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Por Kiran Khalid

(CNN) — Soy una fanática de tuitear. Ya sea que se trate de citar a Herman Cain o que publique los asuntos sobre la moda de la policía —tacones transparentes para trabajar, ¿en serio?— siempre escribo algo.

Como una periodista que tuitea mucho, estoy muy consciente de los beneficios de las redes sociales. Mi Twitter está conectado con mi Facebook, cargo dos BlackBerries y cuando no estoy en mi oficina comúnmente me obsesiono con los correos electrónicos del trabajo o reviso mis feeds de noticias de Twitter y Facebook.

Esto me puede convertir en una desagradable compañía para salir a comer, como se dio cuenta con resignación mi mejor amiga durante una visita reciente. “Sé que sólo escuchas la mitad de lo que te digo”, me dijo, mientras observaba el menú. “Pero es tu trabajo, así es como te mantienes conectada”. Otro amigo, un colega periodista, me dijo que estaba acostumbrado a los adictos a las redes sociales pero que yo lo llevaba a un “nivel completamente nuevo”.

Así que en unas recientes vacaciones de cinco días en Antigua, decidí desconectarme de todas las comunicaciones electrónicas y experimentar realmente lo que estaba frente a mí en lugar de tuitear al respecto. (Lo sé, lo sé, desconectarse no suena particularmente difícil cuando estás en una playa del Caribe. Pero soy una persona que tuitea todo, desde las puestas de sol hasta los perezosos de Costa Rica en julio).

En esta ocasión prometí que quería liberarme de mi terrible adicción —no es una tarea fácil para una adulta neoyorquina con posible trastorno por déficit de atención— y narrar la experiencia. Esto es lo que pasó:

Primer día

Empecé el día con el anuncio —en Twitter, por supuesto— de mi intención de desconectarme durante una semana; “Tan pronto como tenga que apagar el teléfono, empezaré un viaje que implica desconectarme de las redes sociales y de mi BlackBerry durante los próximos cinco días. Narraré mi abstinencia para su diversión (…)”.

Obtuve una decena de respuestas que expresaban sorpresa y apoyo. Más allá de eso, no hubo un gran clamor para que siguiera tuiteando: mi primer indicio de que el ‘tuiterverso’ sobreviviría sin mí.

Aterricé en el aeropuerto de Antigua, en donde me dieron la bienvenida los cálidos rayos del sol, una larga fila para la aduana y un hombre que tocaba Three Little Birds de Bob Marley en un tambor de hojalata. Todas estas observaciones son las que deseo tuitear. Cuando viajo sola, eso es lo que hago. Incluso con compañía, tuiteo, y después sonrío orgullosamente cuando un ingenioso amigo toma mi sarcasmo y lo aprovecha. No esta vez. Estoy dolorosamente consciente de mi moratoria autoimpuesta.

Cuando le digo al funcionario de turismo que escribo una historia acerca de “desconectarse para recargar”, me sonríe cálidamente. “Llegaste al lugar correcto”.

Comparto el taxi con dirección a mi hotel con una mujer de Brooklyn quien dice con molestia: “Estoy desconectada porque mi iPhone no recibe ninguna señal aquí”. Llego al hotel Keyona Beach y encuentro oportuno que mi habitación no cuenta con televisor, teléfono o reloj. Inmediatamente encierro mi BlackBerry en una caja de seguridad. La Operación Desconectarse avanza rápidamente.

Durante la cena, una mujer en la mesa de al lado no parece perturbarse mientras su compañero revisa su teléfono. Me detengo a mitad de la crítica y me doy cuenta de que ese tipo era yo en todas las comidas que tuve durante los últimos años. Me resisto al impulso de engañar —es desalentador cenar sola, sin un compañero electrónico— saco mi diario y empiezo a escribir sobre este día. Hasta el momento, todo va bien, creo.

Segundo día

El desayuno consiste en croissants, fruta y el tipo de café que es tan bueno que te convierte en una de esas personas malhumoradas que siempre se quejan por la falta de una buena taza de café. Perfecto, ¿verdad? No. No tengo idea de lo que el mundo tuitea esta mañana. Y ese no es el único problema. Estoy inquieta.

