Nota del editor: Alexander J. Urbelis es un abogado y autodescrito hacker con más de veinte años de experiencia con información de seguridad. Ha trabajado como asociado en la Oficina del Consejo General de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), como secretario de la Corte de Apelaciones de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos y como asociado en las oficinas de Steptoe & Johnson en Nueva York y Washington. También fue asesor de seguridad de Información y jefe de cumplimiento de uno de los conglomerados de lujo más grandes del mundo. Actualmente es socio de Blackstone Law Group y consejero general de una consultora independiente de seguridad en información. Síguelo en Twitter en @aurbelis. Las opiniones expresadas aquí son de su propia responsabilidad.
(CNN) – Viéndome leer 1984, posiblemente la más grande novela distópica jamás escrita, en la escuela secundaria, mi madre me dijo que era un libro que todos debían leer no sólo una vez, sino otra vez cada diez años. Sin duda merece una relectura ahora mismo.
De hecho, decenas de noticias de esta semana nos han alertado sobre las crecientes ventas de 1984, de George Orwell, desde la posesión y aún más aún como consecuencia de la infame estratagema expuesta por Kellyanne Conway de los “hechos alternativos”. La mayoría de los medios de comunicación han informado con esmero sobre las cifras, y algunos llegan a comparar la lista de best-seller de Amazon (donde las compras de 1984”han subido casi un 10.000 %) con un “barómetro político” antes de hacer el evidente paralelo entre los conceptos orwellianos de la neolingua, el doble pensamiento, las palabras de Conway y las acciones del director de comunicaciones de la Casa Blanca, Sean Spicer.
Sin embargo, sorprendentemente, muy pocos han vaciado todo el paquete de lo que implican los paralelos entre la distopía de Orwell y el gobierno de Trump, ni la importación de las prácticas del nuevo gobierno (hasta ahora) si no se controlan. Como le fue advertido al protagonista de 1984, Winston Smith:
“Siempre, en cada momento, estará allí la emoción de la victoria, la sensación de pisotear a un enemigo indefenso. Si quieres una imagen del futuro, imagina una bota que se estampa contra una cara humana, para siempre”.
Si las cifras de ventas nos dicen algo, es que tenemos razón al querer un relato más completo de las comparaciones entre la distopía de advertencia más infame de la literatura y el nuevo gobierno estadounidense.
Creo que estamos entrando en territorios más traicioneros que los que incluso contempló Orwell. Ahora tenemos un presidente y un gobierno en el poder que esperan que sus propias versiones de la realidad y los hechos se creen según su propio entender, a la carta, después de los hechos.
Esta no es la primera vez en tiempos recientes que las ventas de 1984 han tenido un aumento. En junio del 2013, Edward Snowden le hizo saber al mundo que las maquinaciones del aparato de vigilancia de Estados Unidos no sólo estaban destinadas al exterior, sino que operaban muy agresivamente en el interior.
Pero esta nueva oleada de popularidad tiene una causa mucho más perniciosa: el asalto lingüístico y la flagrante despreocupación por la verdad y el pensamiento racional por parte de altos funcionarios del gobierno de Trump y del propio presidente.
Actualmente estamos peleando una batalla sobre quién controla la noción misma de lo que es real y lo que es falso. No podemos darnos el lujo de desmenuzar las palabras: el presidente Trump y su personal han usado y seguirán usando mentiras y engaños para crear una falsa percepción de la realidad que se adapte a su agenda política.
Han sostenido diariamente como verdades falsedades insostenibles e indefendibles, y, para los medios de comunicación, se ha convertido en una tarea de tiempo completo señalar las ficciones que propaga este gobierno. Si no persistimos en la lucha por la honestidad, Orwell nos advierte que las mentiras no corregidas serán “traspasadas a la historia y (se convertirán) en la verdad”.
Lo que 1984 nos dice de nosotros mismos
La obra 1984 es una desafiante historia sobre el estado ficticio de Oceanía. Vive en un estado de guerra continua y aparentemente sin fin y sus instituciones son notoriamente revisionistas y manipuladoras de la percepción pública sin tener en cuenta los hechos históricos o la verdad. La supervisión de la ley y el orden y la protección incluso contra una rebelión menor es la esencia de la abierta y omnipresente vigilancia. Y en el trono, dirigiendo todas las funciones del Estado, está el Gran Hermano, un líder cuyo culto a la personalidad exige la más intensa lealtad personal y política.
Para mí, sin embargo, 1984 ha sido más que una historia cuyo contenido nos previene de la distopía. Los conceptos, los personajes y las lecciones me han guiado personal y profesionalmente en un sentido real. Mis años de adolescencia los pasé como un hacker, frecuentemente yendo hasta Manhattan desde Long Island para asistir a las infames Reuniones 2600, encuentros mensuales subterráneos de hackers neoyorquinos en el lobby del edificio Citigroup.
