Por Frida Ghitis, especial para CNN
Nota del editor: Frida Ghitis escribe sobre temas mundiales para las publicaciones Miami Herald y World Politics Review. Fue productora y corresponsal de CNN y escribió el libro: The End of Revolution: A Changing World in the Age of Live Television. Síguela en su cuenta de twitter: @FridaGColumns.
(CNN) — ¿Sería posible que Egipto termine exactamente en el mismo lugar donde empezó?
El fallo de un tribunal egipcio, con el que fue liberado de prisión el expresidente Hosni Mubarak, se suma a la noción de que Egipto ha regresado exactamente al lugar en el que se encontraba antes de que el pueblo derrocara a Mubarak para poner fin a 30 años de dictadura.
Tal vez así parezca, pero es una conclusión equivocada. Egipto es un lugar muy diferente al que era antes de la caída de Mubarak. Además, tras dos años y medio de conmoción, el resto de Medio Oriente también es distinto.
El decir que la revolución no ha transcurrido como se esperaba, es señalar lo evidente. La libertad de Mubarak es un símbolo importante y un tanto desesperanzador de los reveses que han sufrido quienes quieren que la democracia reemplace a la dictadura.
Desde el último día en que Mubarak fue presidente, Egipto ha vivido dos derrocamientos, un intento fallido de democracia y un gran baño de sangre. En el proceso, el país ha aprendido muchas lecciones.
La inocencia de 2011 se esfumó.
Hay una nueva madurez, un nuevo realismo. No hay signos de una democracia como tal en ninguna parte del Medio Oriente árabe, pero existe una nueva noción de que quienes gobiernen necesitan el consentimiento del pueblo antes de disfrutar de la legitimidad en su puesto.
Un régimen podría permanecer en el poder sin el sello de la aceptación popular, pero será calificado como una dictadura; permanecerá inestable y odiado. Su supervivencia atentará contra la dignidad de la nación.
Ningún gobierno quiere que lo conciban así. Ningún ciudadano quiere que lo gobiernen así.
Medio Oriente tal vez no luzca como la mayoría de las personas desearían, pero se ha transformado.
Por eso, antes de que las fuerzas armadas intervinieran para destituir a Mohamed Morsi de la presidencia, se aseguraron de contar con un firme apoyo popular. Fueron más las personas que firmaron una petición para que Morsi dimitiera que quienes votaron por él en las elecciones presidenciales.
Ahora, un primer ministro elegido por el jefe del Ejército, Abdel Fatah El Sisi, gobierna Egipto, pero El Sisi depende de la aprobación del pueblo, como Mubarak nunca lo hizo. Ciertamente la situación se presta a la peligrosa manipulación populista y nadie confundiría la estructura actual con una democracia, pero incluye elementos importantes que a final de cuentas podrían producir un futuro más democrático.
Incluso ahora que las fuerzas armadas están al mando, la noción de que el pueblo apoya al Ejército es el principal argumento que El Sisi tiene para defender su postura.
El pueblo tiene un poder como nunca antes. Ha cambiado la mentalidad de quienes vivieron bajo décadas de dictadura.
Muchas cosas más son diferentes. Desde que surgió el optimismo embriagador en la plaza Tahrir, la gente ha aprendido que las revoluciones son difíciles de controlar. El experimento desastroso que se llevó a cabo bajo el gobierno dominado por la Hermandad Musulmana, la debacle económica y la violencia que los egipcios han soportado, dieron una dura lección a Egipto y a sus vecinos.
Quienes quieren ver regímenes más incluyentes y elementos de gobierno más democráticos en otros países de Medio Oriente han observado a Egipto. También a la catástrofe en Siria. El impulso revolucionario deberá ser ahora más calculador y cuidadoso. Las reformas no ocurrirán luego de unas cuantas semanas de cánticos y de consignas de libertad.
Tal vez los reformadores de Egipto podrían volverse más prudentes. Las auténticas mejoras requieren de labores sistemáticas y graduales. La democracia necesita más que unas elecciones. Las instituciones democráticas y la mentalidad democrática deben desarrollarse antes de que tengan éxito. Es importante sentar las bases para el consenso.
Otro enorme cambio que se ha dado desde los días de Mubarak es la transformación de la imagen que la gente en Medio Oriente tiene sobre los personajes clave de la región.
La Hermandad Musulmana, por ejemplo, no solo ha perdido poder, sino que su reputación ha sido profundamente afectada. A ojos de muchas personas es una muestra de incompetencia y poca fiabilidad. Morsi, de la Hermandad, fue electo con el voto de solo el 24% de los votantes calificados y su comportamiento fue como si tuviera un mandato popular abrumador.
Trató de promover la agenda de la Hermandad Musulmana y de impulsar una constitución redactada por sus aliados, designó a miembros de la Hermandad en puestos clave, permitió que prosperara un ambiente de persecución e intimidación contra los no musulmanes, y trató de ponerse por encima de la ley.
Como resultado, sus índices de aprobación iniciales cayeron constantemente hasta que millones de personas salieron a las calles para exigir su renuncia. Antes de que lo destituyeran, el 70% de los egipcios encuestados respondió que estaban preocupados de que la Hermandad Musulmana hubiera tratado de “islamizar” el país en contra de su voluntad.
La Hermandad Musulmana fue puesta a prueba y fracasó.
Ese experimento egipcio resonará en esta época de turbulencia. No solo ha cambiado la imagen de la Hermandad Musulmana.
El presidente de Siria, Bachar al Asad, tuvo alguna vez reputación de ser moderado e incluso reformador. Ahora que han muerto más de 100,000 personas en la guerra civil que ocurre en ese país, es considerado un dictador implacable, aunque en el movimiento en su contra participan muchos combatientes islamistas cuya ideología enfrenta el rechazo de los partidarios del cambio democrático.
Aunque Mubarak esté libre de nuevo, los levantamientos árabes han debilitado a otras organizaciones. Hezbolá, el grupo chiita libanés, ha manchado su nombre al unirse a Al Asad en la lucha. Hamas, la versión palestina de la Hermandad Musulmana, sigue al mando de la franja de Gaza, pero ya no goza del apoyo de la mayoría del público egipcio.
Parecería que Mubarak regresa al escenario que abandonó, como si nada hubiera cambiado. Sin embargo, el expresidente egipcio entra a un mundo diferente. Los últimos dos años han cambiado el rumbo de la historia.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Frida Ghitis.