Por Stephen D. Cox*

(CNN) — Era una noche horrible en al Atlántico Norte. El océano, que casi nunca está quieto, estaba tan calmado que hasta algunas estrellas se reflejaban en él. Miles de estrellas cubrían el cielo, como escenario del inmenso drama humano que sucedía ahí.

Un gran barco se hundía lentamente en sus heladas aguas. Sus 2.200 pasajeros y tripulantes se enfrentaban a decisiones desesperadas: ¿Debería ir a los botes salvavidas, será lo que debo hacer, y si llego a encontrar un lugar en alguno, debería de intentar rescatar a otras personas?

Unas 1.500 personas murieron esa noche. Ningún sobreviviente está vivo hoy en día. Pero el desastre del Titanic nunca se ha desvanecido de la imaginación del mundo.

Eso fue hace 100 años, del 14 al 15 de abril de 1912. A principios de este año, el Costa Concordia se atascó en el Mar Mediterráneo, a solo unos pies de una isla de vacacionistas cerca de tierra firme italiana. Afortunadamente, menos del 1% de sus 4,000 pasajeros fallecieron. El hundimiento del Titanic y el desastre del Costa Concordia tienen muy poco en común, sin embargo los reporteros los compararon. Y los mismos sobrevivientes del incidente de enero lo han hecho, al menos uno de ellos dijo que se sintió como si estuviera pasando lo mismo.

¿Por qué?, ¿Por qué continúa siendo el Titanic lo que le viene a la mente a la gente cuando surge la palabra “desastre”? Es virtualmente el único desastre que siempre es recordado, conmemorado y hasta celebrado. La respuesta tiene que ver con el drama de tener que escoger, no con los hechos del propio desastre.

En 1865, el Sultana, un bote que navegaba por el río Mississippi, explotó y se perdieron más de 1.500 vidas. En 1915, el trasatlántico Lusitania fue atacado por un torpedo de un submarino alemán y 1.200 personas murieron. El mismo año, el barco de vapor Eastland se volcó en el río de Chicago, matando a 840 pasajeros. (Irónicamente, el barco estaba atascado de botes salvavidas, pero fueron inútiles ya que el Eastland se hundió inmediatamente después de que la gente lo abordara).

Eventos espantosos, y cada uno tiene su propia importancia, pero casi nadie recuerda al Sultana o al Eastland, y no hay reportes de que alguien del Costa Concordia haya dicho “Esto es igual al Eastland, está pasando lo mismo”. Y con respecto al Lusitania: se le recuerda solo como la causa de que América entrara a al Primera Guerra Mundial. Sería difícil encontrar a alguien que recuerde cualquier cosa de lo que pasó en la cubierta de aquel navío.

Y eso no es porque se hayan hecho películas del Titanic y no del Lusitania. No pudieron haber hecho una buena película acerca del Lusitania porque su hundimiento, como los otros desastres que acabo de mencionar, solo fue una escena de horror. No fue, como en el Titanic, un evento de interés dramático permanente.

El Titanic se hundió en dos horas con 40 minutos, el tiempo que suele durar una obra. Entre las víctimas se encontraban personas de diversos rangos, estatus y personalidades. La diversidad de los pasajeros era suficientemente amplia como para representar a toda la raza humana, y sin embargo era pequeña como para formar una sociedad contenida en sí misma, en la que los individuos podían ver lo que otros individuos estaban haciendo, y poder pensar con cuidado acerca de sus propias respuestas. El Titanic tuvo lo que cualquier drama necesita: un enfoque implacable de las decisiones supremas en las vidas de los individuos.

Otros desastres fueron o muy grandes o muy pequeños como para desarrollar este tipo de interés. Sucedieron muy rápido o muy lento. El gran incendio de Chicago de 1871 y el temblor e incendio de San Francisco de 1906 fueron olas de destrucción que rodaron por los días a través de grandes paisajes fuera de foco. Hoy son recordados no como dramas de hombres y mujeres individuales, sino como pruebas de la habilidad de supervivencia de los habitantes ante las fuerzas de la naturaleza.

En contraste, el Lusitania, el Sultana y el Eastland, fueron destruidos en minutos. La gente no tuvo tiempo de analizar sus opciones, de considerar lo que moralmente podían o debían hacer. No hubo tiempo para pensar si tomar el primer lugar en el bote salvavidas o dárselo a alguien más, o reflexionar en su propia vida y decidir cómo enfrentar su fin.

No hubo tiempo para que una pareja de gente mayor, como Ida e Isidor Straus, del Titanic, se decidieran a rechazar sus lugares en el bote salvavidas, y se quedaran juntos, enfrentando una muerte segura. No hubo tiempo para que alguien como J. Bruce Ismay, jefe de la compañía que operaba al Titanic, se quedara en cubierta, tratando de ayudar a los esfuerzos de rescate y que de pronto, decidiera abandonar la embarcación. No hubo tiempo para desarrollar escenas a veces inspiradoras, a veces descorazonadoras, pero siempre memorables, de la vida humana que el Titanic sigue presentando.

Solo otro desastre puede ser comparado con el del Titanic: El 11 de septiembre del 2001. Los eventos del 9/11 se llevaron a cabo casi en la misma cantidad de tiempo e involucraron a comunidades con la misma diversidad de personas, involucradas en momentos, de verdad, inolvidables. La resistencia heróica de los pasajeros del vuelo 93 y el valor de los bomberos en las Torres Gemelas son solo dos escenas de esta gran drama humano. El Titanic y el 9/11 seguirán siendo recordados, no por su horror, sino por lo que nos enseñan acerca del drama y de la dignidad, de gente real tomando las últimas decisiones de sus vidas.

*Nota del Editor: Stephen D. Cox es profesor de literatura en la Universidad de California en San Diego y es autor de La Historia del Titanic: Decisiones difíciles, Decisiones Peligrosas.

(Las opiniones recogidas en este texto corresponden exclusivamente a Stephen D. Cox).