Nota del editor: Jade McGlynn es asociada principal no residente del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales y autora de dos libros, “Russia’s War” y “Memory Makers: The Politics of the Past in Putin’s Russia”. Las opiniones expresadas en este artículo le pertenecen exclusivamente a su autora.
(CNN)– Las respuestas a las recientes declaraciones del comandante en jefe del Ejército ucraniano, Valery Zaluzhny, advirtiendo de un punto muerto en la guerra entre Ucrania y Rusia, han sido variadas y reveladoras.
En la larga entrevista que concedió la semana pasada a The Economist, el general Zaluzhny expuso, y propuso soluciones para problemas que cualquiera que haya pasado tiempo en el frente, o con soldados e instructores recién llegados de los frentes, ya conocía.
Su entrevista no es una revelación ni una admisión. Es una intervención en nombre de Ucrania, una llamada a la honestidad.
No todo el mundo acogió con satisfacción la llamada de Zaluzhny, y mucho menos la atendió. El presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, negó que la guerra hubiera llegado a un punto muerto, mientras que su principal asesor diplomático, Igor Zhovka, llegó a cuestionar la conveniencia de participar en la entrevista.
Algunos analistas militares occidentales, confundiendo una postura proucraniana con ilusiones, rebatieron las conclusiones del general. Por otro lado, los escépticos del apoyo occidental a Ucrania se regodearon citando la entrevista como prueba de que Ucrania debería haber capitulado en alguna oportunidad anterior imaginada.
Hablando de imaginaciones activas, se ha rumoreado ampliamente que varios socios occidentales de Ucrania han estado intentando forzar a Ucrania hacia un alto el fuego. Si es así, no han comprendido el argumento de Zaluzhny, no por falta de inteligencia, sino por falta de voluntad para aceptar el contexto y las motivaciones que acompañan a esta intervención.
La palabra rusa y ucraniana para “punto muerto”
Dmitry Peskov, portavoz presidencial de Rusia, está disponible para ayudar a los líderes occidentales a acercarse a la realidad. En respuesta al ensayo, Peskov afirmó que era “erróneo decir que la guerra avanzaba hacia un punto muerto” e insistió en que Rusia lograría todos sus objetivos bélicos declarados.
Las declaraciones de Peskov sirven como un recordatorio oportuno de que Ucrania no es la parte intransigente aquí. No es Ucrania la que está desesperada por continuar la guerra a pesar de las abundantes opciones para detener el derramamiento de sangre: es Rusia.
En ruso, y en algunas variantes del ucraniano, la palabra para referirse a un punto muerto es “tupik”. La palabra conlleva connotaciones de ceguera y estupidez. En todos los sentidos, Rusia no está ciertamente en un tupik. El Kremlin puede ver un claro camino a seguir, machacando a Ucrania mientras espera que la resistencia y los suministros occidentales se agoten.
Occidente, en cambio, sí que está en un tupik. Poco se gana señalando con el dedo el retraso de los suministros y la diferencia que podrían haber supuesto en otoño de 2022 o incluso a principios de la primavera de 2023, aunque los miles de ucranianos que murieron en consecuencia se merezcan al menos esto.
Sin embargo, hay mucho que ganar si se examinan las actitudes que informaron esta reticencia y que seguirán obstaculizando la autodefensa de Ucrania a menos que se reexaminen radicalmente.
Qué significa “ganar” para Occidente
Quizá la deficiencia más flagrante sea el pensamiento occidental rancio. Es como si Occidente se negara a tener una estrategia para esta guerra. EE.UU. no parece querer que Ucrania gane, si definimos ganar como la devolución de todas sus tierras tomadas.
Los líderes de Europa Occidental, incluso los británicos, que antes presionaban a Estados Unidos para conseguir más armas, ahora esperan a ver qué dice Washington en lugar de actuar por iniciativa propia para resolver una guerra que afecta a su continente mucho más que a Norteamérica.
