Por Aaron David Miller
Nota del editor: Aaron David Miller es vicepresidente y académico distinguido en el Centro Internacional para Académicos Woodrow Wilson y fue un negociador de Oriente Medio en administraciones demócratas y republicanas. Síguelo en Twitter.
(CNN) – La ignorancia realmente no es la felicidad. Pero hay momentos en los que la falta de conocimiento y experiencia sobre un tema o lugar puede en realidad servir para despejar la mente y dar lugar a un poco de claridad y honestidad en el debate, incluso en los asuntos más complejos.
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Ciertamente no soy experto en Ucrania. No estoy seguro de que antes de esta crisis hubiera podido nombrar a todos los países que comparten sus fronteras. Pero al ver el desarrollo del debate sobre el tema la semana pasada, me sorprendió la falta de perspectiva y de sosiego en la discusión.
Tristemente, me he acostumbrado al partidismo. Se ha convertido en un elemento permanente de nuestro paisaje analítico y político. Pero éstas son varias cosas acerca de la reciente cobertura y discusión sobre Ucrania que incluso mi falta de experiencia no me permite aceptar:
1. Estamos de nuevo en la Guerra Fría
Es evidente que ninguno de los reinicios ha funcionado con el presidente ruso Vladimir Putin. Ya fuera el presidente George W. Bush cuando lo vio a los ojos y obtuvo una impresión de su alma, o Bob Gates cuando vio en él a un asesino a sangre fría, Putin no es Stalin, Kruschev o Brezhnev. Eso no es ninguna sorpresa. Tampoco seguimos estando en ese único período cuando dos potencias con sistemas ideológicos contrapuestos bajo la amenaza de una guerra nuclear se enfrentaron y lucharon por el poder de un extremo del mundo al otro.
No hay duda de que Estados Unidos y Rusia tienen grandes diferencias. Pero el tema ya no es ideológico. El capitalismo ruso llegó para quedarse, aunque pueda ser monitoreado y controlado por el estado. Y qué ideología existe tiene mucho más que ver con la afirmación de los intereses nacionales rusos que con cualquier otra cosa que Marx o Lenin habrían reconocido. Y al menos en un sentido, eso está muy mal. Por lo menos durante la mayor parte de la Guerra Fría, desde la década de los setenta en adelante, había reglas, cosas que se podía y no se podía hacer, para prevenir situaciones como la que se vive en Ucrania.
Ciertamente seguiremos luchando con Putin. Pero el mundo es demasiado pequeño, los europeos dependen demasiado de Rusia, y las realidades de la interdependencia global son demasiado profundas como para imaginar pulsar el botón de rebobinado y convertir al planeta en un ruedo de conflicto y competencia. ¿Sería material para un buen video juego? Sí.
2. Putin es Hitler
La semana pasada, escuché a personas que admiro y respeto hablar acerca de Crimea como Munich y de Putin como Hitler. Twain escribió que la historia no se repite, sino rima. Pero esos patrones rítmicos tampoco se han hecho evidentes aquí.
Cuando no podemos pensar en paralelos inteligentes al analizar naciones que hacen cosas que Estados Unidos no tolera, parece que nos vemos irresistiblemente atraídos al tropo de Hitler. Lo mismo sucede con Irán. Y mientras definitivamente no apruebo el despiadado hostigamiento contra Israel y el odio hacia los líderes religiosos islámicos en Teherán (y el antisemitismo también), mencionar a Hitler no solo le quita importancia a la monstruosidad del mal y a la magnitud de los crímenes de su época, también impone retos poco realistas en la nuestra.
El singular desafío de Hitler exigía ponerle un alto y destruir el régimen nazi.
A nosotros no nos tiene que agradar el gobierno de Putin en Rusia o el líder supremo Ali Khamenei en Irán, para reconocer que la magnitud de la amenaza es diferente. Compararlos con Hitler es poner a los Estados Unidos en un juego en el que no podemos participar ni podemos ganar.
Según entiendo, Putin es un nacionalista ruso inteligente y fácilmente irritado que preside sobre los remanentes de un imperio cuya hora ha llegado y se ha ido. Él vive en la realidad, no en un mundo megalomaniaco. Pero está preparado para afirmar los intereses de Rusia en esferas importantes, y bloquear la intrusión de Occidente en esas áreas lo mejor que pueda. Rusia es su “ideología”. Y en Ucrania, la historia y la cercanía le dan un papel que jugar.
