Nota del editor: Frida Ghitis, exproductora y corresponsal de CNN, es columnista de asuntos mundiales. Es colaboradora semanal de opinión de CNN, columnista del diario The Washington Post y columnista de World Politics Review. Las opiniones expresadas en este comentario le pertenecen únicamente a su autora. Ver más opiniones en CNN.

(CNN) – En una lucha por la candidatura presidencial republicana que en ocasiones podría confundirse con una contienda normal, la exgobernadora de Carolina del Sur, Nikki Haley, se enfrenta a lo que parece ser su momento decisivo de cara a las primarias de Nueva Hampshire de este martes.

En un foro celebrado el jueves por la noche en CNN se mostró como siempre, segura de sí misma, apasionada e inteligente. Pero, como ha ocurrido a lo largo de esta peculiar temporada de primarias del Partido Republicano, le faltaba algo. ¿Apuntaba realmente hacia el hombre al que tiene que derrotar? ¿Quería realmente derrotar al expresidente Donald Trump?

“Queremos que nos vaya mejor que en Iowa, es mi meta personal”, dijo. Una vez más, sonó a que apostaba por el segundo lugar.

Ya perdió en Iowa, cómodamente, quedando en tercer lugar por detrás del gobernador de Florida, Ron DeSantis, ambos por detrás de Trump, que domina en las encuestas de votantes del Partido Republicano. Nueva Hampshire es el único de los estados de votación anticipada en el que Haley se muestra a menor distancia de Trump, con un electorado más moderado que en Iowa y una primaria que permite la votación de personas no afiliadas al Partido Republicano.

El Estado del Granito parece dar a la exembajadora de Estados Unidos ante las Naciones Unidas la mejor oportunidad de vencer a su antiguo jefe y lanzarse seriamente a por la candidatura de su partido.

Sin embargo, esto dista mucho de ser una elección normal. Después de todo, el aspirante principal a la candidatura del Partido Republicano está acusado de intentar acabar con la democracia de Estados Unidos y ha dado todos los indicios de que, si volviera a ser presidente, su segundo mandato sería más extremista y potencialmente una amenaza para la democracia estadounidense.

Entre los muchos rasgos fuera de lo común de la contienda, Haley ha ignorado esencialmente las características más destacadas del hombre al que tiene que derrotar, un candidato tan imperfecto que su ex secretario de Justicia, Bill Barr, ha advertido que Trump “siempre antepondrá sus propios intereses, y la gratificación de su propio ego, a todo lo demás, incluidos los intereses del país”.

Una y otra vez el jueves, Haley perdió la oportunidad de golpear a Trump donde es más débil. “Debería haber una rendición de cuentas” fue lo más lejos que llegó al abordar el comportamiento que ha llevado al expresidente a arenas movedizas legales.

Ella pudo haber mencionado las acciones que derivaron en dos juicios políticos mientras Trump estaba en el cargo, una montaña de casos penales y civiles en su contra, más de una docena de acusaciones de acoso sexual y su retórica cada vez más alarmante sobre sus planes de usar el Gobierno como arma en contra de sus adversarios, o “plagas”, como llamó a algunos de ellos, utilizando una vez más el lenguaje preferido por la propaganda fascista. (Trump niega haber cometido algún delito).

En cambio, la ofensiva de Haley evita en su mayor parte los principales defectos de su objetivo. Lo que pasa por ataques de Haley contra su rival, anunciados por la prensa únicamente porque ha habido muy pocos antes, son argumentos flojos sobre cómo “con razón o sin ella, el caos sigue a [Trump]”.

Por un momento en el foro, criticó algunas de las políticas de Trump, incluida su alabanza al líder chino Xi Jinping. Pero guardó silencio sobre sus defectos más fundamentales.

Haley trató de atraer a los independientes, una gran parte del electorado de Nueva Hampshire, en muchos temas tocados en el foro del jueves, a veces sonando casi como una campaña moderada en las elecciones generales en lugar de tomar las posiciones altamente partidistas y cada vez más extremas que a menudo se escuchan en las primarias.

Pero cuando se trató de Trump, su calculada timidez persistió incluso en un momento en que Trump ha lanzado ataques claramente racistas en su contra, llamándola por su nombre de pila que suena extranjero, Nimarata, y afirmando falsamente que la nativa de Carolina del Sur no está cualificada para ser presidenta debido a la nacionalidad de sus padres en el momento de su nacimiento.

Cuando el presentador Jake Tapper le dio la oportunidad de señalar a Trump por sus alusiones racistas, Haley restó importancia a lo que calificó de “insultos”, diciendo que es lo que Trump hace cuando se siente amenazado.

¿Qué está pasando aquí? ¿Hay alguna manera de que Haley pueda ganar la candidatura sin hundir su espada en cualquiera de las gigantescas vulnerabilidades de Trump?

