Crédito: Yana Iskayeva/Moment RF/Getty Images

Nota del editor: Jill Filipovic es periodista con sede en Nueva York y autora del libro “OK Boomer, Let’s Talk: How My Generation Got Left Behind”. Síguela en Twitter. Las opiniones presentadas en esta nota le pertenecen exclusivamente a su autora.

(CNN) – Los estadounidenses son un grupo sorprendentemente solitario. Nuestro declive en cuanto a amistades y tiempo social comenzó antes de la pandemia, pero se vio gravemente exacerbado por ella. Cada vez vivimos más tiempo en línea y detrás de una pantalla: muchas personas trabajan desde casa, los niños aprenden en línea y muchos de nosotros nos relacionamos con nuestros pares en las redes sociales más que en la vida real.

Al mismo tiempo, nuestras relaciones sociales en persona se han deteriorado. Menos adultos se casan o viven en pareja y menos tienen hijos, lo que no sería malo si esos lazos profundos se extendieran a otras relaciones, pero no es así; los estadounidenses tienen menos amigos que hace una década y media, mientras que nuestras familias también se reducen.

La asistencia a los lugares de culto y a los clubes sociales de la vieja escuela también ha disminuido, lo que tampoco sería un problema si hubiera otras instituciones que ocuparan el lugar de estos antiguos espacios de reunión y, a veces, de investigación filosófica y moral, pero no las hay. Sí, algunas personas han encontrado grupos como clubes de atletismo, ligas de fútbol y retiros espirituales, pero ninguno de ellos ha sido la fuerza social que eran las antiguas instituciones en términos de permitir la socialización más allá de la edad y la clase (aunque no tanto de las creencias o la raza).

Hay buenas razones por las que estas instituciones – la iglesia, el matrimonio, la familia nuclear – están en declive. A menudo imponían normas asfixiantes e incluso intolerantes, especialmente para las mujeres. Algunas han excluido históricamente a clases enteras de personas: las personas LGBTQ+, evidentemente, pero muchos grupos religiosos tampoco acogían bien a los negros u otros grupos minoritarios.

Las mujeres siguen sin poder ocupar puestos de responsabilidad en muchas instituciones religiosas, por lo que muchas han rechazado comprensiblemente estos patriarcados formales misóginos. Pero algo se ha perdido también en nuestro alejamiento colectivo de lo comunitario. Y aunque individualmente somos más libres que nunca, un bien obvio y sin paliativos, también estamos profundamente solos.

Pero que la asistencia religiosa haya disminuido no significa que las ideas religiosas hayan muerto. Y en nuestra cultura, cada vez más atomizada y antisocial, vuelve a surgir una especialmente antigua: el celibato.

El sexo en sí es menos común entre los jóvenes, que por lo general suelen ser muy activos, de lo que lo ha sido en décadas. Los investigadores no se han puesto de acuerdo sobre las causas, pero abundan las teorías, entre ellas que los jóvenes tienen menos tiempo libre y pasan menos tiempo con sus amigos, lo que probablemente reduce las oportunidades de tener relaciones sexuales.

Mi teoría personal es que la decadencia social desempeña un papel primordial y se ve favorecida por unas mujeres jóvenes más feministas y empoderadas que miran a un grupo de hombres jóvenes cuya mentalidad sexual ha sido moldeada por años de porno y videojuegos en línea. Cuando se aceptan cosas como la asfixia sexual, un acto peligroso que puede causar daños cerebrales permanentes, no es difícil entender por qué las jóvenes que se sienten con poder para decir no deciden hacer exactamente eso.

Esto no es exactamente progreso feminista. Si las jóvenes se sienten realmente más libres para renunciar a las relaciones sexuales que no desean, estupendo. Pero no está claro que eso sea lo que está provocando el declive sexual actual. Y la mayoría de las mujeres también desean sexo y merecen tener relaciones sexuales que les hagan sentir bien. Que demasiados hombres heterosexuales no puedan o no quieran hacerlo es un problema.

Esto no significa que todo el mundo tenga que tener sexo todo el tiempo. La sociedad estadounidense es hipersexual y puritana a la vez: somos una nación en la que la publicidad sexual explícita es omnipresente y se utiliza para vender de todo, desde comida para gatos hasta limpiadores de desagües, y también en la que más de una docena de estados han prohibido el aborto. Con los asombrosos éxitos del movimiento antiabortista, y con las amenazas al acceso a los anticonceptivos, el sexo heterosexual puede parecer más peligroso que nunca.

Muchas mujeres (y algunos hombres) también están asumiendo su decisión de renunciar por completo al sexo o durante un periodo, algunas quizá impulsadas por sus reacciones negativas a una reciente campaña de la aplicación de citas Bumble que parecía menospreciar la abstinencia sexual (en medio de las reacciones, Bumble se disculpó por los anuncios y los retiró). Incluso la actriz supersexy Julia Fox anunció su celibato, vinculándolo a nuestro momento cultural y político. “Creo que, con la anulación del caso Roe vs. Wade y el despojo de nuestros derechos, es una forma de recuperar el control”, dijo a Andy Cohen en el programa Watch What Happens Live. “Es una pena que tenga que ser de esa manera, pero no me siento cómoda hasta que las cosas cambien”.

En una nación que controla la vida reproductiva de las mujeres y donde nuestras habilidades sociales parecen haber disminuido junto con nuestras conexiones sociales, el celibato puede ser una opción totalmente racional para muchas personas, especialmente para las mujeres. Un problema, sin embargo, es que los grupos y movimientos conservadores también están impulsando el celibato, no para dar a las mujeres más control, sino para ofrecernos menos.

Los ataques a los males del sexo recreativo son fundamentales en los esfuerzos de la derecha por estigmatizar e incluso limitar el acceso a la anticoncepción moderna. Como dijo en las redes sociales Christopher Rufo, uno de los artífices del pánico a la teoría crítica de la raza, “el sentido del sexo es crear hijos”. Su implicación: el sexo solo por diversión y placer es malo, y la sociedad debería implementar mecanismos para desincentivarlo o penalizarlo.

Un reciente artículo de opinión en The New York Times también defendía el celibato con un lenguaje en gran medida laico, pero con ideas que podrían escucharse en un sermón de la iglesia católica: una visión menos punitiva que la de Rufo, pero que sigue partiendo de una serie de premisas particulares sobre la sexualidad humana. Y uno tiene que preguntarse si, en una época cada vez más solitaria, eliminar las oportunidades de conexión sexual es realmente un enfoque ideal.

Este punto de vista, que el sexo es solo para la procreación, o que eliminar el sexo de la mesa es la única o la mejor manera de forjar una conexión genuina con otra persona, a menudo tiene raíces muy misóginas. Y también es cierto que, para muchas mujeres y hombres, dejar de lado el sexo durante un tiempo puede ser la decisión correcta. El truco está en negarse a caer en ideas sexistas sobre para qué sirve el sexo o cómo debe valorarse a la mujer.

Y más allá del sexo, una gran tarea que tenemos colectivamente en este momento solitario y atomizado es conectar más con los demás, no menos. Eso no significa necesariamente forjar conexiones sexuales, pero sí sociales. También significa considerar cómo crear y mantener instituciones que nos permitan encontrarnos fuera de línea y profundizar en nuestras relaciones en el mundo real en lugar de recurrir por defecto a las opciones en línea para mantenernos en contacto, salir y hacer amigos. Sospecho que una población mejor conectada y socializada sería mucho más feliz, y probablemente también más satisfecha sexualmente.