Nota del editor: Roberto Izurieta es analista político y profesor de la Universidad George Washington. Fue director de comunicación del presidente de Ecuador Jamil Mahuad del partido Democracia Popular entre 1998 y 2000; además fue asesor de los presidentes Alejandro Toledo en Perú, Álvaro Colom en Guatemala y Horacio Cartes en Paraguay y participó en la campaña de Enrique Peña Nieto en México. Es colaborador político de CNN en Español. Jaime Sanín es abogado y consultor político colombiano, actualmente estudiando una maestría en Gerencia Política en The George Washington University, donde además trabaja como asistente de investigación. Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente a los autores.
La decisión de Donald Trump de salir del Acuerdo de París es una muestra más de la pérdida del liderazgo de Estados Unidos en la arena mundial. Días antes, se dio un proceso parecido con respecto a la OTAN que fue claramente respondido por Angela Merkel: el hecho de que las naciones desarrollas y, sobre todo, las naciones con economías y democracias liberables ya no pueden contar con el liderazgo de los EE.UU.
Donald Trump toma la decisión de retirarse del Acuerdo de Paris con el propósito de seguir su línea de apostarle todo a su base política. Sin duda, cumple una promesa de su campaña; pero lo que hay que entender siempre como líder es que la gente no vota por todas las cosas que dices, prometes o haces. Al igual que su hija Ivanka, muchos de sus votantes y, en nuestra opinión, la mayoría de votantes de EE.UU. (aún en estados donde Trump ganó), están en contra de esa decisión. La popularidad de Trump está, máximo, en 40% de respaldo (dependiendo qué encuesta usemos), lo que lo convierte en el presidente más impopular de la historia moderna de los EUA en sus primeros seis meses de gobierno.
Steve Bannon, su asesor de campaña más conservador (quien disputa los espacios de poder con Ivanka Trump y su esposo Jared Kushner) ganó esta batalla, pues ellos tienen posturas más moderadas en casi todos los temas. Bannon, líder nacionalista, llevaba varios meses convenciendo a Trump de la importancia de salirse del Acuerdo de Paris, pues de lo contrario estaría rompiendo una de sus promesas de campaña y aceptando un acuerdo supuestamente negativo para EE.UU.
La apuesta de Bannon es clara: Trump solo debe alimentar y fortalecer su base electoral. Con eso, argumenta que puede aún ganar la elección de medio periodo para mantener el Congreso y el Senado los dos últimos años de poder. Más teniendo en cuenta que históricamente, la tasa de participación en las elecciones de medio periodo es significativamente más baja que durante los años con elección presidencial y suele estar cercana al 35%, según el Pew Research Center.
Bannon tiene claro que la investigación sobre las interferencias de Rusia y la acusación de la interferencia en la justicia al despedir al exdirector del FBI, James Comey (dos acusaciones distintas y ambas muy graves), pueden avanzar, pero en ningún caso prosperar hasta llevarlo a prisión, mientras Trump sea capaz de lograr (o sea la estimación que ganaría) las dos cámaras.
De esta manera, Trump tendría el respaldo y los votos para que ninguna investigación ni acusación formal pase el proceso de destitución del que tanto se habla. Recordemos que ningún presidente de EE.UU. ha sido destituido por el Congreso. Nixon renunció antes de ser destituido y cuando todavía tenía la fuerza necesaria para pedirle a Ford, que una vez asumiera la Presidencia, le otorgara el perdón necesario para no terminar en la cárcel después de dejar la Presidencia.
El Acuerdo de París es en realidad una declaración de principios, un mensaje claro que el mundo está unido (a excepción de Siria, Nicaragua y ahora EE.UU.) para confrontar los retos del cambio climático. En mi opinión, poco cambiará con la decisión de Trump (que solo será efectiva si logra su reelección, porque el retiro del Acuerdo se daría solo al día siguiente de la próxima elección presidencial de EE.UU.): ninguna mina de carbón se abrirá como respuesta de esta decisión. El mismo George W. Bush quiso incentivar nuevamente la producción de carbón y no lo logró. La producción de carbón no ha crecido por ningún acuerdo climático; no ha crecido porque ya hay energías mucho más baratas con las que compite: sobre todo el gas. El gas es de las energías mas baratas y limpias (si no se extrae a través de la tecnología de fracking). El carbón no puede competir con esos precios. Tampoco creo que muchas nuevas minas de carbón se cierren por mantenerse o dejar el Acuerdo de Paris: las que están todavía en operación son todavía competitivas sobre todo porque su inversión inicial (que es brutalmente enorme) ya está amortizada.
Pero lo grave es a futuro. Hoy en día, más empleo y capital están en las energías renovables que en el petróleo, gas y minería juntas. Según cifras recientes del Natural Resources Defense Council, una organización no gubernamental basada en Washington, cerca de 1 millón de ciudadanos americanos trabaja directa o indirectamente en energías renovables (eficiencia energética, energía solar y eólica y vehículos alternativos), lo que equivale a cerca de cinco veces la cantidad de ciudadanos trabajando actualmente en la industria de combustibles fósiles (carbón, gas y petróleo).
La mayor parte de empleos perdidos no se da por la inmigración o acuerdos comerciales o climáticos, sino sobre todo por el uso de la tecnología (incluida la robótica) y el hecho de que es más barato producir en China e India. La ventaja para Estados Unidos es que estas nuevas tecnologías han traído más empleos (y empleos mejor pagados) a la mayoría de los ciudadanos estadounidenses.
El futuro del progreso no está tanto en la manufactura o en las minas de carbón: está en empresas como Tesla (que produciendo solo 84.000 autos al año tiene más valor en el mercado que General Motors, que anualmente produce cerca de 10.000.000). Tesla es un ejemplo que lo que más vale no es necesariamente lo que produce, sino la apuesta al futuro: ser la vanguardia en el desarrollo tecnológico.
Lo grave de dejar el Acuerdo de París para EE.UU. es que el desarrollo tecnológico, desde el desarrollo de las computadoras (IBM, Apple), programas de software (Microsoft), compañías de tecnología (Google, Facebook), e incluso vacunas (Merck, Sanofi) han podido ser precursores a nivel global porque el gobierno de EE.UU. ha sido líder mundial en la búsqueda y apoyo al desarrollo tecnológico que ha costado billones de dólares (pues solo pocas de esas iniciativas han terminado en éxito). O sea, con el apoyo y gasto del Gobierno de los EUA se han desarrollado las tecnologías de vanguardia y se han creado las empresas más poderosas del mundo.
Entonces, la decisión de Trump de salirse del Acuerdo de París es un mensaje que su gobierno prefiere hacer una apuesta muy riesgosa de pretender ganar y mantener su base electoral para su supervivencia política, a costa del liderazgo internacional histórico de EE.UU. y, peor aún, que no tiene la visión de futuro que ha puesto a la economía de EE.UU. a la vanguardia en tecnología y desarrollo de grandes empresas.
La visión de Donald Trump es provinciana, aislacionista y sobre un pasado que no volverá; Trump prefiere ver la apertura de minas o fabricas ineficientes con tal de asegurar su subsistencia política.