Tailandia (CNN) – Todas las mañanas, desde que desaparecieron sus compañeros de clase, los niños de la escuela Mae Sai Prasitsart se sentaban en largas filas, en el patio principal, con la cabeza gacha y las manos juntas, rezando por encontrar a sus amigos.
Nueve días después, esas oraciones fueron respondidas, cuando buzos rescatistas descubrieron a los niños vivos y sanos, aunque hambrientos, acurrucados a cuatro kilómetros dentro de una red de cuevas, rodeados de agua de inundaciones.
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“La primera vez que escuché que habían sido encontrados, no pude decir una palabra. Estaba tan feliz de escuchar que mis amigos estaban a salvo”, dice Puwadet Kumngoen, un compañero de clase de 14 años y amigo de los niños desaparecidos. seis de los cuales asisten a Prasitsart.
Los estudiantes de la escuela, que se ubica al pie de exuberantes montañas que separan Tailandia y Myanmar, recuerdan rápidamente el impacto de saber que sus amigos habían desaparecido.
Las cuevas de Tham Luang Nang Non son conocidas localmente como prohibidas, un lugar peligroso donde los padres advierten a sus hijos que no deben entrar, especialmente durante la temporada de monzones.
“Estaba muy preocupado por lo que les sucedería. Las cuevas son un lugar oscuro y tenebroso. No me atrevería a entrar allí”, dice Kittichoke Konkaew, de 14 años, cuyo amigo Nuttawut Takumsong es uno de los 12 jóvenes compañeros de equipo que, junto con su entrenador, inexplicablemente desafiaron las advertencias locales y se adentró en la cueva.
Casi dos semanas después, permanecen atrapados en la red laberíntica de túneles subterráneos, cuyo único corredor está bloqueado por las inundaciones generadas por las lluvias estacionales.
Tanto Puwadet como Kittichoke juegan en el mismo equipo de fútbol que los niños desaparecidos, y pueden haber estado con ellos si hubiesen ido a la práctica el día del paseo. Ahora, incluso la idea de jugar al fútbol hace que los muchachos se sientan tristes.
“Espero estar de la mano con [Nuttawut] cuando salga y le pediré jugar fútbol con él otra vez”, dice Puwadet, mientras su voz se apaga poco a poco.
En los días inmediatos que siguieron a la desaparición de los muchachos, la vida en esta pequeña y unida escuela de varios cientos de alumnos se hizo casi insoportable.
“Estaban tristes, lloraron cuando se enteraron de las noticias”, dice el maestro de Nuttawut, Worawit Chaiga.
El joven maestro dijo que regresaba a la cueva todas las noches para pedir información sobre los niños desaparecidos.
“No podía creer que esto les pasara. En el aula hablamos del tema para enseñarles a los estudiantes. Miren esto… sucedió porque no fueron cuidadosos, sus acciones causaron mucha preocupación y crea todo tipo de problemas para todos “, dice.
Durante nueve días, el grupo desaparecido no tenía comida, ni agua ni forma de comunicarse con el mundo exterior. A medida que pasaban los días, la gravedad de la situación de sus compañeros pesaba mucho en los estudiantes de Prasitsart.
“Todos en la escuela estaban muy preocupados. Nos ponemos al día con las noticias todos los días. Pero no hay nada que podamos hacer, solo enviamos pensamientos positivos a los niños desaparecidos”, dice el maestro Manutsanit Jongpunyanon.
Manteniendo la vigilia
La euforia generada por las noticias sobre el hallazgo de los niños fue particularmente profunda en la cercana escuela de Ban Wiangphan, una pequeña y ordenada colección de edificios, no lejos del área principal del mercado de la ciudad.
En un video de poca calidad, tomado por el primer equipo de rescate para contactar a los niños, se puede escuchar a un buzo británico preguntando: “¿Cuántos están allí?”.
En inglés, un niño responde “trece”.
“Estaba tan orgulloso”, dice Wimonchat Jittalom, el entusiasta maestro de inglés de la escuela. “No solo entendió la pregunta, ¡sino que fue capaz de responder correctamente!”.
Ardoon Sam-aon, de 14 años, es el único alumno de la escuela entre los niños desaparecidos.