La OTAN no está preparada para ofrecer una disuasión creíble a través de la adhesión, a pesar de que otros países que estaban parcialmente ocupados o en guerra se han unido, concretamente Alemania Occidental.
La impresión combinada es la de una falta de resolución occidental, cuyas causas profundas pueden descifrarse desentrañando la insidiosa frase “fatiga de Ucrania”. En algunos sitios se lee que la “fatiga de Ucrania” está obligando a los dirigentes a explorar nuevas “salidas” al conflicto, presumiblemente mediante concesiones territoriales ucranianas a Rusia.
Pero ¿por qué Occidente está tan fatigado por esta guerra, cuando una gran mayoría de ucranianos afirma la necesidad de seguir luchando? ¿Y seguiría habiendo “fatiga” en las capitales occidentales si Ucrania hubiera retomado más territorios durante la contraofensiva del verano?
Las respuestas honestas a ambas preguntas aclaran que la “fatiga de Ucrania” es un término equivocado: no se trata de cansancio, sino de la falta de resistencia de Occidente, a su vez consecuencia inevitable de la negativa de Occidente a admitir las limitaciones de su propia visión del mundo.
Para Putin, la guerra es sostenible, la paz probablemente no
Al principio, muchos se rieron de los dirigentes rusos por su incapacidad para comprender a sus oponentes ucranianos, su incapacidad para ver a los ucranianos tal y como son en realidad, y no como los describen las obsesiones históricas, la propaganda y la cosmovisión imperialista rusas.
Sin embargo, muchos en Occidente aplican la misma lente ensimismada para ver a Rusia. Siguen suponiendo que el presidente Vladimir Putin actúa según el mismo cálculo racional de ellos; que la sociedad rusa está tan indignada por la guerra, o al menos por las sanciones y la elevada tasa de mortalidad, como lo estarían sus sociedades; que las élites del Kremlin se volverán contra el presidente cuando su guerra amenace los tipos de bienes e intereses que las élites occidentales aprecian.
Pero a Putin no le preocupa ninguna de estas cosas. Está instalado con seguridad en la cima de su vertical de poder y preparándose para otro mandato de seis años.
Por ahora, una guerra estática le viene muy bien a Rusia: es sostenible desde el punto de vista sociopolítico (actualmente no hay necesidad de movilización y la opinión pública está en gran medida contenta de aceptar la guerra). Es sostenible económicamente, y es sostenible militarmente debido a los arsenales, el aumento de la capacidad de producción y los suministros de socios como Irán y Corea del Norte.
No existe ninguna presión democrática sobre Putin para que detenga la guerra y ni siquiera existen estructuras a través de las cuales pudiera surgir dicha presión.
Para Putin, la guerra es sostenible, pero la paz probablemente no lo sea. La guerra proporciona cobertura y justificación para un Estado cada vez más represivo, un sistema de bienestar debilitado y un gobierno centralizado. Consolida a la población frente a un enemigo exterior.
Por el contrario, la paz daría lugar a preguntas incómodas. ¿Por qué murieron tantos hombres? ¿Dónde están sus cuerpos? ¿Y por qué el ejército no logró los objetivos declarados de la “operación militar especial”? Desde este punto de vista, es comprensible que Rusia no haya mostrado ningún interés serio en detener la guerra.
Putin ha dicho una y otra vez que Ucrania no existe. Tenemos a funcionarios rusos jactándose casi semanalmente de secuestrar a niños ucranianos y adoctrinarlos para que odien a su propio país. Tenemos páginas y páginas de intenciones genocidas de periodistas estatales. Rusia ha escrito toda una estrategia de seguridad nacional en la que esboza su postura de que Occidente está en caída libre y ahora es el momento de reclamar su legítimo lugar decisivo en un nuevo orden multipolar. Ha reorganizado su doctrina educativa, cultural y de política exterior para poner a la sociedad en pie de lucha.
