La salud de los padres está estrechamente vinculada a la salud de los bebés, según un estudio.

Por Amanda Enayati

Nota del editor: Amanda Enayati, colaboradora de CNN, analiza el tema de la búsqueda de la serenidad: la lucha por el bienestar y el equilibrio vital en tiempos de estrés. Síguela en Twitter o Facebook.

(CNN) — Sin lugar a dudas, la mayor pelea materna que he visto ocurrió antes de una clase de Mamá y Yo, e involucró a dos madres del Upper West Side de Nueva York que discutían los pros y los contras del método de dejar que los niños lloren hasta que se queden dormidos.

La joven instructora, quien parecía estar lista para llorar, tuvo que intervenir para poner fin a la discusión y empezar la clase.

El método de dejar llorar a los niños por periodos variables antes de ofrecerles consuelo tiene como meta hacer que tu bebé aprenda a dormirse solo para que también tú puedas descansar.

En el centro de todo está el estrés y la cordura: la del bebé, la tuya y la de cualquiera que esté lo suficientemente cerca como para escuchar.

El método está sujeto a intensos debates, opiniones apasionadas y estudios con descubrimientos contradictorios.

Hace unas semanas, la revista Developmental Psychology publicó un estudio en el que se apoyaba la noción de que la mayoría de los niños mayores de seis meses estaría mejor si se les dejaba solos para que se tranquilizaran y se durmieran.

Al señalar que la falta de sueño puede exacerbar la depresión materna, la investigadora y profesora de la Universidad Temple, Marsha Weinraub, concluyó: “Como las madres de nuestro estudio describían que el que los niños se despertaban varias veces durante la semana ocasionaba problemas para ellas y sus familiares, los padres podrían sentirse animados a establecer una rutina más detallada y cuidadosamente dirigida para ayudar a los bebés a tranquilizarse a sí mismos y a tomarse un descanso ocasional”.

La mayoría de los expertos coincide en que el bienestar de los padres es vital para la salud y el desarrollo de los infantes. Weintraub insinuó que sería beneficioso que se hicieran más investigaciones acerca de la relación entre las veces que despierta un infante y la depresión materna.

Dormir adecuadamente es, desde luego, clave para los niveles de estrés de los padres. Se ha asociado la falta de sueño con un riesgo radicalmente mayor de depresión materna y de problemas maritales.

Lo que enturbia las aguas es lo bien (o mal) que se desempeña un bebé en el escenario del llanto.

Del lado del entrenamiento para favorecer el sueño, está un estudio australiano publicado en septiembre en el que se estudió a 326 niños, cuyos padres reportaban problemas para dormir a los siete meses. La mitad de los bebés se distribuyeron en un grupo al que se dio entrenamiento para dormir y la otra mitad fue el grupo de control con el que no se usó dicho entrenamiento.

Cinco años más tarde, los investigadores dieron seguimiento a los participantes, que ahora tenían seis años, y a sus padres.

Los niños de ambos grupos mostraron pocas o ninguna diferencia significativa en cuanto a la salud emocional, comportamiento o trastornos del sueño. Los niveles de estrés o depresión de las madres eran casi los mismos, al igual que los lazos entre padres e hijos en ambos grupos.

Los investigadores descubrieron que no hay problema si se permite que los niños lloren durante periodos limitados mientras aprenden a dormirse solos.

En contradicción directa con este estudio está una investigación realizada en la Universidad del Norte de Texas que se publicó el año pasado en la revista Early Human Development. Los investigadores observaron a 25 infantes de entre cuatro y 10 meses en un programa de entrenamiento para dormir de cinco días y monitorearon los niveles de la hormona del estrés (la cortisona) en los bebés, a quienes dejaron llorar hasta que se quedaran dormidos sin consolarlos.

Los científicos midieron cada noche el tiempo que los infantes lloraron antes de quedarse dormidos. Las madres esperaban en la habitación adyacente y escuchaban llorar a sus bebés pero no se les permitió entrar a consolarlos.

Para la tercera noche, los bebés lloraron por un periodo más breve y se quedaban dormidos más rápidamente. Sin embargo, los niveles de cortisona medidos en su saliva seguían siendo elevados, lo que indicaba que los infantes estaban igual de estresados que si hubieran seguido llorando. Así que aunque los niveles internos de angustia de los infantes no habían cambiado, las exteriorizaciones de ese estrés se extinguían a través del entrenamiento para dormir.

En el caso de las madres, los niveles de la hormona del estrés disminuyeron conforme parecía que los bebés se calmaban y se quedaban dormidos.

En el estudio no se especificó si los niveles de estrés de los bebés disminuían conforme sus patrones de sueño se normalizaban. Los investigadores están estudiando este asunto y otros más como parte de un seguimiento más extenso.

Como pasa con la mayoría de las cosas en la vida, cuando se trata de bebés y la ciencia del sueño, la única certeza es que no hay certezas. Los que viajamos en la montaña rusa de la paternidad moderna somos los primeros testigos de que la perfección simplemente no existe, en especial cuando tienes los ojos enrojecidos, tienes insomnio a las 4:15 de la madrugada y te espera un día de trabajo.

Algunos investigadores sugieren que los padres podrían lograr cierta claridad si parten desde una meta a largo plazo.

Darcia Narvaez, profesora de psicología en la Universidad Notre Dame, estudia la cognición y el desarrollo moral. En sus investigaciones estudia la influencia que tienen las experiencias de las etapas tempranas de la vida en el desarrollo del cerebro, el funcionamiento moral y la personalidad en niños y adultos.

Narváez impulsa un estilo de paternidad más receptivo que imita las prácticas de crianza ancestrales como la lactancia, el contacto físico frecuente, consolar a los bebés angustiados, jugar en exteriores y una comunidad más amplia de cuidadores.

De acuerdo con Narváez, las investigaciones demuestran que la paternidad receptiva puede ayudar a que los infantes desarrollen la autorregulación y puede influir en la consciencia, el control de impulsos, la empatía, la adaptabilidad y otros atributos de la personalidad.

La lista de Narváez es asombrosamente parecida al grupo de características que el periodista Paul Tough discute en su libro: How Children Succeed: Grit, Curiosity, and the Hidden Power of Character (Cómo triunfan los niños: el valor, la curiosidad y el poder oculto de la personalidad).

En el libro, Tough examina las habilidades y los rasgos que llevan al éxito y finalmente plantea la hipótesis de que los atributos de la personalidad pueden ser más importantes que las habilidades cognitivas como el CI y la inteligencia.

“En la última década y en especial en los últimos años”, escribe Tough, “un variado grupo de economistas, educadores, psicólogos y neurocientíficos han empezado a presentar pruebas de que… lo que más importa en el desarrollo de un niño… no es cuánta información puede introducirse en su cerebro durante los primeros años de vida. Lo que importa es si somos capaces de ayudarle a desarrollar una serie de cualidades muy diferentes, entre las que están la perseverancia, el autocontrol, la curiosidad, la meticulosidad, el valor y la confianza en sí mismo”.

¿Puede la paternidad responsable sentar las bases durante el primer año de vida del niño para la óptima regulación de las respuestas sociales y conductuales y tal vez para un mayor éxito en la vida? Parece una pesada carga. Nadie lo sabe con certeza.