más visitas desde EE.UU. estos dos últimos años de las que probablemente habría tenido tiempo de ver si siguiera viviendo en Estados Unidos”.