Por Elizabeth Cohen, CNN
(CNN) – Hace aproximadamente 10 días, Lusa Khanneh se enfermó, pero no de ébola.
Su hijo, Saymon Kamara, dice que su madre tenía convulsiones violentas. Eso no es un síntoma típico del ébola sino una complicación de la presión sanguínea alta, que Kanneh tuvo durante años.
Kamara llevó a su madre al Hospital Redemption, cerca de su casa en los suburbios de West Point de Monrovia. Los médicos le habían dado tratamiento allí antes, y esperó recibirlo de nuevo.
Pero Redemption, al igual que muchos hospitales en Liberia, está cerrado o parcialmente cerrado debido al miedo de que los pacientes con ébola infecten a los trabajadores de salud. Es un temor basado en la realidad: en Liberia, más de 170 trabajadores de salud contrajeron la enfermedad y 83 murieron por esta.
Después, Kamara fue al Hospital ELWA, pero se enteró de que solo recibía pacientes con ébola. Después llevó a su madre al Hospital JFK, pero estaba demasiado lleno y solo aceptaba a mujeres embarazadas, niños y pacientes con ébola.
El Hospital Cooper era su última esperanza.
Kamara y su madre esperaron afuera. En esos momentos tenía convulsiones cada 15 minutos, “como si alguien la hubiera hechizado”, dice. Su respiración era rápida y poco profunda.
Un médico salió; un hombre alto, recuerda Kamara. Señaló una mancha pequeña de sangre en la playera de su madre. Quería saber de qué era.
Kamara explicó que durante una de sus convulsiones su madre se mordió un poco la lengua y sangró un poco. Pero podía ver que el médico estaba preocupado de que tuviera ébola, porque el sangrado es uno de los síntomas. Rechazó a Kanneh.
A Lusa Khanneh se le acabaron las opciones. El único lugar al que su hijo podía llevarla era a casa. Cuatro días después, el 19 de septiembre, murió.
Saymon Kamara está enojado.
“Si los hospitales estuvieran abiertos, no hubiera muerto”, dice. “Este no era su momento”.
No hay duda de que muchos habitantes de Liberia mueren de ébola incluso cuando no lo tienen. Hay pocos hospitales o consultorios en funcionamiento. Los servicios de salud, pobres antes del ébola, apenas si existen; las tasas de vacunación, por ejemplo, disminuyeron.
“El principal sistema de salud aquí está hecho pedazos”, sostiene Sarah Crowe, una vocera de Unicef que trabaja en Liberia. “Es un escándalo que niños mueran de enfermedades, como el sarampión, que son prevenibles y tratables”.
Incluso después de su muerte, el ébola, una enfermedad que su hijo dice que nunca tuvo, persiguió a Kanneh.
Su familia escuchó en la radio que nadie debía tocar un cadáver, sin importar la causa de muerte, y que era necesario llamar a un equipo de Manejo de Cadáveres para recoger el cuerpo.
Es impráctico analizar cada cadáver para ver si tiene ébola y averiguar de qué murió antes de enterrarlo. Retrasaría peligrosamente el entierro, y se necesitarían demasiados recursos.
Así que la familia Kanneh hizo lo que se les instruyó. El pasado sábado, el día después de su muerte, un equipo de cinco hombres con trajes blancos, cubiertos de pies a cabeza, roció cloro en el cuerpo de Lusa Khanneh y la enterró.
Kanneh no recibió el entierro que hubiera querido como musulmana devota. Su familia no lavó su cuerpo. No la llevaron a la mezquita y oraron por ella. No la enterraron ellos mismos.
“Estos hombres que la enterraron; no los conozco”, dice Kamara. “Esperaba que mi familia la enterrara, pero la enterraron extraños”.
Pero lo entiende.
“Tengo que aceptar esto porque es el tipo de país en el que vivo y el tipo de país en el que mi madre murió”, dice. “Tengo que aceptarlo con un corazón fuerte”.
(John Bonifield, Orlando Ruiz y Orlind Cooper de CNN contribuyeron con esta historia)