Frente a la escuela, un mural gigante que desea su rescate seguro ha sido instalado y adornado con fotografías y mensajes de apoyo. En el centro del mural, el número 13 está rodeado de un corazón. “Ven a casa pronto”, dice.
Abajo hay una imagen de los niños desaparecidos que montan a un jabalí gigante fuera de los túneles para ponerse a salvo.
Ardoon nació en la vecina Myanmar. El joven jugador de fútbol fue atendido por el grupo local de la Iglesia Mae Sai Grace cuando tenía siete años, dice el director de la escuela, Punnawit Thepsurin.
“Es un buen alumno, tiene un puntaje de 3,94 de 4,00. También es un buen atleta, sus deportes favoritos son el fútbol y el voleibol. Es muy conocido y le gusta. Es un campeón”, dice Thepsurin.
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Es usual que las familias crucen la frontera para buscar trabajo o ir a la escuela. Muchos en Mae Sai son miembros de grupos minoritarios, como Akka y Thai Lue, cuyas comunidades se ubican en la frontera de los dos países.
Thepsurin ha viajado a la entrada de las cuevas todas las noches desde la desaparición de los chicos, esperando noticias de su alumno estrella. “A partir de este evento, podemos ver que todas las personas tailandesas se cuidan entre sí”, dice.
“No importa de dónde venimos, ni de qué religión o raza somos. Nos reunimos para brindar cada apoyo”, agrega.
Desde entonces, los padres de Ardoon han cruzado a Tailandia para unirse a otras familias a la entrada de la red de cuevas, donde esperan las noticias de las autoridades.
Las familias se unen
Los chicos, aunque están seguros por ahora, no han podido comunicarse con sus familias desde que fueron hallados este lunes.
La abuela de Nuttawut, Wankaew Pakhumma, vive en una casa de madera de dos pisos en Mae Sai, donde las tías y los primos se reúnen alrededor de una mesa en el patio, al aire libre.
Llenan el tiempo esperando noticias de su nieto al recordarlo jugando fútbol. En el templo local, rezan por su regreso seguro y hacen ofrendas de fruta.
Pakhumma ha ayudado a cuidar a su nieto Nattawut desde que tenía tres meses, mientras su madre trabajaba fuera de casa.
Hasta que desapareciera, pasaba todos los fines de semana en su casa, en las afueras de la ciudad, jugando con sus vecinos amigos.
Ver los rostros de los chicos en el video que los buzos llevaron a la superficie, este martes, le dio a Pakhumma un gran impulso emocional.
“¡Estaba sorprendida, está adelgazando!”, dice al verlo por primera vez en la televisión, su voz se eleva de repente y se dibuja en su rostro una nerviosa sonrisa.
Su mayor preocupación es que no coma lo suficiente. La idea de que él tenga hambre la llena de terror. Pero ahora confía en que el equipo experto de rescatistas internacionales buscará la manera de llevar a su nieto a casa.
Al lado de Pakhumma hay otra familia cuyo hijo se encuentra entre los desaparecidos. Los dos grupos de vecinos siempre fueron cercanos, pero ahora lo están aun más.
Todos los días, las dos familias comparten noticias, caminando entre sus casas con la última novedad. La noche en que descubrieron que sus hijos estaban vivos, todas las casas del vecindario salieron a celebrar. Pakhumma dice que estaba tan emocionada que no podía dormir.
De vuelta en la escuela Prasitsart, su compañero de clase Puwadet Kumngoen especula cómo su amigo podría ser rescatado.
Durante la asamblea escolar de la mañana, el subdirector había anunciado que los niños estaban recibiendo algún tipo de entrenamiento de buceo especializado y que pronto podrían nadar.
Los expertos dicen que es uno de los medios más peligrosos para salir de las cuevas. Incluso los buzos más experimentados tardan hasta cinco horas en nadar a través de túneles estrechos e irregulares.
Pero Puwadet no está preocupado. “Por supuesto que pueden hacerlo, pueden nadar, estarán bien”, dice lleno de orgullo. Sus amigos sonríen alentadoramente.
“No hay problema”, agrega uno de ellos.
Al igual que otros en la ciudad, Puwadet ahora está seguro de que los equipos de rescate podrán sacar a sus amigos, “porque son los mejores”.
Su única preocupación real es que Nuttawut no podrá ponerse al día en la escuela. “Se ha perdido muchas clases”, dice.