(CNN) – La insistencia de este martes del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en que “ambos bandos” fueron responsables de las violentas protestas en Charlottesville (Virginia), ha convertido lo que era una presidencia errática a una al borde del colapso total.
“Tenías a un grupo malo de un lado, y a otro que también era muy violento. Nadie quiere decir eso, pero lo diré ahora”, aseguró Trump a periodistas en una aparición ante la prensa en Nueva York.
Esa posición fue tomar un paso atrás a partir de los comentarios que Trump hizo un día horas antes, condenando a los supremacistas blancos y neonazis que se habían reunido para protestar por la remoción de una estatua confederada. Sin embargo, estaba en línea con lo que dijo Trump el sábado, a pesar de que las protestas estaban muy agitadas, argumentando que había que culpar de la violencia a “muchas partes involucradas”.
Los comentarios de Trump de este martes provocaron una gran y generalizada indignación en casi todos los funcionarios republicanos elegidos en el país que expresaron su desacuerdo y desaprobación con los sentimientos del presidente, aunque, notablemente, la mayoría no llamó al presidente por su nombre.
“La presidencia es el trabajo más importante del país”, dijo el gobernador de Ohio, John Kasich, en el programa Today de NBC. “Y hay un entorno de amargura que parece que no puede removerse”.
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Lo que tenemos aquí es una presidencia de sólo 208 días que se encuentra en crisis total. Y, no es simplemente una crisis política. Es moral también. Y totalmente autoinfligida.
Considera dónde estamos.
El presidente de Estados Unidos ha pasado los últimos días tratando de crear una especie de equivalencia moral entre los que odian y los que protestan contra el odio. Al hacerlo, ha dado a estos supremacistas blancos y neonazis exactamente lo que ellos quieren: una protección a su retórica llena de odio. No se equivoquen: para los fanáticos y los supremacistas que se reunieron en Charlottesville, lo que Trump dijo el sábado y de nuevo el martes se constituye en una victoria importante, un éxito en sus esfuerzos para verter sus venenosas opiniones en la corriente informativa.
Ese fracaso del liderazgo moral viene a la cabeza de una serie de fracasos políticos durante los primeros seis meses de la presidencia de Trump. El sistema de salud no sido derogado o reemplazado. La llamada “prohibición de viajes” de Trump sigue estando en el limbo legal. Las renuncias y los despidos de algunos de los principales asesores de la Casa Blanca han dejado preguntas sobre quién está realmente a cargo. Un fiscal especial continúa investigando la intromisión de Rusia en las elecciones de 2016 y la posible connivencia con los miembros de la campaña de Trump. La calificación de aprobación al desempeño de Trump se sitúa en apenas cerca de los 30 puntos, algo histórico para un presidente en esta etapa de su mandato.
Y, en el centro de todo, está Trump. Un hombre empeñado en marcar cada punto. Un hombre que toma cada real o percibido desaire de forma personal. Un hombre poco dispuesto a agarrar el manto de liderazgo moral y político que le otorga la presidencia. Un hombre que no va a cambiar y, peor aún, está tan envuelto en sus ataques de resentimiento personal que no puede ver el daño que le está haciendo a su partido y, más importante aún, al país.
Lo que había sido un colapso político en cámara lenta durante los últimos 207 días se convirtió en un rápido colapso moral el martes. Lo que lleva a esta pregunta: ¿Qué pasa ahora? ¿Qué harán ahora los republicanos (y el resto del país), con el claro conocimiento de que Trump no cambiará? Si continúa este curso actual, parece probable que cause un daño duradero al cargo para el que fue elegido.
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El juicio por destitución ha estado en los labios de algunos demócratas. Pero ese es un duro proceso que es difícil de imaginar, aún más con la mayoría republicana en el Congreso. Trump no ha roto ninguna ley. Sus errores, aunque sean grandes y moralmente reprobables, no son ilegales.