En los segundos posteriores a mi anuncio de moratoria en el primer día, un amigo de Facebook escribió en mi muro: “Al principio es incómodo, pero muy pronto empezarás a disfrutar estar desconectada”.

Me pregunté: ¿Por qué incómodo? Ahora lo sabía. Estoy sin ese apoyo social que siempre me permite interactuar con el mundo, incluso cuando estoy sola. En un lugar conocido por sus playas perfectas, constantemente siento el impulso de compartir lo que me rodea con mis amigos y con mi familia.

Pero ese no es un impulso altruista. Empiezo a darme cuenta de que son las reacciones a mis comentarios las que encuentro interesantes y que eso es lo que extraño. Cada vez que regreso de nadar, me acuesto bajo el cálido sol y busco mi BlackBerry que no está ahí; se convirtió en una acción instintiva.

Esa noche, sigo la recomendación del gerente del hotel y tomo un taxi para una enorme fiesta de reggae. Como precaución, me llevo mi BlackBerry. Todo el tiempo el taxista describe los sitios de interés y los paisajes que pasamos durante los 45 minutos que dura el recorrido, pero me distraigo con mi BlackBerry que básicamente está apagada. Desconecté el internet del teléfono, pero me encuentro leyendo viejos correos electrónicos. ¿En serio?, ¿cuándo me convertí en esta persona?

Cuando llego, la fiesta está en todo su esplendor. El bar que se encuentra al aire libre está lleno y el alcohol anima a que los estudiantes universitarios bailen con cierto abandono y hace que me pregunte si Elaine de la serie Seinfeld podría ganar aquí un concurso de baile. Esto sería mucho más divertido su pudiera tuitearlo o tomar una foto para publicarla en Facebook, pero me resisto a la tentación.

Tercer día

Sin mi BlackBerry como despertador, me despierta el choque de las olas. Son las 9:45 de la mañana. Por costumbre, llevo mi teléfono para desayunar. Durante la plática con el dueño del hotel, me distraigo por el luz roja intermitente de mi BlackBerry, que significa que tengo un nuevo correo electrónico.

Mi yo anterior habría tomado el teléfono y habría empezado a leer inmediatamente sin considerar a la persona con quien está hablando. Grosero pero necesario, a menudo pienso: “podría ser del trabajo”. Esta vez me resisto a la tentación y pienso en silencio: “Eres desagradable. Pero por lo menos estás consciente”.

A mediodía me cambio a otro hotel, al Hermitage Bay Resort, en otra parte de la isla. A mi llegada me siento tan abrumada por el lujo y por el exuberante entorno, que inmediatamente siento que garantizaría una actualización masiva en Facebook. Esto podría crear a la madre de todos los temas de discusión. Pero no puedo.

Así que hago trampa, más o menos. Elijo a un grupo de correo electrónico de mis amigos cercanos para actualizarlos desde una computadora, ya sabes, en caso de que me buscaran en el hotel equivocado. Un amigo me responde inmediatamente: “¿No se supone que estás sin computadora?”.

No exactamente, protesto. Este es un embargo de redes sociales, que realizo al abstenerme de usar mi CrackBerry en caso de que sea verdad que tengo un problema para socializar. ¿Qué?, ¡era un correo electrónico!”.

Está bien, fueron más emails. Después de enviar la primera mención de mi nueva y glamorosa cueva, me quedo atrapada en varios intercambios acerca de los detalles sobre mi viaje. Es la primera vez que viajo completamente sola, y mis amigos se dividen entre los que están aterrorizados y los impresionados.

Todavía me abstengo de las redes sociales, y la BlackBerry está encerrada en otra caja de seguridad. Pero me siento tramposa.

Cuarto día

¡Qué diferencia hace un día! La necesidad de Facebook o de tuitear prácticamente se disipó. En serio, lo hizo.

¿Qué cambió?: La culpa que sentí por ceder a la tentación en el tercer día fortaleció mi determinación para volver a comprometerme a desconectarme. Por ahora, al menos, parece que mientras más tiempo estoy sin redes sociales, siento una inclinación menor. En su lugar, hay una sensación de calma. Esperaba tener los síntomas del síndrome de abstinencia por estar desconectada.

