Por Carlos Becerra
Nota del editor: Carlos Becerra es un fotógrafo freelance venezolano de tendencia opositora. Becerra es un colaborador permanente en iReport.com, vive en Caracas, Venezuela. Nos relata la situación de protestas y el día a día en una ciudad con dos caras.
CARACAS (CNN) — Desde hace ya un mes, cuando salgo de mi casa en las mañanas, me es difícil llegar a mi destino. No es por el tráfico de la ciudad —yo manejo una moto—, es porque ahora me consigo una barricada humeante, casi en la puerta de mi casa y tres más, en menos de un kilómetro de distancia.
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Es una imagen que te acostumbras a ver en el noticiero de una zona de guerra, pero aunque Caracas es una ciudad violenta, es otro tipo de violencia generada por la desigualdad social, la pobreza y la delincuencia.
Esas barricadas están hechas por amas de casa, personas mayores retiradas y niños. Con ellos debo conversar, convencerlos de que tengo que pasar, que debo ir a fotografiar lo que está sucediendo en Caracas porque no hay televisoras nacionales independientes, lo que me impulsa a salir a capturar imágenes en los lugares en donde hay confrontaciones.
La mayoría de la veces lo logro con poco esfuerzo. Otras, debo recorrer caminos alternos que desconozco. No todos corren con la misma suerte.
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Una característica contraproducente de la barricada es que si bien te protege de una posible agresión (no deja entrar o salir a nadie), he visto médicos que no pueden llegar al hospital, enfermos que no pueden ir a recibir tratamiento y mujeres embarazadas que dejan sus autos para comenzar a caminar.
No comparto una protesta tan arbitraria aunque comparto el sentimiento que la genera.
Cuando hablo con esas personas que han decidido atrincherarse en las cuadras de sus vecindarios, descubro que lo hacen porque están cansados del deterioro de la calidad de vida, de la escasez de alimentos, de hacer colas para comprar comida y de la inseguridad.
También lo hacen por miedo a esos grupos armados que existen y actúan ante la vista gorda de algunas de las fuerzas de seguridad del estado.
He conversado con algunos afectados por las barricadas: me sorprende cómo unos coinciden en que hay que seguir protestando, pero que deben habilitarse canales de emergencia para transitar. Otros advierten que el aislamiento, a mediano plazo, nos traerá consecuencias en términos de abastecimiento, cansancio y una posible confrontación entre vecinos que, aunque comparten los mismos ideales políticos, tienen diferentes necesidades, obligaciones y visiones sobre las formas de protesta.
Cuando recorro Caracas veo una ciudad extraña. Por un lado el humo del caucho quemado, por otro todo tranquilo.
Muchos siguen con sus vidas como si nada ocurriese, otros siguen con la vida que sus obligaciones les hacen seguir y otros están dispuestos a sacrificar la vida por sus ideales y por un futuro mejor.
Los vehículos llenos de gente que van a trabajar gritan consignas apoyando a los que manifiestan, pero no se pueden bajar de su auto, deben ir a trabajar.
Cuando me dirijo al lado oeste de la ciudad, poblada con gente que estadísticamente tiene un ingreso económico inferior, es como si no pasara nada, como otra Caracas donde los problemas no les afectan aunque los ves en los abastos, en la miseria y lo sientes en la inseguridad del aire, pero te hace creer que aquello que viste a 10 kilómetros de distancia fue solo un mal sueño.
A pesar de todo esto he logrado llegar a aquellos lugares en los que se presentan las manifestaciones, las cuales que comenzaron pacíficamente, todas hechas por estudiantes jóvenes quienes tenían exigencias claras y posturas muy firmes en contra de la situación del país y las políticas de estado.
Jóvenes que mostraban sus rostros y los ponían muy cerca de las fuerzas de seguridad del estado sin miedo a la falta de anonimato. Desafortunadamente, esas confrontaciones eran siempre perturbadas por grupos que buscaban la violencia, personas encapuchadas con un discurso de rencor o sin discurso alguno más allá de las rocas en sus manos.
Ahora, las confrontaciones son siempre violentas en algunos puntos clave de la ciudad y por motivo de los gases lacrimógenos, ahora todos usan máscaras.
Me pregunto si es este es el verdadero motivo de las máscaras de todos, la respuesta que me doy a mí mismo me llena de tristeza.
He visto muchas personas protestar, de todas las edades, pero los más activos son los jóvenes. Cuando me acerco y converso con ellos logro percibir su corta edad y me entero que muchos vienen del oeste de la ciudad, “donde no pasa nada”, a protestar en Altamira, al este de la capital.
De ellos he visto las batallas más aguerridas en contra de los cuerpos de seguridad del estado, batallas de palabras, de ideales, pero tristemente también de piedras y bombas molotov en contra perdigones, bombas lacrimógenas y agentes inmensos que parecen Robocop.
Pero resulta que ayer pude conversar con Robocop; compartimos un cigarrillo. Ella tiene 22 años, se llama Carolina y le gusta bailar.
Carolina me dijo que le molesta que la insulten por llevar el uniforme. Ella está haciendo su trabajo. Y, solo cuando estuve tan cerca como para encender su cigarrillo, me di cuenta que Robocop no debe medir más de 1.60 de altura.
Ella me dijo algo que me impactó: “quien sabe si yo he bailado con alguno de esos que me tiran piedras hoy, cuando salgo en mis días libres”. No pudimos conversar mucho, tenía mil preguntas por hacer, pero una detonación sonó cerca y ella tenía que seguir trabajando y por lo tanto yo también.
Me encuentro en otra Caracas, no la que conozco. Una donde las amas de casa y los niños hacen barricadas, donde los estudiantes no van a clases, donde los del oeste se van al este a protestar pero regresan al oeste a donde no pasa nada, donde criminales disparan al lado de ciertos policías mientras ellos miran a otro lado, donde en un lugar hay cauchos en llamas y unas pocas cuadras no se enteran de las noticias porque los noticieros muestran secciones de cocina.
Es un lugar donde puedes herir a alguien con quien quizá bailaste en un bar el sábado pasado, pero que no reconoces, porque tanto ella como tú usan máscara.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Carlos Becerra.