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Embajador de Estados Unidos en México: México y Rusia nunca pueden estar tan cercanos
04:21 - Fuente: CNN

Nota del editor: Jorge G. Castañeda es colaborador de CNN. Fue secretario de Relaciones Exteriores de México de 2000 a 2003. Actualmente es profesor de la Universidad de Nueva York y su libro más reciente, “America Through Foreign Eyes”, fue publicado por Oxford University Press en 2020. Las opiniones expresadas en este comentario son únicamente del autor. Puedes encontrar más artículos de opinión en CNNe.com/opinion.

(CNN Español) – Conforme se prolonga la guerra en Ucrania, aumentan las presiones sobre todos los países para definirse al respecto. Algunos, como la India y varias naciones africanas, han mantenido una postura que hace algunos decenios se hubiera designado como de no-alineamiento.

Pero no es el caso de todos. Varios países de América Latina han enfrentado dificultades y contradicciones en su empeño por condenar la invasión rusa y a la vez mantener una cierta neutralidad, quizás por razones de suministro de ciertos insumos indispensables, como los fertilizantes para Brasil.

Otros, como Cuba y Nicaragua, le guardan simpatía y agradecimiento a Putin, pero tampoco parecen ir tan lejos como para enajenar a aliados actuales o potenciales. El gobierno de Venezuela reafirmó su cooperación militar con Rusia en los días previos a la invasión, remarcando su apoyo a Moscú frente a las “amenazas de la OTAN y Occidente”, pero al mismo tiempo se muestra abierto a aumentar sus exportaciones de petróleo a Estados Unidos.

Sin embargo, nadie padece las dificultades de México para mantener un malsano y ambiguo equilibrio.

La razón es sencilla: se llama vecindad con Estados Unidos. Por un lado, México, en tanto miembro no permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, votó a favor de la resolución que condenó la invasión rusa. Hizo lo mismo en una reunión del Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos (OEA). Pero simultáneamente, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha expresado en múltiples declaraciones públicas, más o menos formales, como son todas las suyas, que México es neutral, que desea buenas relaciones con todos los países, que solo busca la paz, etc.

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Se ha negado a imponer cualquier tipo de sanción económica a Rusia, ni siquiera la cancelación de vuelos de Aeroflot a Cancún, y a mandar armas a Ucrania.

Y proclamó: “No estamos ni a favor ni en contra de Rusia”. Ha criticado fuertemente al Congreso de EE.UU. -y de pasada, al presidente Joe Biden- por aprobar US$ 1.000 millones de ayuda a Ucrania, pero no haberlo hecho con igual celeridad para apoyar a ‘los pobres en Centroamérica’”.

Sobre todo, hace unos días, un grupo nutrido de diputados de los partidos que apoyan a López Obrador en el Congreso instalaron un Grupo de amistad México-Rusia y recibieron al embajador de Rusia con grandes abrazos y discursos de bienvenida.

El evento recibió una amplia cobertura en los medios y despertó el interés de la embajada de Estados Unidos.

Al día siguiente, Ken Salazar, el embajador estadounidenses en México, asistió a una reunión similar del Congreso –esta vez para instalar un Grupo de amistad México-EE.UU–, y criticó duramente a los diputados que se habían mostrado cercanos a Rusia, diciendo que México debía ser solidario con Kyiv y nunca con Moscú.

Normalmente un enviado muy comedido, se notó claramente su exasperación ante la falta de alineamiento de México con los países occidentales.

Ese mismo día, el general Glen VanHerck, jefe del Comando Norte de las Fuerzas Armadas de EE.UU., informó en una audiencia del Senado en Washington que México era el país del mundo donde había más funcionarios rusos de inteligencia.

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Esto ha sido cierto desde la época de la Unión Soviética, pero la coincidencia en el tiempo de la “revelación” difícilmente se podía disociar de la irritante neutralidad mexicana. A todo ello se sumó una declaración de la representante de Comercio de Estados Unidos (USTR) lamentando las políticas energéticas del gobierno de López Obrador, que a su juicio perjudican a los inversionistas estadounidenses.

La razón de la reticencia de López Obrador y de sus adeptos de tomar partido y solidarizarse con Ucrania podría ser en el fondo muy simple. Existe, sin duda, algo de nostalgia por la URSS y una gran simpatía por el régimen cubano (López Obrador visitará Cuba en su tercer viaje al exterior en casi cuatro años en mayo, en una gira que lo llevará también por varios países de Centroamérica). Pero más allá de dichas afinidades, la razón profunda podría caber en el viejo adagio: el enemigo de mi enemigo es mi amigo. Vladimir Putin es hoy el principal adversario de Washington en el mundo, y buena parte de la izquierda mexicana (y por cierto, también de la izquierda latinoamericana) es antiestadounidense. Lo es de manera pragmática al estilo López Obrador –quien visitó Estados Unidos en sus tres últimos viajes formales al exterior–, o de manera dogmática en la versión de los cubanos, venezolanos y nicaragüenses. Para la izquierda mexicana, el nacionalismo “antiyanqui” es una prenda de honor que hunde sus supuestas raíces en la invasión estadounidense de 1847 y la perdida de dos terceras partes del territorio. Que esa historia, junto con otros agravios, no tenga nada que ver con Rusia y Ucrania, no importa. Lo esencial para México, y para López Obrador, es Washington, y sus propios resentimientos, y sus propias vulnerabilidades.

Desde 1917 y el famoso telegrama Zimmerman, donde Alemania le ofreció una alianza al presidente Venustiano Carranza contra Estados Unidos, México siempre ha sabido que no puede, ni debe, salvo a un costo elevadísimo, coquetear con los adversarios de Washington en el mundo.

Nunca lo hizo, salvo en el caso de Cuba (aunque no en la Crisis de los misiles de 1962). Jamás se produjo un acercamiento con la URSS, ni en tiempos más recientes con China.

No lo está haciendo ahora, pero su renuencia a tomar partido por Ucrania puede ser vista por Biden y su administración como una falta de amistad, de solidaridad, de buena vecindad. Todo parece indicar que el presidente de Estados Unidos ha hecho del apoyo a Ucrania un asunto casi de vida o muerte, al menos entre sus aliados. Puede perdonar que Alemania, Italia y algunos otros gobiernos europeos que, a pesar de haber implementado sanciones muy duras contra Rusia, se nieguen todavía a suspender sus compras de petróleo y gas a Moscú. Quién sabe si perdone a su vecino la indiferencia con su causa.