Nota del editor: Julian Zelizer es profesor de historia y asuntos públicos en la Universidad de Princeton. Es autor del libro “The Fierce Urgency of Now: Lyndon Johnson, Congress, and the Battle for the Great Society”. También es copresentador del podcast “Politics & Polls”. Las opiniones expresadas en esta columna son solo suyas.
(CNN) – Cuando los estadounidenses se reunieron en la mesa para la cena del Día de Acción de Gracias, hubo una persona que estuvo en la mente de casi todo el mundo: el presidente Donald Trump. Algunas familias se hundieron en profundos debates sobre nuestro presidente, mientras que otras dependían de reglas estrictas contra cualquier mención de la política.
Nada de esto es sorprendente dado que el presidente Trump está en todo lado. Constantemente estamos pensando y hablando sobre él y viendo cada uno de sus movimientos. Su cuenta de Twitter se ha convertido en una obsesión nacional. Sin lugar a dudas, Estados Unidos se ha “Trumpeado”.
A diferencia de casi cualquier presidente en la historia reciente, Trump ha consumido la atención del país de una manera que se le ajusta más a una celebridad de Hollywood que a un funcionario elegido.
Él es la estrella del más reciente programa de telerrealidad, uno que se desarrolla en la Oficina Oval y en tiempo real, ofreciéndonos la trama más impredecible y dramática que hayamos visto en décadas. Estamos esperando colectivamente ver cuál es el próximo eliminado de la isla y qué locura traerá el próximo episodio.
¿Qué pasa con el presidente Trump que hace tan difícil que dejemos de mirarlo? La ironía, por supuesto, es que el presidente ha tenido los peores índices de aprobación en la historia reciente de la presidencia. Así que el secreto de su éxito no es precisamente que sea amado.
Varios elementos explican por qué el presidente Trump comanda nuestra atención incesantemente, incluso cuando muchas personas desean poder apartarse.
Su inclinación a ser extravagante es esencial para llamar nuestra atención. Trump regularmente usa un lenguaje que es impropio para un presidente y arremete contra personas que en realidad no deberían ser un blanco presidencial.
Decir que LaVar Ball —el padre del jugador de baloncesto universitario que fue detenido en China— es un “¡tonto ingrato!” es un reciente ejemplo de esto. Él también dice cosas que simplemente no son ciertas, como pasó el viernes en la noche cuando tuiteó que “rechazó” ser la Persona del año de la revista Time.
A Trump simplemente no le importan el decoro ni los límites. Él usa apodos infantiles para describir a sus oponentes políticos y líderes extranjeros. A pesar de todas las críticas que se ha ganado sobre la frecuencia con la que pasa fines de semana en sus complejos turísticos, disfrutando de publicidad gratuita mientras crea un percibido problema de conflicto de intereses, él ignora las críticas.
Trump se burló de los hijos de los reporteros que llegaron en Halloween a la Casa Blanca, o usó su mensaje del Día de Acción de Gracias dirigido a las tropas para jactarse de sí mismo. Y su aparente falta de compás moral le permite apoyar a Roy Moore, a pesar de las múltiples acusaciones de asaltos sexuales en contra de Moore, quien ha negado todas las acusaciones.
Además de su extravagante retórica, hay una atrocidad que es evidente en sus políticas y el populismo que estas incitan. Es difícil dejar de mirarlo —muchos miran horrorizados e incrédulos— mientras él parece decidido a desentrañar el tejido de la diversidad en Estados Unidos.
Trump avanzó para poner fin a DACA — los inmigrantes mexicanos indocumentados constituyen cerca del 80% de los inscritos actuales del programa—, impuso prohibición de viajes para los refugiados que vienen de países musulmanes, propuso una prohibición para soldados transgénero en el ejército y se acabó el estatus de protección temporal (TPS) para los haitianos. Ha empleado peligrosamente un tipo de populismo conservador que se nutre directamente de las animosidades raciales y étnicas que se extienden en lo más profundo del cuerpo político, aunque algunos apoyen lo que está haciendo.
No podemos dejar de mirar al presidente Trump porque él nos está mirando. Trump es un presidente que entró en los medios nacionales y en la cultura popular de una manera que no habíamos visto antes. Él parece tener siempre el televisor encendido.
Además mirar, responde y se inserta instantáneamente para volverse parte de la historia. Así fue como la protesta por parte de los jugadores de fútbol americano contra el racismo y las injusticias policiales, se volvieron una historia sobre Trump. Él eligió el tiempo y lugar perfectos —un evento de campaña en Alabama de un candidato republicano al senado— para plantar una historia en el ciclo de noticias durante 24 horas.
Su momento de incitar a la ira parece ocurrir convenientemente cuando está rodeado por sus seguidores.
El presidente también se ha rodeado con personajes que parecen sacados de una trama de televisión, como Michael Flynn y Paul Mannafort; miembros de su familia, como Donald Trump Jr. o Jared Kushner, que tienen cero experiencia en cuestiones de gobierno; o figuras no convencionales como Steve Bannon y Kellyanne Conway, una antigua participante de The Apprentice”, a quien nombró como directora de comunicaciones de la Oficina de Enlace Público.
Él ha desechado cualquier insistencia de llenar la sala con profesionales más experimentados en la política.
Y lo más importante por lo que no podemos dejar de mirarlo es porque esto no es un reality show. Cada tuit, discurso o decreto firmado, le recuerda a la nación lo que está en juego como resultado del caos de Trump: ya sea la posibilidad de una guerra nuclear, que nuestras elecciones sean subvertidas por gobiernos extranjeros, o la posibilidad de despojar a millones de estadounidenses de su atención médica.
Lo vemos no solo porque nos cause intriga, sino por miedo. Algunas partes del público están viendo a Trump porque sienten que necesitan estar preparados para reaccionar cuando sea necesario, como ocurrió con los partidarios de la Ley de Cuidado de Salud a Bajo Precio (conocida en inglés como Affordable Care Act) que irrumpieron las reuniones del ayuntamiento, cuando los jueces bloquearon la prohibición de viajes y transgéneros, y el resultado de las elecciones locales de noviembre.
El drama no parará pronto. Donald Trump está obsesionado con los ratings de televisión como medida de su éxito, así que se asegurará que los ratings no se caigan. Independientemente de los fallos que haya enfrentado en el Capitolio y de lo que digan los índices de aprobación, una cosa es segura: las audiencias son enormes y la nación está hipnotizada.
Para el presidente Donald Trump esto es todo lo que importa. Si nada más sucede durante su gobierno entre ahora y el final de su mandato, aún así reclamará la victoria.