En el centro de estas reuniones estaba el redactor en jefe del 2600, The Hacker Quarterly, “Emmanuel Goldstein”, cuyo nombre de guerra fue tomado directamente del principal (y probablemente ficticio) enemigo del estado en 1984. Emmanuel y yo tenemos una amistad de casi 25 años, y todavía participo regularmente en su programa de radio y podcast centrado en los hackers, “Off the Hook”, transmitido semanalmente en WBAI en Nueva York. Cuando era adolescente, vi a varios amigos del círculo del 2600 ser llevados a prisión. Sus experiencias consolidaron mi deseo de ser abogado.
En medio de mi primera lectura de 1984, mi madre me sorprendió a mi hermana ya mí con una mascota, un precioso y pequeño perro negro abandonado en el local de un peluquero. Este cachorro era voluntarioso, contundente y parecía estar siempre conspirando contra todos los intentos de ejercer autoridad o dominio sobre él. Él era la encarnación del concepto orwelliano del crimen de pensamiento, el acto criminal de oponerse al partido gobernante. Le puse Winston, como el Winston Smith de 1984.
Winston permaneció firmemente contrario, pero a la vez a mi lado durante 16 años, viéndome ir a la escuela secundaria, la universidad, la facultad de Derecho y luego enfrentándome a la vida real. Cuando Winston murió en el 2011, empecé a trabajar como voluntario en un centro de rescate de perros en Nueva York, el Mighty Mutts, y durante un turno que nunca olvidaré, la beagle más perfecta para la adopción saltó sobre mi regazo y se negó a irse, como si le gritara al mundo que ahora era suyo.
Cuando pregunté por su nombre, no podía creer lo que oía cuando me dijeron que era “Julia”, el mismo nombre de la contraparte de Winston en 1984, su espíritu afín y su proscrito compañera. Adoptamos a Julia inmediatamente, y, hasta que se unió a Winston sobre el puente del arco iris a principios de este año, ella asumió su papel como un recordatorio diario de la sabiduría de 1984 y el lugar muy especial que la novela tiene en mi corazón.
Las lecciones, las advertencias y las predicciones de Orwell en mi vida nunca han sido más reales y más serias de lo que son ahora. Esas lecciones y paralelos merecen una seria consideración.
Mucho se ha escrito acerca de la noticia, el lenguaje ficticio de Oceanía, con su vocabulario deliberadamente limitado y en constante disminución, y cómo sus ataques contra la verdad y la razón son paralelos a las prácticas de administración de Trump. La idea detrás de la neolingua es que, al reducir el vocabulario, también es posible restringir el pensamiento personal y la libertad de expresión.
En el mundo de Orwell, no hay tal cosa como la palabra “malo”, sino que es “ingobernable”. Pero, ¿podría esta verdadera comparación entre la neolingua y la representación hecha por Conway de las mentiras flagrantes de Spicer como “hechos alternativos” estar realmente estimulando tal resurgimiento de interés en 1984? Por supuesto que no. Hay más.
Donald Trump y el doble pensamiento
Desde sus nombramientos en el Gabinete hasta las razones para sus desestabilizantes decretos, el presidente Trump parece haber visto una señal directa de los ministerios ficticios de 1984, cuyos propósitos son diametralmente opuestos a sus nombres.
El Ministerio de la Verdad de Orwell (“Miniverdad” en la neolingua), por ejemplo, no tenía nada que ver con la verdad pero era responsable de la fabricación de hechos históricos. En ese sentido, Trump ha promulgado, en nombre de la seguridad, una prohibición de viaje contra inmigrantes y refugiados de países cuyos ciudadanos no han causado la muerte de ningún estadounidense al terrorismo, dejando por fuera de esta prohibición a países cuyos ciudadanos sí han llevado a cabo actos de terrorismo.
Nos ha puesto en el camino a Betsy DeVos, una candidato a ser secretaria de Educación supuestamente opuesta a la educación pública y que promueve el concepto realmente orwelliano de la “elección de escuela”, un plan que parece bien intencionado pero del que los críticos aseguran que es un drenaje de los muy necesarios fondos de la educación pública hacia la privada.
Andy Pudzer, nominado para dirigir el Departamento del Trabajo, encargado de promover y proteger el bienestar de los asalariados, tiene un pasado complicado con los derechos de los trabajadores y ha elogiado la eficacia de los robots sobre los humanos debido a la incapacidad de los autómatas de tomar vacaciones y presentar quejas por discriminación.
Y no podemos dejar de mencionar que Scott Pruitt, nominado para dirigir la Agencia de Protección Ambiental (EPA, por sus siglas en inglés), que tiene la responsabilidad de proteger la salud y el medio ambiente, como procurador general de Oklahoma dedicó su cargo a luchar contra la EPA, buscó activamente la desregulación de los requisitos en cuanto a la contaminación del aire, y encabezó el ataque contra el Plan de Energía Limpia, el mayor esfuerzo de Barack Obama para reducir el calentamiento global.
Lo que es realmente aterrador es que el presidente Trump y su gente se niegan a reconocer la naturaleza contradictoria de sus posiciones, que es la condición perfectamente descrita en “1984” como “doble pensamiento”.