Este hombre no es un fanático. El dinero, el placer y el poder son muy importantes para él. Cualquier líder que esté dispuesto a ser fotografiado sin camisa en un caballo, como en una portada de la revista Men’s Health, no va a darse un tiro en la cabeza o a tomar cianuro en un búnker. Este sujeto está demasiado “en onda” (al estilo ruso) y acomodado en la buena vida como para ser Hitler. Y dado el propio sufrimiento de Rusia a manos de los nazis, decir que lo es solo empeora las cosas.
3. Todo es culpa de Obama
El presidente Barack Obama nunca fue el incompetente catastrófico o el dedo de Satanás en la tierra que sus peores críticos imaginaron, ni el redentor, salvador o gran presidente que sus seguidores más ávidos querían. Y aun así, la noción de que Obama, por medio de una política extranjera débil e irresponsable, fue el responsable del movimiento de Putin en Ucrania, pone a prueba la credulidad hasta el punto de quiebre.
Esta leyenda urbana de que debido a Benghazi y al asunto de la “línea roja” en Siria, Putin se vio obligado a hacer algo en Ucrania que no habría hecho si Obama hubiera actuado de forma diferente, es absurda. La política extranjera de la administración a menudo ha sido semejante a una mezcla entre una película de los hermanos Marx y Los tres chiflados. Pero en este sentido, la acusación es absurda, al igual que la noción de que Obama lo habría podido detener de alguna forma.
Cuando la Unión Soviética invadió Hungría en 1956, no hubo una respuesta militar por parte de Estados Unidos; tampoco la hubo cuando se dio la invasión de los soviéticos en Checoslovaquia durante la Primavera de Praga. A veces, la geografía realmente es el destino. Rusia creyó que sus intereses vitales en Ucrania se vieron amenazados y tenía los medios, la voluntad y la proximidad para actuar según los mismos. Y ya es tiempo de que lo enfrentemos.
4. Bombardear Siria habría salvado a Ucrania
La noción a la que los oponentes de Obama se han aferrado es, por supuesto, inescrutable. No hay botones de rebobinar en la historia. Ir en contra de los hechos da lugar a buenos puntos de discusión y de debate porque no pueden ser probados de una manera u otra. Pero argumentar que lanzar misiles de crucero a blancos militares sirios de algún modo habría disuadido a Putin de actuar en lo que él vio como un interés vital ruso, o envalentado a los europeos a unirse en su contra, es erróneo.
Siria y Ucrania son como manzanas y naranjas que los detractores del presidente insisten en poner en la misma cesta. Incluso si Obama pensó que Estados Unidos tenía intereses vitales que justificaban un ataque en Siria, es probable que esto no habría alterado la política de Putin respecto a Ucrania. El país que se percibía como parte de la zona de influencia y manipulación de Rusia se estaba alejando hacia el oeste. Y Putin estaba decidido a detenerlo.
5. Ucrania puede tener un final al estilo de ‘Hollywood’
¿Hay buenos y malos en el drama de Ucrania-Rusia? Seguro que sí. Tenemos a los valientes patriotas ucranianos que murieron en la Plaza de la Independencia por la dignidad y la libertad en la que creían, a corruptos y despiadados funcionarios del gobierno que estaban dispuestos a hacer uso de la fuerza en contra de sus propios ciudadanos, a los provocadores rusos ansiosos por crear problemas, a los nacionalistas extremistas ucranianos que apenas son democráticos y a un hombre fuerte ruso que albergó los Juegos Olímpicos una semana e invadió el territorio de un país soberano a la siguiente.
Sospecho que la Primavera Ucraniana -si eso es lo que es- podría resultar mucho mejor que su contraparte árabe. Pero tenemos que ser realistas. Ucrania podría ser rebelde y problemática durante algún tiempo más en el futuro.
Detrás del juego de moralidad existe un intenso faccionalismo, diferencias regionales, cuentas por saldar, una manipulación rusa y la tendencia de evitar el tipo de compromiso que verdaderamente llevaría a compartir el poder y a una buena gobernanza.
Nos gustan los finales al estilo de Hollywood. Pero una democratización real depende menos de una mano amistosa de EE.UU o la UE, y más del surgimiento de verdaderos líderes que están preparados para superar las afinidades disidentes y obtener una visión del país como un todo. También depende de instituciones que reflejan la voluntad popular y algún mecanismo para acomodar las diferencias de forma pacífica sin recurrir a la violencia.
Aquí no hay finales fáciles o felices. Y solo lograremos empeorar las cosas, como Henry Kissinger lo sugirió recientemente, al tratar de convertir a la crisis en Ucrania en una lucha de Rusia vs. Occidente (o peor aún, EE.UU.).
Las opiniones expresadas en este comentario le pertenecen exclusivamente a Aaron David Miller.