Por Yassin Alsalman*
Montreal (CNN) — La casa es el lugar más difícil de encontrar para los hijos de inmigrantes, pero para nosotros, nada está más cerca de casa que cuando explota una bomba en Bagdad. La semana pasada, unos días después de que las tropas estadounidenses se retiraran de Iraq, 63 personas murieron y 176 resultaron heridas en Bagdad.
Como hijo de iraquíes que dejaron su casa a finales de la década de 1970, encuentro fugaces momentos de esperanza que rara vez regresan a mí. Los recuerdos fulminantes de mi última visita a Basora corren por mi mente como grabaciones inconclusas. Recuerdo la casa de nuestros abuelos, el perro de mi tío y el tamaño de las llantas de su Jeep. Recuerdo perfectamente el olor, pero no puedo describirlo con palabras. Recuerdo sentirme pequeño; después de todo solo tenía cinco años.
Desde hace más de 20 años he visto las tragedias de Iraq solo por televisión o por internet. Hacemos frenéticas y confusas llamadas telefónicas a Iraq, mientras las voces del otro lado de la línea se pierden al contestar; no hay sobrecogimiento. Mi tía dijo que se sintió como “las puertas del infierno” el jueves pasado, con el calor suspendido en el aire mientras éste se levantaba de entre los escombros y los metales retorcidos alrededor de Bagdad.
La violencia sigue al sentido de seguridad de los iraquíes como el fantasma del pasado de Saddam. Mientras colgamos el teléfono con nuestras familias, todos nos preguntamos: ¿Hacia dónde vamos?
Mientras, los soldados llegan a tiempo a casa para las fiestas de temporada, muchos se preguntan, en primer lugar, ¿por qué estuvieron ahí? Tendríamos que habernos hecho hace muchos años las mismas preguntas.
Mi primo creció con mis abuelos en Iraq. Como niño de finales de los ochenta, vio la guerra desarrollarse frente a su casa en buena parte de las dos décadas posteriores.
Tuve el privilegio de una egoísta rebelión adolescente en Montreal, como voyeur de la guerra, mirando las noticias en la televisión. Durante el proceso, ambos estuvimos separados de nuestra respectiva realidad.
Pasamos algún tiempo juntos en los Emiratos Árabes Unidos, después de que mi familia materna tuviera la excepcional oportunidad de dejar Iraq en el 2005, exhausta por las sucesivas guerras. Las décadas de atentados habían cobrado su cuota, muy a menudo proporcionando malas noticias para quienes tienen que emigrar, enviando ondas regresivas a los corazones de todos los iraquíes.
Esas mismas bombas le hicieron algo a mi primo. Una noche nos sentamos y vimos juntos una película, algo que nunca antes había hecho con él. Cuando un coche explotó en la pantalla, su reacción inmediata fue taparse los oídos y cerrar los ojos. Vimos cosas diferentes. Él fue llevado de vuelta a casa y yo estaba perdido. El contraste en nuestras perspectivas sobre la vida me llenó de culpa. Algunos de nosotros damos tantas cosas por sentado.
Apagué el televisor.
En la zona Mashtal de Bagdad, una organización no gubernamental local de mujeres ofrece un seminario de sensibilización para viudas.
Mi hermana política regresó la semana pasada de Bagdad, con fotos del seminario.
La mayoría de las madres e hijas, a veces viudas las dos, perdieron a sus maridos por la violencia en el 2007 y 2008. Lo que queda de sus hogares es una estructura familiar fragmentada, junto con los daños provocados por décadas de sanciones y éxodos masivos, falta de infraestructura, sistemas educativos dañados y frecuente corrupción política. No podía dejar de pensar en el futuro de los niños olvidados de Iraq.
Eso es lo que la guerra es para mí. La guerra es el dolor remanente en nuestros corazones y almas. Ese desprendimiento de casa, en un intento por conseguir seguridad. Mientras los iraquíes se iban de casa, de la violencia y las explosiones en barrios como Karada, no podían taparse los oídos y los ojos.
No hay control remoto para Bagdad.
La mayoría de los soldados que regresan aún sienten ese dolor en sus corazones.
Nada bueno salió de esta guerra. No hay victoria en la violencia. Con un asombroso número de bajas, y un posible vínculo con un aumento de cáncer y de las tasas de defectos de nacimiento, ¿en dónde empezar a buscar justicia? ¿en qué punto estamos parados como organismo internacional de personas, en busca de una visión nueva y positiva sobre nuestro futuro?
Qué año. Hemos transmitido las muertes de los llamados líderes vía 3G en nuestros teléfonos celulares, obsesionados con la 3D, y nuestros hijos juegan Battlefield 3 mientras sostienen el destino del Irán digital en sus pequeñas manos. Se hacen películas sobre Iraq en tanto las noticias se despliegan, borrando los límites de la realidad. Los problemas a los que se enfrenta esta generación se sienten tan grandes que uno comienza a sentirse impotente. A veces, todavía me siento pequeño cuando pienso en Iraq.
¿Qué es lo que sigue para los iraquíes? La oportunidad de Iraq de una “primavera” fue robada y sus vecinos están perdiendo el equilibrio. Cualquier cosa que hagan, Estados Unidos, recuérdenlos en sus oraciones, junto con sus hijos, en esta temporada navideña. Mientras los niños de Bagdad preguntan: “¿Cuándo terminará de verdad la guerra?” Siempre hay esperanza en nuestra juventud.
La paz al Medio Oriente. A todo el mundo.
* Nota del editor: Yassin Alsalman, también conocido como rapero y músico con el sobrenombre de The Narcicyst, vive en Montreal. De ascendencia iraquí, nació en Dubai. Alsalman da clases en la Universidad de Concordia y es autor de “The Diatribes of a Dying Tribe”, la historia del papel del hip-hop en la nueva voz árabe.