Por Anthony Bourdain, CNN
Nota del editor: El especial de “Anthony Bourdain: Partes desconocidas, Libia” se transmitirá por CNN en Español este domingo 25 de mayo a las 5:00 p.m. ET.
(CNN) – Varias fuentes lanzan agua en el lago artificial afuera de las paredes de medina. Dentro del barrio antiguo de la ciudad, los niños juegan con pirotecnia y las explosiones resuenan a través de las angostas calles. Mañana es el cumpleaños del profeta Mahoma. La Plaza de los Mártires está llena de familias, niños en patinetas y jóvenes en motocicletas. Hacen wheelies y toda clase de trucos mientras estallan los petardos. El clima es caótico, exuberante.
La seguridad y el control del tráfico dependen de la improvisación: muchachos con pantalones de camuflaje, en su mayoría civiles hasta el año pasado, hacen lo que pueden para mantener el orden. Las ambulancias se sitúan a un costado de la plaza para atender a los heridos por los fuegos artificiales, que serán muchos. Todos los niños mayores de cinco años parecen tener un encendedor y un arsenal de cohetes. Mujeres con atuendos tradicionales lanzan petardos desde las ventanas.
En el hotel Radisson, los sándwiches y los cafés llegan puntuales al vestíbulo y solo la imagen de ropas de camuflaje rompe con el cuadro de profesionales expatriados: empresarios petroleros, embajadores y el ocasional guardia de seguridad.
En el parque de diversiones, los padres compran algodón de azúcar y palomitas para sus hijos.
Esto es Trípoli después de 42 años de pesadilla. La ciudad y su gente apenas están despertándose, intentando descubrir qué hacer y cómo hacerlo.
Y no es lo que está hecho pedazos de la Libia post Gadafi lo que me llama la atención. Lo increíble es todo aquello que hoy funciona, tan poco tiempo después del fin de un régimen de poder centralizado que duró más de cuatro décadas.
Libia es un lugar difícil para realizar un programa de viajes, comida y cultura. No soy un periodista. Mucho menos un corresponsal de guerra o un experto en política externa. Tampoco estoy completamente interiorizado en el complejo mapa político y de seguridad de Libia. Siendo sincero, sentí miedo por los informes diarios de seguridad, siempre marcados por una preocupación en ascenso.
La semana que pasé en Libia me permitió apreciar lo difícil que debe ser informar desde lugares así. Los obstáculos y los peligros son enormes. Y yo lo descubrí desde un lugar de relativa suntuosidad. A diferencia de muchos periodistas que han informado durante años desde Iraq y Afganistán, nadie dispara en mi dirección. Pese a que Libia presente un “ambiente de alto riesgo”, como afirman los encargados de seguridad, no es una zona de guerra. Para decirlo de otra forma: comparado con la gente que trabaja y vive en lugares así, mi equipo y yo somos unos cobardes.
¿Qué nos llevamos de este lugar? Todavía no lo sé. Lo que sí sé es que las sensaciones fueron variando: fue algo aterrador, divertido, desgarrador, revelador y, sobre todo, inspirador. ¿Logramos lo que vinimos a buscar? No. Sí. Y más.
En Misurata, lugar de una importante batalla de la revolución que derrocó a Gadafi, el joven hombre y la mujer que nos cuidaron supieron ser, hasta hace poco, estudiantes de medicina, mecánicos, conductores de camiones y tenderos. En apenas unos meses, se habían convertido en aguerridos luchadores y paramédicos en el campo de batalla, y eran increíbles. Eran orgullosos, generosos y súper divertidos. Disfrutan de una parrillada en la playa como tú y como yo. Eran muy atentos y hospitalarios, como la gente que conocí en Montana o Missouri, solo que más jóvenes y hasta más dulces. Aquellos que lucharon contra Gadafi, de cualquier ciudad, de cualquier grupo, parecen reconocerse entre sí con apenas una mirada, aun cuando nunca se hayan visto antes.
Los que hablan inglés lo hacen con acento estadounidense, como aprendieron viendo televisión. Llevan pistolas y granadas y tienen fusiles AK-47 en sus carros. Cuando las cosas se complican (como sucedió varias veces durante mi estancia), parecen incómodos y avergonzados. Dirán entonces, con dolor: “Tenemos dinero. Tenemos petróleo. Solo queremos seguridad. Paz. Queremos ser como todos los demás. Queremos ser como Europa”. Saben que alcanzar ese deseo no será sencillo. Cuando pregunté cuánto tardarían en lograrlo, la mayoría se encogió de hombros y contestó: “Cinco años”. Otros, menos optimistas, dijeron “Diez”.
Les deseo lo mejor.