La Operación Serval busca sacar a los grupos islamistas de las principales ciudades del norte de Malí.

Por Derek Henry Flood

(CNN) — Nota del Editor: Derek Henry Flood es escritor especializado en temas de seguridad internacional. Su trabajo ha sido publicado por la Fundación Jamestown, Jane’s y CNN, y estuvo en Malí en 2012.

El gobierno francés ha lanzado el guante a los yihadistas de Ansar Dine, Defensores de la Fe, y a sus compañeros de viaje en Malí, e insiste en que su objetivo es nada más y nada menos que la erradicación de estos grupos militantes.

Es una gran tarea, incluso con la ayuda logística y de inteligencia estadounidense y la posibilidad de refuerzos por parte de los Estados africanos. Y el resultado está lejos de asegurarse.

La Operación Serval busca sacar a los grupos islamistas de las principales ciudades del norte de Malí, así como de los pequeños pueblos que hay en toda esta vasta región. Sin embargo, estos grupos han tenido nueve meses para establecer defensas y una cadena de mando, y mejorar sus arsenales.

En Bamako, en las polvorientas tierras centrales de Malí, la toma del control del norte por parte de grupos islamistas ha traumatizado a decenas de miles de civiles. Muchos han huido de sus hogares; otros han padecido hambre o crueles castigos por “delitos” que no existían antes de que los islamistas llegaran.

La población común y corriente ve con beneplácito la intervención francesa. Sin embargo, su entusiasmo podría desvanecerse en caso de que el resultado sea una prolongada guerra urbana y destrucción.

En mi viaje realizado en junio pasado por la RN15, una de las pocas carreteras en Malí dignas de tal palabra, conocí a Mohammed al-Mahmoud, un destacado artesano tuareg de Tombuctú. En ese momento, las fuerzas de seguridad de Malí se habían esfumado ante el avance de los islamistas.

Al-Mahmoud me dijo que no había visto vestigio alguno del Estado en Konna, pueblo de unos 50,000 habitantes, contradiciendo la afirmación de un oficial militar de alto rango, quien me aseguró que sus militares fueron desplegados en el lugar precisamente para disuadir un posible avance hacia el sur por parte de los islamistas.

Konna estaba en medio de una zona sin gobierno de amortiguación y no precisamente era un poblado bien protegido en la línea de frente. Y así se mantuvo por meses, quizá apaciguando a los gobiernos extranjeros e incluso al Ejército maliense con una falsa sensación de seguridad. Eso hasta la semana pasada, cuando los militantes de Ansar Dine realizaron un repentino movimiento hacia el sur para tomar el pueblo y conseguir ganar distancia del importante pueblo de Mopti y del aeropuerto de Sévaré.

Eso provocó la inmediata llegada de las fuerzas aéreas y terrestres francesas a Malí para ayudar a las tropas locales a hacer retroceder a los yihadistas que avanzaban. El fin de semana, aviones de combate Mirage lanzaron misiones de combate contra Léré, cerca de la frontera con Mauritania, así como contra el vital centro de Gao y el pueblo dee Douentza. Ahora, vehículos blindados franceses van desde Bamako hacia el norte.

Gran Bretaña se comprometió a colaborar con el transporte de tropas de los Estados africanos vecinos, y Estados Unidos utilizará sus grandes capacidades técnicas para asistir en las operaciones en general. Sin embargo, Francia será el actor esencial externo en el conflicto.

Un entramado islamista en la zona

La crisis de Malí comenzó a mediados de enero del año pasado, cuando el Movimiento Nacional para la Liberación del Azawad (MNLA), una organización separatista de etnia tuareg, y Ansar Dine, un grupo recién formado de corte salafista yihadista, atacaron el poblado nororiental de Menaka.

A raíz de una serie de sorpesivas incursiones hechas a finales de marzo de 2012 por grupos rebeldes fuertemente armados, las fuerzas de seguridad de Malí evacuaron tres regiones del norte: Gao, Tombuctú y Kidal. El Ejército, la policía nacional y la fuerza gendarme paramilitar se trasladaron a la seguridad proporcionada por los cuarteles y las estaciones construidas con bloques de cemento al sur de una línea de frente construida velozmente. Y durante un tiempo los dispares movimientos rebeldes trabajaron juntos en una alianza ad hoc, a pesar de sus muy distintos objetivos e ideologías.

Pero pronto las muy divergentes agendas de Ansar Dine y MNLA conllevaron a enfrentamientos entre ellos. Ansar Dine está dirigido por un tuareg con el nombre de Iyad ag Ghaly, un veterano separatista convertido en islamista. Los yihadistas prevalecieron.

Sin embargo, el Ansar Dine de Ghaly es sólo uno de los tres grupos salafistas yihadistas en el norte de Malí. A sus hombres ataviados con turbantes pronto se les unió el contingente sahariano del grupo Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), encabezado por argelinos, y otro grupo hasta ahora desconocido, el Movimiento para la Unidad y la Yihad en África Occidental (MUJAO, por sus siglas en inglés), el cual se cree que lo dirige un ciudadano mauritano llamado Hamada Ould Khairou. El 7 de diciembre de 2012, el Departamento de Estado de EU clasificó a Khairou como un “Terrorista Global Especialmente Señalado”.

La pérdida del norte, y el resentimiento entre los oficiales del ejército de que estuvieron inadecuadamente equipados para combatir la rebelión, condujo a un golpe de Estado contra el presidente elegido por la vía democrática, Amadou Toumani Touré. Fue derrocado por una junta militar encabezada por un oscuro capitán del Ejército, Amadou Sanogo, quien lo acusó de mano blanda al momento de negociar con AQMI y los separatistas tuareg.