Claro, hay una posibilidad remota de que pueda lograr una victoria inesperada, ganar en Nueva Hampshire y perforar el manto de invencibilidad de Trump, cambiando el curso de la carrera.

Pero hay otra forma de que Haley salga victoriosa. Ese camino tiene más que ver con fuerzas fuera de su control, aunque aparentemente ella cree que requiere que no dispare contra su principal rival para evitar alienar a sus partidarios.

Aunque es posible que su reserva a la hora de enfrentarse a Trump signifique que se presenta con vistas a convertirse en la compañera de fórmula de Trump para la vicepresidencia o con la esperanza de posicionarse como candidata principal para 2028, hay un camino para que gane la candidatura este año simplemente porque el propio camino de Trump está lleno de baches y trampas.

Si Trump es descalificado, de alguna manera incapaz de presentarse o tal vez condenado y convertido en demasiado tóxico incluso para sus partidarios, el espacio podría despejarse para que el segundo finalista del Partido Republicano intervenga y se convierta en el candidato. Es el camino de la “cáscara de plátano”.

Las probabilidades ahora favorecen fuertemente la candidatura de Trump. Pero incluso si Haley y la mayor parte del resto del establishment republicano actual consideran que los hechos perturbadores del pasado, presente y futuro de Trump son demasiado arriesgados para mencionarlos, se ciernen con fuerza sobre el horizonte político y de seguridad del país, y del mundo.

La realidad ineludible es que Trump tiene graves problemas legales, y por muy buenas razones. Sus casos legales son extremadamente graves y su estrategia de intentar retrasar todos los casos hasta después de las elecciones podría fracasar.

Trump es también, como ha señalado Haley, un hombre mayor. Tendrá 78 años el día de las elecciones y su estilo de vida no favorece la longevidad. Es obeso, no se ha ejercitado siempre como le han recomendado sus médicos y ya padece una forma común de cardiopatía. Además, vive con un estrés que la mayoría de nosotros difícilmente podríamos imaginar, teniendo en cuenta sus problemas legales, otro factor que, según los expertos, es perjudicial para la salud.

Puede que a los partidarios de Trump no les importe que haya elogiado a dictadores brutales, que se enfrente a múltiples acusaciones de agresión sexual, que haya intentado anular unas elecciones legítimas o incluso que haya sugerido que ignoraría los compromisos de Estados Unidos con sus aliados en el marco de la OTAN.

Sin embargo, la justicia sigue su curso. Es improbable que la mayoría de los casos se resuelvan antes de las elecciones, y está por ver si un delincuente condenado, o encarcelado, puede asumir la presidencia. La reclamación de inmunidad absoluta de Trump, ahora ante un tribunal de apelación, determinará en gran medida el calendario de algunos de los procesos.

Pero Trump ha sido acusado de 91 cargos criminales. Se enfrenta a un volcán de problemas legales, con una sentencia potencial de décadas de prisión si es declarado culpable. Está siendo juzgado por cargos de asociación delictiva, de intentar anular los resultados electorales, de amenazar la seguridad nacional al llevarse ilegalmente a su residencia en un club de campo documentos ultrasecretos de defensa nacional (incluidos documentos sobre programas nucleares y sobre la vulnerabilidad de Estados Unidos ante ataques militares) y mostrárselos a personas sin acreditación de seguridad.

Los tribunales ya determinaron que cometió fraude en sus negocios y agresión sexual.

Aunque los aspirantes republicanos, salvo contadas excepciones, parecen ajenos a estas extraordinarias acusaciones de mala conducta, las alarmas que han hecho sonar quienes trabajaron con él durante la presidencia de Trump son casi ensordecedoras.

Es otra forma en la que esta carrera no se parece a ninguna otra. Al menos 17 funcionarios del gobierno de Trump se han pronunciado en su contra. El riesgo que plantea es tan grande, dicen, que algunos prometen hacer campaña por Biden si Trump es el candidato.

Estas elecciones están tan lejos de ser normales que John Prideaux, de The Economist, ha llegado a la conclusión de que nuestro vocabulario se queda corto: “palabras como ‘inexplorado’ y ‘sin precedentes’” no sirven. “Estados Unidos necesitará palabras nuevas para estas elecciones”. Pero no se trata sólo de unas elecciones únicas por culpa de Trump. También lo es por Haley, que a pesar de enfrentarse a lo que puede ser el rival más defectuoso, y sin duda el más asediado legalmente, de la historia de la democracia estadounidense, dijo que votaría por Trump incluso si es condenado, y que lo indultaría si es elegida.

Lo único que puede hacer es esperar que el camino por delante incluya algo (legalmente) resbaladizo que saque a Trump de la carrera.