“Mantener simultáneamente dos opiniones anuladas, sabiendo que son contradictorias y creer en las dos”, es doblepensar. Y lo más relevante: “Contar deliberadamente mentiras mientras se cree genuinamente en ellas, olvidar cualquier hecho que se haya vuelto inconveniente, y luego, cuando sea necesario de nuevo, sacarlo del olvido por el tiempo que sea necesario”, es “doble pensamiento”.
La noción de blanco-negro iba de la mano con el concepto de “doble-pensamiento”: “Una voluntad leal de decir que el negro es blanco cuando la disciplina del partido así lo exige”. Esta noción es, sin embargo, más siniestra, en tanto que “significa también la capacidad de creer que el negro es blanco, saber que el negro es blanco y olvidar que uno ha creído siempre lo contrario”.
Vimos esto de primera mano cuando el presidente Trump se dirigió a los miembros del personal de la CIA. Mientras recordaba sus impresiones mentales sobre la multitud de la posesión, dijo: “Miré hacia fuera, y parecía que había un millón o un millón y medio de personas”. Y no creo que estuviera mintiendo. Creo que el presidente Trump creyó esto porque tenía que creerlo: la revisión de los acontecimientos un día antes de su discurso era necesaria porque era la única manera en que podía afirmar la legitimidad para controlar el momento presente.
Lo peor, sin embargo, no es que Conway y Spicer siguieran tan fácilmente y con gusto sus propios actos inspirados en la noción blanco-negro, sino que creyeran realmente que nosotros, los medios de comunicación y la gente, haríamos a su vez lo mismo.
En un famoso pasaje de 1984, grandes multitudes se reúnen para denunciar el eterno rival de Oceanía, Eurasia. En medio del discurso, un trozo de papel le es pasado al orador y, en medio de la frase, sin pestañear, el locutor cambia el nombre del enemigo al del antiguo aliado de Oceanía, Estasia. Con un simple acto de negro-blanco, el enemigo fue cambiado a amigo, y el amigo a enemigo.
Por qué todos necesitamos leer —y releer— 1984
Vivimos en este estado de flujo en la vida real. Rusia era y es probablemente el rival más feroz de nuestra nación, aunque como candidato, el presidente Trump declaró: “Rusia, si escuchas, espero que puedas encontrar los 30.000 correos electrónicos de Hillary Clinton que faltan”. Elogia a Putin, pero afirma que tal vez no le guste en realidad cuando se reúnan. WikiLeaks publicó datos del Comité Nacional Demócrata supuestamente obtenidos por hackers rusos, pero las elecciones no fueron “manipuladas”.
Un recuento sería “ridículo”, pero el fraude electoral fue incontrolable. Las fuentes confiables de información son “noticias falsas”, y de alguna manera Chelsea Manning, la denunciante más notable de WikiLeaks, es ahora una “traidora ingrata”.
Frente a la condena bipartidista de sus delirantes de fraude electoral, el presidente Trump ha prometido impulsar una “importante investigación” sobre los tramposos ficticios que “le costaron” el voto popular. Con tal giro orwelliano, tal vez pronto aprenderemos que los millones de ,misteriosos votantes evasores se registraron bajo el nombre de “Emmanuel Goldstein”.
En una semana y más que hemos tenido de la presidencia de Trump, los paralelismos con 1984 son más que superficiales, y esto presagia un futuro siniestro para Estados Unidos, sin importar su persuasión política. Nosotros, entre todas las especies, estamos dotados de lenguaje, de pensamiento, de la capacidad de expresar libremente todas las emociones singulares que experimentamos con sinceridad y honestidad. Tenemos hoy lo que Winston y Julia, los personajes de la distopia de Orwell, perdieron y que lucharon tan duro para conquistar y no lograron: la libertad de expresión.
A la vez cautelosos y aprehensivos, ciertos pasajes de 1984 nos recuerdan elocuentemente que nos aferramos a los ideales de verdad e igualdad, porque las verdades simples que nos atan son más fuertes que las mentiras complejas que nos dividen:
“Era curioso pensar que el cielo era el mismo para todo el mundo, en Eurasia o Estasia, así como aquí, y la gente bajo el cielo era también la misma. En todas partes, en todo el mundo, cientos o miles de millones de personas como estas, gente ignorante de la existencia del otro, separada por muros de odio y mentiras, y sin embargo casi exactamente igual, un pueblo que nunca había aprendido a pensar sino que estaba apiñado en sus corazones, vientres y que ejercita el poder que un día derribaría el mundo”.
Antes de que Winston, mi perro, falleciera, le prometí que mi hijo primogénito llevaría su nombre. Amando a ese perro tanto como yo, mi amable esposa me permitió cumplir con esa promesa. El segundo nombre de nuestro hijo es Winston, y como Winston y Julia, que vivieron antes que él, para mí su nombre es simbólico de la lucha constante contra la tiranía y la verdad.
Espero sinceramente que cada copia recién comprada de 1984 se lea, y, como mi madre me dijo, hay que leerlo una y otra vez, porque esa novela nos muestra que lo que está en juego ahora es nada menos que la legitimidad, la confianza y la honestidad de nuestra república.