Si sólo mis amigos que están en la ciudad, a los que les desagrada mi adicción, pudieran verme ahora. Soy la personificación de la fuerza de voluntad. La sensación es parecida a comer un platillo saludable: te sientes satisfecho, pero no exactamente saciado.

Quinto día

Está bien, así que toda esa cosa de que “no extraño a las redes sociales” no es verdad. Ya pasaron cuatro días desde que entré por última vez en mis cuentas y me siento ansiosa por ver lo que hacen mis amigos y por actualizarlos con mi viaje para recuperar la cordura aquí en Antigua.

¿Por qué el cambio repentino? Tal vez siento claustrofobia por estar en una isla, debido a la poca cantidad de información. Sí, es esa cosa. ¿Escuchaste la idea de demasiada información (DI)? Esto es MPI: muy poca información. No tengo idea de lo que sucede en el mundo ajeno a este sereno lugar que elegí como mi descanso. Me vuelve loca.

Me rindo y me dirijo a desayunar acompañada de mi laptop. Entro en mi correo electrónico de CNN y empiezo a devorar el desarrollo más reciente del escándalo de abuso sexual en Penn State, una historia que cubrí antes de mi viaje. Pronto empiezo a responder correos electrónicos y a buscar fuentes para otras historias en desarrollo.

“Mmm-hmm”, escucho que alguien murmura. Veo hacia arriba y hay una agradable mesera de Antigua que sacude su cabeza en señal de desaprobación. Sonrío tímidamente. “¿Cómo puedes ver a la computadora cuando tienes todo esto?, me pregunta, haciendo gestos hacia el extenso terreno de arena blanca y agua azul turquesa. Asiento con la cabeza, hago clic en ‘Enviar’ y apago mi laptop.

Todavía en la tarde me siento nerviosa otra vez, acosada por los pensamientos de quién respondió los correos electrónicos en el desayuno. ¿Fue suficiente mi mensaje de ‘Fuera de la oficina’, o la enorme cantidad de correos que envié harían pensar a mis contactos que estoy de vuelta en el trabajo? Basta decir que mi breve encuentro con Microsoft Outlook me sacó de la abstinencia. Aún así, logré resistir a la creciente necesidad de usar Facebook y Twitter.

En el atardecer, con un hermoso cielo en tono rosado sobre el Mar Caribe, me derrumbé y nuevamente revisé mi correo electrónico. Soy de lo peor, lo sé. La próxima vez debería ir de vacaciones a un centro de llamadas telefónicas sin ventanas.

Sexto día

Regreso esta tarde. Me siento descansada y, a pesar de todo el asunto de los correos electrónicos del día anterior, pienso que fue benéfico desconectarme. De camino hacia el aeropuerto, disfruto la vista del océano y de las colinas. Ya siento que aprendí a apreciar los momentos fugaces como estos en lugar de enterrar mi cabeza en mi BlackBerry.

Mis dos teléfonos permanecen apagados durante mi viaje hasta que aterrizo en el aeropuerto JFK. Entonces (…) inmediatamente los enciendo y empiezo a revisar mis cuentas de Twitter y de Facebook.

Y tuiteo: “Lo que me perdí durante mi moratoria de redes sociales: disturbios en Egipto, renuncia haqqani, nuevo Syracuse y los que acusan a Sandusky y ganador de DWTS (Bailando con las estrellas)”.

¿Volver a la normalidad?

¿Qué logré en este pequeña incursión de liberarme de Facebook? Empiezo a reaprender cómo conectarme con las personas. La gente solía describirme como una buena escucha antes de mi adicción a la BlackBerry. Me di cuenta que al cortar mi dependencia de la BlackBerry durante cinco días, eliminé un obstáculo en mis conversaciones frente a frente.

La luz roja intermitente a la que solía responder casi inmediatamente ya no compite con tanta urgencia por mi atención.

Siento que regreso a la normalidad. A las personas con quienes elijo pasar mi tiempo les doy lo que merecen: toda mi atención. Por el momento.