Nota del editor: Frida Ghitis, (@fridaghitis) exproductora y corresponsal de CNN, es columnista de asuntos mundiales. Es colaboradora semanal de opinión de CNN, columnista del diario The Washington Post y columnista de World Politics Review. Las opiniones expresadas en este comentario le pertenecen únicamente a su autora. Ver más opiniones en CNN.
(CNN) – Durante años, Elon Musk fue una figura misteriosa, intrigante y ampliamente admirada. Eso fue antes de que comprara Twitter y pusiera sus manos firmemente en el volante de la red social, impulsando su influencia y magnificando su voz, en el proceso de revelar que el hombre detrás de los espectaculares logros empresariales de Tesla y SpaceX no es exactamente lo que nos había hecho creer.
Tan solo en la última semana, Musk se ha comportado de una manera que puede causar daños de gran alcance, al tiempo que arroja más luz sobre la contradicción entre sus declaraciones públicas y sus acciones.
Musk ansía la atención, así que uno duda en darle precisamente lo que quiere. Pero incluso aquellos de nosotros que nos esforzamos por ignorar sus trolleos habituales consideramos necesario señalar lo dañino e hipócrita que es el antaño hombre más rico del mundo.
Durante el fin de semana, Musk, cuya afirmación de que es un “absolutista de la libertad de expresión” ya ha parecido limitada a su propia conveniencia en el pasado, se rindió a las demandas del gobierno cada vez más autoritario del presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, bloqueando algunas cuentas y más de 400 tuits en el país.
Twitter acató las órdenes del tribunal turco justo a tiempo para, posiblemente, impulsar las posibilidades de Erdogan, el presidente que ha encarcelado a periodistas, críticos y rivales, ante una de las elecciones más duras de su vida.
Consternado, Enes Kanter Freedom, el exjugador de la NBA de origen turco, feroz crítico de Erdogan, declaró a CNN: “No quiero volver a oír hablar a Elon Musk de libertad de expresión. Se está inclinando literalmente ante la dictadura”. (Twitter dijo que tomó la medida “para mantener Twitter disponible durante el fin de semana electoral”. Añadió que de las cinco órdenes judiciales turcas emitidas contra ella, se había opuesto a cuatro).
Al día siguiente de las elecciones, Musk lanzó un ataque en Twitter contra George Soros, el multimillonario judío que apoya causas liberales, enmarcando sus críticas al sobreviviente del Holocausto en términos que hicieron que los estudiosos del antisemitismo advirtieran de que los mensajes de Musk empeorarían la creciente plaga de violencia antisemita y racista.
También calumnió a una respetada organización internacional de periodismo de investigación, y argumentó que es una “estupidez” pensar que una masacre supuestamente llevada a cabo por un hombre con tatuajes nazis y un amplio historial de publicaciones racistas, antisemitas y misóginas signifique que el incidente está vinculado a la supremacía blanca.
Es difícil conciliar al hombre que promueve regularmente teorías conspirativas descabelladas entre sus decenas de millones de seguidores con el visionario supuestamente reflexivo de sus días anteriores a Twitter.
Claro, por aquel entonces ya pisoteaba las normas, y muchos empezaban a cuestionar su culto al héroe. Pero la mayoría de la gente le tomó la palabra cuando insinuó que lo que alimentaba su impulso era su constante preocupación por la humanidad.
Por aquel entonces, los perfiles de Musk se deshacían en elogios, describiendo su preocupación por los mayores riesgos para la humanidad, escribiendo con visible asombro que Musk, “navega entre dirigir sus negocios e intentar salvar el planeta”.
Musk proclama opiniones muy arraigadas. Pero a veces las creencias parecen solo tan profundas como un tuit. Y parece que no ha pensado mucho en los corolarios, las consecuencias, de esas ideas. O quizá no le importan.
Muchos todavía lo admiran por haber restablecido miles de cuentas de Twitter prohibidas antes de que él tomara el mando, aunque las publicaciones racistas y antisemitas se dispararan, como han documentado los investigadores de Internet.
