Por Anna Coren, CNN

DOHUK, Iraq (CNN) — Aria tiene solo 15 años y sonríe mientras nos recibe e invita a entrar a la tienda de su familia en el campamento de refugiados de Khanke, en el noroeste de Iraq.

Sus padres están sentados cerca de ella. La piel curtida y las arrugas profundas en sus rostros hablan de una vida difícil que acaba de dificultarse aún más. En un extremo se encuentran todas las cobijas y los colchones apilados, excepto por unos cuantos en los que nos sentamos mientras un ventilador pequeño sopla suavemente una suave brisa en medio del calor abrasador.

El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) levantó el campamento de refugiados a las afueras de la ciudad de Duhok en agosto para dar cabida a la gran cantidad de yazidíes que escaparon de sus hogares en Sinjar a causa del avance de ISIS.

Le pregunté a Aria si nos contaría su historia. Asintió y luego miró a sus ancianos padres; les pidió que salieran de la tienda. No quería que escucharan lo que estaba a punto de contar.

Supieron que ISIS se acercaba y trataron desesperadamente de escapar de su hogar en Sinjar. Se pusieron en marcha, pero una caravana de vehículos que ondeaba banderas negras pasó junto a ellos. Pensaron que habían escapado, pero unos minutos después, al menos siete vehículos de ISIS aparecieron en el camino y los rodearon.

“Nos obligaron a salir del auto”, cuenta Aria. “Separaron a las niñas y las mujeres de los hombres, entre los que estaba mi hermano de 19 años. Pero solo tomaron a las chicas, nos obligaron a subir a una vagoneta”.

Condiciones horribles

Aria, su cuñada de 14 años y un puñado de chicas más fueron conducidas unos 120 kilómetros desde Sinjar hacia el bastión de ISIS en Mosul, la segunda mayor ciudad de Iraq que los rebeldes capturaron en junio. Las llevaron a una casa de tres pisos y las encerraron junto con docenas de adolescentes a las que también habían capturado.

“En Mosul trataron de hacernos que cambiáramos de creencias y de religión”, dijo. “Nos dijeron: ‘Lean nuestro Corán’. Un par de las chicas dijo: ‘Nunca fuimos a la escuela… no sabemos leer’. Yo no podía entender el Corán”.

Durante más de tres semanas, Aria estuvo allí en condiciones horribles. Durante este tiempo, un jeque llegó y se llevó a 20 chicas, incluida su cuñada.

“La tomó a la fuerza. Yo estaba muy asustada. Violaron a muchas de mis amigas. Es difícil hablar de ello”.

El abuso sexual es un tema tabú en esta cultura y casi no hay casos de víctimas que reconozcan su situación.

Gentilmente le pregunté a Aria si la violaron. Miró justo al frente, clavó su mirada en la pared y negó con la cabeza. Está claro que la adolescente está traumatizada.

“Veo sus rostros todo el tiempo”, dijo Aria. “Tengo pesadillas. No puedo dejar de pensar en cómo tomaron a la fuerza a esas chicas. He visto y pasado por demasiadas cosas”.

Vergüenza

Tanya Kareem, directora de ACNUR en Duhok, explica lo difícil que es para chicas como Aria el hablar sobre lo que les ha ocurrido.

“Aunque liberen a estas niñas y mujeres, creo que les es imposible hablar de su dolorosa experiencia. Están traumatizadas. Además provienen de una sociedad, de una cultura que no acepta lo que esto significa para la familia. Les provoca mucha vergüenza, así que simplemente no hablan de ello”.

Dos militantes de ISIS a los que ella llama Abu Hassan y Abu Jaffar se llevaron a Aria y a su amiga a Fallujah. “Estaban realmente sucios; tenían barbas largas y eran muy altos y corpulentos. Intimidaban incluso a los hombres. Nos obligaron a casarnos con ellos y nos amenazaron con lastimarnos si nos resistíamos. Nos dieron un teléfono para que llamáramos a nuestra familia para decirles que nos habíamos convertido”.

Usaron el teléfono para llamar secretamente al tío de su amiga, quien tenía conocidos en Fallujah que estaban dispuestos a ayudarlas. Cuando los militantes salieron de la casa, las chicas, vestidas con nicabs, escaparon.

“Mi amiga y yo pensamos en suicidarnos. Pero decidimos pedirle a su tío que nos ayudara a escapar. Él tenía amigos en Fallujah, pero no podían ir a la casa a rescatarnos, así que rompimos la puerta, nos pusimos un velo y caminamos durante cerca de una hora; encontramos a los amigos del tío de mi amiga en un lugar en el que nos estaban esperando. Nos llevaron a una casa segura en Fallujah”.

Sin embargo, cuando se reunió con su familia en este campamento para refugiados, su sufrimiento se reanudó.

“No sabía que habían matado a mi hermano. Me entristecieron mucho. Solo tenía un hermano y llevaba casado apenas seis meses. Fue triste escuchar esta noticia. Lo mataron junto con otro hombre cuando me llevaron. Le dispararon en la cabeza. Mi madre durmió junto al cuerpo de mi hermano toda la noche”.

Aria no quiere quedarse en el campamento. Todos saben lo que le ocurrió y dice que murmuran y la miran cada vez que sale. Sin embargo, su vergüenza no es nada comparada con la culpa que sintió al enterarse lo que pasó con las demás chicas una vez que ISIS descubrió que habían escapado.

“Las violaron porque escapamos. Ese fue el castigo. Reforzaron la seguridad para que las chicas ya no puedan escapar”.