Nota del editor: Julian Zelizer es profesor de historia y asuntos públicos en la Universidad de Princeton y becario de New America. Es el autor de “Jimmy Carter” y “The Fierce Urgency of Now: Lyndon Johnson, Congress, and the Battle for the Great Society”. Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.
(CNN) – A medida que septiembre llega a su fin, los observadores de las elecciones presidenciales en Estados Unidos han comenzado a preguntarse si habrá una “sorpresa de octubre”. En una campaña donde lo inesperado se ha vuelto normal, ambos partidos –pero especialmente los demócratas– sospechan que el próximo mes podría traer una sorprendente revelación.
El término “sorpresa de octubre” ganó gran popularidad en las elecciones de 1980, cuando la campaña de Ronald Reagan temía que el presidente Jimmy Carter anunciara una solución a la crisis de rehenes en Irán solo semanas o días antes de que los estadounidenses fueran a las urnas. Aunque Carter estaba efectivamente trabajando en poner fin a la crisis, independientemente de la elección, los iraníes no liberaron a los rehenes hasta después de la toma de posesión de Reagan.
En las raras ocasiones en que se han dado las llamadas “sorpresas de octubre”, éstas no han impactado significativamente el resultado de la elección. En 1956, el presidente egipcio Gamal Abdel Nassar nacionalizó el canal de Suez y los soviéticos invadieron Hungría poco antes de la elección. Las crisis y las respuestas de Eisenhower, no fueron factores determinantes en la victoria aplastante del presidente contra Adlai Stevenson. Él ya estaba bien encaminado hacia la victoria antes de que estallaran ambas crisis.
En octubre de 1964, uno de los colaboradores más cercanos y de mayor confianza del presidente Lyndon Johnson, Walter Jenkins, fue detenido en Washington por realizar actos sexuales con un hombre. Aunque Johnson temió que el arresto dañaría su campaña, Johnson obtuvo un triunfo arrollador frente al republicano Barry Goldwater.
Pero el ejemplo más dramático de una “sorpresa política” tuvo lugar en 1968. El 31 de octubre, Johnson anunció que acometería un cese inmediato de los bombardeos contra los norvietnamitas con la esperanza de llegar a un acuerdo de paz. El anuncio estremeció al republicano Richard Nixon, cuya campaña había prometido –precisamente- que como presidente traería la paz. Algunas personas en su campaña estaban tan preocupadas que trataron de frustrar un acuerdo prometiendo a los sudvietnamitas una oferta mejor si Nixon llegaba a la presidencia. Nixon, pese a todo, ganó.
En 1992, a unos pocos días de terminar la contienda presidencial entre el presidente George H.W. Bush, el demócrata Bill Clinton y el independiente Ross Perot, el exsecretario de Defensa Caspar Weinberger fue acusado de haber mentido a un fiscal durante la investigación del escándalo Irán-Contra. La acusación despertó los recuerdos de otros escándalos en el gobierno de Reagan con el que Bush, como vicepresidente, estuvo asociado. La noticia sin duda perjudicó a Bush, pero la mayoría coincide en que muchos otros factores fueron responsables de su derrota, incluyendo la recesión económica.
Un ejemplo de una “pequeña sorpresa” se dio en el año 2000 (técnicamente fue una sorpresa de noviembre) con la revelación de que George W. Bush había sido arrestado por conducir ebrio en 1976. Aunque la historia dio juego a las dudas que tenían muchos votantes acerca de si Bush estaba capacitado para el cargo, éste derrotó por un margen estrecho a Al Gore con la ayuda de una importante sentencia del Tribunal Supremo.
Este año, sin embargo, la “sorpresa de octubre” podría tener un efecto dramático. Y el factor más importante es la tecnología, que ha creado el terreno de juego político más impredecible que hayamos visto. Si bien el concepto de “sorpresa de octubre” por lo general gira en torno a lo que una de las dos campañas pudiera hacer o decir en las últimas semanas, ahora tenemos un mundo en línea donde casi cualquier individuo u organización tiene la capacidad de difundir material embarazoso o perjudicial en cuestión de segundos y sin cualquier barrera editorial. Con el clic de un botón, una persona anónima puede infligir un daño inmenso.
A esta incertidumbre se le suma el potencial de otros actores, como los rusos, de intervenir directamente en la elección, ya sea a través de la divulgación de información perjudicial hackeada o, peor aún, mediante la manipulación de los sistemas de votación de Estados Unidos.
Y este año la “sorpresa de octubre” es más probable simplemente porque esta ha sido una campaña donde cada semana ha sacado a la luz una nueva sorpresa. Donald Trump ya ha convertido esta contienda en una de las más impredecibles en la política estadounidense. Su estrategia es hacer constantemente lo que nadie pensó que haría, emitir declaraciones o lanzar acusaciones que antes se consideraban fuera de lugar.
También ha estado dispuesto a agarrarse de las afirmaciones más débiles (recordemos que en 2012 lideraba el movimiento ‘Birther’ que cuestionaba la nacionalidad de Obama) para generar controversia y captar la atención. Su reciente “reconocimiento” de que Obama nació en Estados Unidos, tras años de promover esta falsa historia, aunado a su jugada de culpar a Clinton justamente de la campaña Birther, demostró que seguirá alimentando el interés que existe en este tipo de historias.
Su estrategia recibe el apoyo de los medios de comunicación dominantes, que se nutren de este tipo de momentos que llaman la atención para subir su rating y llenar tiempo al aire y en Internet. La convergencia de un candidato que practica este tipo de política explosiva y de este entorno de medios ávidos de clics eleva en gran medida las probabilidades de que octubre nos reserve la misma dosis de sorpresa que hemos presenciado en los meses anteriores.
Luego está el hecho de que los dos principales candidatos tienen valoraciones muy desfavorables. Esto significa que hay muchas organizaciones, políticos y personas que no quieren verlos ganar. Si las encuestas continúan cerrándose, ello ocasionará que los activistas políticos en ambos lados actúen y hagan algo que incline al electorado a su favor.
Por supuesto, en una era de terrorismo, las posibilidades de un evento dramático siempre están presentes. La amenaza a la seguridad nacional que enfrentan ahora los estadounidenses es una de naturaleza altamente impredecible ya que no lidiamos con entidades estatales antagonistas o siquiera redes terroristas organizadas, sino lobos solitarios que pueden provocar muertes, lesiones y caos en cualquier momento. Independientemente de su origen, la bomba que explotó en Nueva York el sábado fue un doloroso recordatorio de los miedos y peligros con los que tenemos que vivir.
Ambos candidatos entienden que hay una posibilidad muy real de que podrían tener que ajustar sus campañas si una crisis de seguridad nacional se desarrollara en las próximas semanas.
Y, por último, ambos candidatos son extremadamente hábiles en el arte de la guerra política. Clinton, gracias a sus muchas décadas de experiencia en diferentes cargos en la política, y Trump, gracias a su trayectoria bajo el foco mediático, se sienten muy cómodos combatiendo en formas que no emplearían otros políticos. En las últimas semanas será el momento de que cada uno revele absolutamente todo lo que tenga sobre su contrincante.
Nada de esto garantiza que haya una “sorpresa de octubre”. De hecho, un sereno mes final sería quizás la mayor sorpresa de todas. Pero debemos aferrarnos a nuestros asientos. Por muchas razones, las probabilidades de que algo impactante suceda el próximo mes son bastante buenas.