Una tarea mayor de lo previsto

Los grupos islamistas fuertemente armados podrían haber decidido no avanzar más hacia el sur después de su inicial toma de control del territorio, debido a que estaban ocupados en la consolidación de su poder en las zonas que ya están bajo su control. Un frágil status quo dejó a la comunidad internacional con la ilusión de que había tiempo suficiente para planificar la acción militar, a la par de dejar espacio para las negociaciones que podrían conducir a una solución política.

Los franceses fueron los más obstinados en el apoyo a la intervención militar por la Cedeao (Comunidad Económica de los Estados de África Occidental), pero se reconoció que la magnitud de la tarea era enorme. El Ejército maliense estaba escaso en moral y equipo, las distancias eran grandes y el territorio difícil. Los vecinos de Malí titubearon con su propia planificación militar para derivar en una serie de infructuosos e interminables conversaciones con diversas facciones rebeldes que fueron dirigidos por Blaise Compaoré, el longevo presidente de Burkina Faso y por su ministro de Exteriores, Djibril Bassolé.

El presidente Compaoré, alguna vez hombre de confianza del fallecido dictador libio Moammar Gadafi, tiene la reputación de entrometerse en los asuntos de sus vecinos de África occidental, entre ellos los conflictos del pasado en Liberia, Sierra Leona y Costa de Marfil. Para gran consternación de los de línea dura a favor de la junta en Malí, Burkina Faso invitó a los rebeldes a las conversaciones en un lujoso hotel de Uagadugú y envió una delegación de alto nivel a Gao y Kidal encabezada por Bassolé.

Cheikh Modibo Diarra, el recientemente destituido primer ministro de la transición en Malí (y excientífico de la NASA) dijo en noviembre que estaba abierto a conversaciones en Burkina Faso tanto con el MNLA como con los yihadistas de Ansar Dine, con la condición de que fueran ciudadanos de Malí con una agenda puramente maliense. Poco después, salió de su puesto, mostrando una vez más la total disfunción de la política en Malí. Parece que la iniciativa de Diarra no fue del parecer del capitán Sanogo, quien ejerce una influencia considerable a pesar de formalmente rendir cuentas a un presidente civil.

La debilidad de los países vecinos

El 20 de diciembre, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la resolución 2085 en virtud del Capítulo VII de la Carta de Naciones Unidas, permitiendo la consiguiente creación y despliegue de tropas internacionales en Malí. La ONU permitió la creación de la Misión de Apoyo Internacional en Malí (AFISMA), liderada por países africanos, en colaboración con la Cedeao y la Unión Africana. Los miembros de la comunidad internacional esperaban que se alcanzaran ciertos puntos de referencia entre las élites políticas de Malí y la junta militar que todavía ejerce un poder considerable.

Pero parece que Ansar Dine y el MUJAO operaban en su propio calendario estratégico, tomando por sorpesa a muchos, entre ellos civiles que se vieron obligados a huir de los combates.

EU ha visto con preocupación el deterioro de la situación en Malí, pero sin el ánimo de hacer una intervención directa. Después del ataque de septiembre perpetrado contra un recinto diplomático de EU en Benghazi, la secretaria de Estado de EU, Hillary Clinton, pareció sugerir que podría haber habido un vínculo entre el grupo AQMI que opera libremente en zonas en las que no hay gobierno en Malí y la tragedia en el oriente de Libia.

“Ellos [AQMI] están trabajando con otros extremistas violentos para socavar las transiciones democráticas en curso en África del Norte, como trágicamente pudimos observar en Bengasi”, dijo.

Sin embargo, ha sido difícil armar una coalición de países africanos dispuestos o en condiciones de ir a la guerra en nombre del débil gobierno civil de Malí. Muchos de los vecinos de Malí justificadamente estaban preocupados por la posibilidad de un conflicto regional más amplio y el riesgo de percances terroristas en casa. Y estaban preocupados de que una parte sustancial de la población de Malí no los recibiera bien.

No son Estados con fuerzas de reacción rápida bien entrenadas, ni con transporte aéreo o apoyo suficiente para tener una presencia considerable en territorio hostil. Pero al menos ahora siete países de África occidental están dispuestos a proporcionar tropas a una fuerza de intervención regional.

Los dos halcones morales en Malí han sido el presidente francés, Francois Hollande, y el presidente de Níger, Mahamadou Issoufou (quien ofrece efectivos militares a la fuerza de la Cedeao), dos líderes que creen que pueden tener más que perder en caso de que empeore el conflicto en Malí.

Francia todavía tiene rehenes en el norte de Mali, entre ellos cuatro de sus ciudadanos capturados por militantes con base en Malí en el vecino país de Níger, en 2010, cuando estos individuos trabajaban para Areva, un consorcio minero francés del uranio. AQMI ha tenido retenidos a los hombres como moneda de cambio y, potencialmente, podría ejecutarlos a manera de respuesta por la intervención francesa.

En Níger, el presidente Issoufou teme que el conflicto armado (y una ola de refugiados) pueda extenderse a las regiones del norte del país y volver a encender sus propios problemas con los tuareg.

A pesar del relativamente pequeño número de combatientes militantes, no es sencilla la intervención francesa. Las distancias son enormes, la geografía difícil, y el riesgo de que los países vecinos sean arrastrados por la crisis de Malí no se puede descartar. El ministro de Defensa francés ha reconocido que los militantes son un adversario decidido y bien equipado. Para desalojarlos se necesitará algo más que unos cuantos ataques aéreos.