Por Tim Lister
DONETSK, Ucrania (CNN) — En la periferia sur de Donetsk, a la sombra de una gran planta de acero, una sinfonía de ladridos abruma el ruido sordo de fuego de artillería. El refugio de animales PIF está repleto con casi 1.000 perros de todos los tamaños, edades y razas.
Muchos son huérfanos del conflicto que ha sacudido esta ciudad durante los últimos seis meses. Sus dueños los han dejado —o en algunos casos han muerto— por los bombardeos.
Algunos han sido encontrados atados y demacrados; otros llevan las cicatrices de los armamentos o cojean con tres patas. Hay varios en cada jaula, con un puñado de paja para protegerlos de las temperaturas, que van por debajo del punto de congelación en la noche.
La directora del lugar es Victoria Vasilieva, una mujer de mediana edad cuya compasión por los animales a su cuidado es incansable.
Ella acuna una perra joven llamada Jennifer, la única sobreviviente cuando un proyectil cayó en la casa de su familia cerca del aeropuerto. Jennifer fue encontrada traumatizada en las ruinas y ha tomado semanas el ganar su confianza.
Vasilieva dice que los perros aquí solían estar aterrorizados por los sonidos de la guerra. Ahora, como la gente de Donetsk, apenas los notan.
En el interior del edificio de oficinas, un cachorro —labrador negro, como la mayoría en el espacio— se está recuperando de una pierna y la metralla que lo hirió.
Ollas de avena se cocina en el patio. Es como alimentar a un ejército. Unos perros muy afortunados van a casas nuevas en Alemania, Finlandia y Rusia, pero la gran mayoría se queda en el refugio, mientras el dinero para darles de comer se acaba.
El personal y voluntarios del PIF están luchando para hacer frente a la afluencia repentina, pero los perros aquí son una pequeña fracción del número que ahora vaga por la ciudad, durmiendo en tiendas bombardeadas y las ruinas de edificios de apartamentos.
Algunos corren en manadas, con hambre y frío, mientras resisten las largas noches de invierno.
PIF lleva a cabo un programa de esterilización, pero hay literalmente miles de perros en las calles —y algunos residentes se preocupan que se vuelvan salvajes al crecer— como si la gente de aquí no tuviera suficientes preocupaciones ya.
Vasilieva dice que tiene suficiente dinero para manejar el refugio hasta el final del año. Gran parte de la financiación del centro proviene de uno de los hombres más ricos de Ucrania, Rinat Akhmetov, oriundo de Donetsk que se ha trasladado a Kiev después de que la ciudad cayó a manos de los dirigentes de la llamada República Popular de Donetsk.
Una situación compartida
No muy lejos del refugio, su fundación también está proporcionando ayuda alimentaria a las personas más necesitadas de la ciudad. Tanto la gente —especialmente los ancianos— como los animales de Donetsk están en una lucha común de sobrevivencia.
Las mujeres mayores, con sus rostros arrugados por décadas de resistencia y fatiga, aún comparten algunas sobras con los perros en las calles. Algunos los alimentan con la poca comida que tienen.
Pero la vida aquí es cada vez más difícil en el día: jubilados piden monedas que valen menos de un centavo de dólar en un esfuerzo para comprar pan; algunos de los pocos supermercados que siguen abiertos han impuesto un límite en la cantidad de monedas que aceptan.
La calefacción, la electricidad y el agua son intermitentes. La inflación se está acelerando porque hay pocas rutas seguras dentro y fuera de la ciudad y producir es más difícil que transportar productos.
El Programa Mundial de Alimentos de la ONU ha distribuido vales de alimentos a unas 10,000 personas desplazadas en la región de Donetsk y pretende llegar a 120,000 personas en los próximos seis meses.
Pero el gobierno de Ucrania estima que unas 450.000 personas están desplazadas. Y muchos de los que no son —que no pueden huir de los combates— están en igual o mayor necesidad.
El gobierno de Ucrania ha decidido dejar de pagar las pensiones, los salarios estatales y otros beneficios en las zonas controladas por los separatistas. Algunas personas en Donetsk están viajando a ciudades cercanas controladas por el gobierno, como Mariupol, para tratar de registrarse para sus pensiones, pero estos viajes traen riesgos y gastos.
La autodeclarada República Popular de Donetsk dice que está creando un fondo de pensiones, pero cuando y desde donde vendrá el dinero es desconocido.
Todavía hay dinero en Donetsk, que fue una vez una ciudad relativamente próspera por las manufacturas y el acero. Pero se concentra en pocas manos. La mayoría de los que han quedado —o que regresaron cuando se firmó el alto el fuego en septiembre— no han recibido ningún ingreso durante meses.
La imagen de la difícil situación de las personas mayores se presenta en las aceras cerca de la estación de tren de Donetsk.
Con temperaturas bajo cero en la mañana del sábado, algunos puestos de las mujeres —y algunos hombres— de unos bienes, que valen casi nada, permanecían con la vana esperanza de que alguien compre algo.
Todos ellos parecían tener al menos 60 años. Era una escena triste. En la oferta: ganchos de ropa, tazas despostilladas, medicamentos de medio uso, un libro de canciones de Ricky Martin, un par de tornillos y clavos.
En casi media hora, nada fue vendido.
Y el estribillo de los vendedores de la calle era el misma: “no sé cómo vamos a sobrevivir”.
Denis Lapin contribuyó con este reporte.