Pero mientras Musk afirmaba estar poniendo en práctica su compromiso de abrir las puertas de Twitter a una mayor libertad de expresión, cada vez parece más que las estaba abriendo de par en par para aquellos que estaban de acuerdo con sus opiniones, que cada vez se parecen más a las de un activista de ultraderecha. Resulta que el compromiso no era tan sólido como una roca.
La libertad de expresión en Twitter era importante para la oposición en las elecciones turcas, porque el gobierno controla la mayoría de los medios de comunicación. Enfrentada a un gigante, la oposición contaba con las redes sociales para transmitir su mensaje.
Musk sostuvo que había que elegir entre aceptar las exigencias del Gobierno o dejar que cerraran Twitter. Pero había otra opción.
En 2014, antes de otras elecciones, Erdogan hizo demandas similares, declarando: “Erradicaremos Twitter. Me da igual lo que diga la comunidad internacional”. Twitter contraatacó.
Turquía cerró Twitter durante un tiempo, pero incluso algunos de los aliados más cercanos de Erdogan se volvieron en su contra. Al final, Twitter fue restablecido, con sus principios intactos; Erdogan quedó manchado por otra medida autocrática.
Resulta que el absolutismo de la libertad de expresión de Musk es menos que absoluto. Absurdamente, ahora dice: “Por ‘libertad de expresión’, me refiero simplemente a la que coincide con la ley”. Entonces, si un tirano promulga una ley que prohíbe las críticas, ¿creerá Musk que amordazar a sus críticos se ajusta a la libertad de expresión?
Más allá de su hipocresía de la libertad de expresión, está el aura que se desvanece de Musk como el futurista reflexivo preocupado por el destino de la humanidad.
No hay nada malo en estar en desacuerdo con George Soros. Pero el ataque de Musk, justo después de que el liberal Soros anunciara que había vendido sus acciones de Tesla, no fue un argumento filosófico.
Musk comparó primero al multimillonario judío con un villano de cómic, un villano judío de Marvel, nada menos.
Cuando alguien respondió que al menos Soros tiene buenas intenciones, Musk soltó una descripción que podría haber sido escrita por los autores de los antisemitas “Protocolos de Sión”, que describían a oscuros judíos conspirando contra el mundo.
Soros, escribió Musk, a casi 140 millones de seguidores en Twitter, “quiere erosionar el tejido mismo de la civilización. Soros odia a la humanidad”.
El encuadre se alinea con siglos de teorías conspirativas antisemitas, que presentan a los judíos como fuerzas malévolas con poderes oscuros que pretenden destruir la civilización.
Soros ha sido un prolífico promotor de causas liberales, como la democracia, los derechos humanos y el medio ambiente, entre otras. Él es liberal, Musk no, pero el desacuerdo no era la cuestión.
La Liga Antidifamación (ADL, por sus siglas en inglés) dijo que las palabras de Musk “envalentonarán a los extremistas que ya urden conspiraciones antijudías…”.
Pero promover conspiraciones se ha convertido en uno de los juegos favoritos de Musk, sin importar las consecuencias. No importa que los racistas antisemitas, por lo general va de la mano, hayan estado matando gente; que los ataques antisemitas se hayan disparado al nivel más alto desde que la ADL comenzó a llevar registros en 1979.
Musk redobló la apuesta, diciendo que dirá lo que quiera aunque le cueste dinero. Qué valiente.
Al difundir los mensajes de conspiracionistas en las sombras, echando leña a lo que ya es una hoguera, Musk está haciendo aún más explosivo un frágil y quebradizo entorno de medios sociales, haciendo el mundo aún más peligroso.
Ahora, gran parte del misterio que rodeaba a Musk en los primeros años se ha disipado. Ha cambiado la admiración generalizada por un emergente estatus de héroe de culto entre algunos miembros de la ultraderecha.
En el proceso, se ha hecho más famoso que nunca y es más noticia que nunca. Y tal vez eso haga que todo merezca la pena para él.