Cuando Rusia dice que perseguirá sus objetivos bélicos durante el tiempo que sea necesario, tiene la infraestructura ideológica y literal para respaldarlo. Occidente no.
Por ahora, la guerra no es una amenaza existencial para el orden de seguridad euroatlántico: no necesita intervenir directamente ni enviar tropas. Pero esto parece cegar a algunos ante el hecho de que, si bien la guerra no es una amenaza existencial para el orden de seguridad occidental, el hecho de que Ucrania perdiera sí supondría tal amenaza.
En caso de derrota de Ucrania, ¿qué ocurriría con las enormes cantidades de armas y refugiados? ¿Cómo gestionaría Europa la consiguiente insurrección popular? ¿Qué significa la victoria rusa para la proliferación nuclear mundial?¿Seguiría siendo viable la OTAN?
Responder a preguntas incómodas
En el ultimátum de diciembre de 2021, Putin quería el regreso de la OTAN a las fronteras de 1997; en otras palabras, la restauración de la esfera de influencia de Rusia en Europa Oriental. Cuando hablé con los asesores del Kremlin en verano y otoño de 2022, todos se sintieron embaucados por la interpretación de Occidente de que se trataba de un blofeo o una broma: no lo era, era una posición negociadora seria que Rusia deseaba alcanzar o al menos aproximarse a ella.
Si trataran a Rusia y a Putin como son, como han demostrado ser constantemente, cualquier dirigente occidental reconocería pronto la necesidad de diseñar una estrategia a la altura de la amenaza.
Tal vez por eso no se plantean estas preguntas y en su lugar se aferran a una visión del mundo que no existe, y que tal vez nunca existió.
Al hacerlo, están preparando a Ucrania para perder. Como explicó el general Zaluzhny, Ucrania no tiene las armas, los suministros ni los hombres para ganar la guerra tal y como se está librando actualmente. Expone una estrategia militar concisa para devolver la capacidad de maniobra a lo que se ha convertido en una guerra posicional.
Se requiere una estrategia política igualmente adaptable y audaz por parte de los aliados de Ucrania, una estrategia que vaya más allá de la mera entrega de dinero y armas y que implique un cambio significativo en los modelos económicos y sociales europeos. Corea del Norte ha entregado más de un millón de proyectiles a Rusia. La Unión Europea había prometido lo mismo a Ucrania, pero es incapaz de cumplir el pedido. No debería estar más allá del ingenio de la Unión Europea igualar a Corea del Norte, y no lo está, pero sí parece estar más allá de su voluntad.
Cualquier estrategia viable de apoyo requerirá también conversaciones sinceras con los electorados sobre por qué apoyar a Ucrania redunda en el interés nacional directo de estos países. Ese diálogo hace tiempo que debería haberse producido en muchos países, donde la gente se ha cansado de la retórica moralista en torno a la libertad frente a la tiranía.
Estas frases son aplicables a Ucrania pero tristemente han perdido todo su significado tras la “guerra global contra el terror”. Cualquier significado residual se ve aún más socavado por el uso de un lenguaje moralista como muleta para evitar admitir que Occidente no tiene ninguna estrategia para la victoria ucraniana y que su posición actual dejará a Ucrania sin lo que necesita para defenderse, arriesgando la vida de miles de hombres y poniendo en peligro a su propia población en el proceso.
Son conclusiones duras e incómodas. Pero ¿de qué sirve realmente el poder de los valores democráticos liberales y el alcance económico cuando el aliado de Rusia, Corea del Norte, puede cumplir las promesas hechas a sus socios, pero la Unión Europea no?
¿Qué es el poder sin la voluntad de utilizarlo? Inevitablemente, el declive. Si la comunidad euroatlántica quiere evitar una caída más precipitada, ya es hora de mirar hacia abajo, ver hacia dónde se dirigen y cambiar de rumbo, empezando por Ucrania.