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Nota del editor: Sung-Yoon Lee es profesor de la Fundación Kim-Koo-Korea en Estudios Coreanos, y es profesor auxiliar en la Escuela Fletcher de Derecho y Diplomacia en la Universidad Tufts.

(CNN) – Dennis Rodman, exjugador estrella de la NBA y el primer estadounidense que se sabe conoció al líder norcoreano Kim Jong Un, se encuentra nuevamente en ese país, supuestamente para encontrarse con “su amigo Kim, el Mariscal”. También está ahí para negociar la liberación de Kenneth Bae, un ciudadano estadounidense que ha estado detenido ahí desde noviembre.

El segundo viaje de Rodman a Corea del Norte este año viene después de meses de amenazas de aniquilación nuclear por parte de Pyongyang. Su deseo de ayudar a Bae probablemente se registrará en las crónicas de la historia diplomática como un poco más que una simple aventura.

Sin embargo, uno nunca sabe. El “Mariscal”, quien en realidad nunca ha servido en el ejército, podría elegir actuar como un estadista y liberar a Bae luego de otra agradable velada con la leyenda del básquetbol. Éstas serían buenas noticias para Bae, quien según los informes, no está bien de salud.

Un gesto tan dramático como éste de buena voluntad por parte del aislado líder tendría el efecto de ofender a Estados Unidos ante la reciente cancelación que Corea del Norte hizo de la invitación a un enviado especial estadounidense para discutir asuntos de derechos humanos en Corea del Norte.

Rodman, por supuesto, no está calificado para llevar a cabo negociaciones con Corea del Norte en asuntos importantes de política. El liderazgo de Corea del Norte tampoco lo ve como un buen transportador de un mensaje oficial a Washington.

La relación poco convencional entre Rodman y Kim es el equivalente al agrado que él siente por los personajes de Disney y las mujeres con poca ropa en el escenario. Es puro y simple placer.

La atracción que Kim siente por iconos estadounidenses como la NBA o Hollywood no es una señal de una inclinación genuina hacia Washington. Esto no indica que hayan intenciones de reformar o cambiar el estado totalitario y aislado que encierra a más o menos el 1% de la población en campos de concentración políticos.

Nunca debemos olvidar que en medio de la ligereza y afabilidad que procederán de Pyongyang en los próximos días, Corea del Norte, a lo largo de más de 60 años de existencia, ha cometido ataques sistemáticos y generalizados a su población de civiles, incluyendo asesinato, exterminación, esclavización, tortura, esclavitud sexual forzosa y desaparición de personas. En resumen, estos son crímenes en contra de la humanidad.

Sin embargo, ¿qué pasa con los efectos residuales de la calidez y fraternidad entre Kim y Rodman? ¿Acaso tal “encuentro cultural” entre el coreano y el estadounidense llevará a un gran avance, como supuestamente ocurrió con la “diplomacia del ping-pong” entre China y Estados Unidos en 1971?

En 1971, jugadores de ping-pong estadounidenses fueron invitados a China por primera vez. Sólo tres meses después de ese “intercambio cultural” sin precedentes, Henry Kissinger, asesor de seguridad nacional de Estados Unidos, visitó Pekín en secreto, un golpe diplomático que fue culminó con la visita del Presidente Richard Nixon a China en febrero del año siguiente.

No sea que cualquiera crea que la diplomacia del ping-pong y el acercamiento China-EE.UU. están unidos por causa y efecto y llegue a la conclusión apresurada que la última visita de Rodman tiene la oportunidad de propiciar un avance entre Washington y Pyongyang; yo diría: Lo teatral no equivale a la política.

La buena voluntad que se desencadenó a causa de los partidos de ping-pong entre chinos y estadounidenses en 1971 contribuyó con los contratos secretos entre Washington y Pekín, que habían estado en curso desde septiembre de 1970. Los dos países querían discutir asuntos geopolíticos de importancia para ambos: Contener la amenaza soviética, la Guerra de Vietnam, el puesto de China en el Consejo de Seguridad de la ONU y Taiwán.

Sin embargo, las actitudes teatrales son completamente irrelevantes en la política. En todo caso, las muestras ocasionales de afinidad del joven líder de Corea del Norte por la cultura pop de Estados Unidos sólo molestará a las viejas guardias revolucionarias del país. A Kim claramente le hace falta la seriedad de su difunto padre. Puede creer que está proyectando una buena imagen al ser visto con una estrella estadounidense. Sin embargo, según los estándares tradicionales de cómo debe actuar un líder nacional, Kim da la imagen de ser menos carismático que —me atrevo a decir— alguien de poca influencia.

No hay razón para creer que el ejército de Corea del Norte entrará en acción en un futuro cercano. La posición de Kim en cuanto a poder sobre el partido y el ejército parece, por ahora, ser firme. Sin embargo, los proyectos de un reinado largo y feliz que los propagandistas venden como un semidiós son poco prometedores.

Con el tiempo, Kim llegará a creer en su propia infalibilidad, si no en su omnipotencia. Y la megalomanía es particularmente susceptible a los errores mortales de cálculo, ya sea en asuntos de la intriga en una corte o en política exterior. En otras palabras, para el Mariscal Kim Jong Un, la fantasía es una realidad. Y para un dictador despiadado, esta es una invitación a ver pronto a la muerte.

Si Dennis Rodman involuntariamente siembra las semillas de la realidad en el mundo fantástico del líder norcoreano dándole un empujón hacia un error de cálculo y a las mayores profundidades del egoísmo o sembrando la duda en las mentes de los norcoreanos que tienen acceso al gran armamento, entonces su último cortejo al Mariscal podría con todo derecho ser recordado algún día como un cambio en el juego.