Nota del editor: Alice Han es instructora de Obstetricia, Ginecología y Biología Reproductiva en la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard. Es catedrática adjunta del departamento de Obstetricia y Ginecología de la Universidad de Toronto. Trabajó como asesora del distrito clínico femenil de Partners in Health en Ruanda. Las ideas plasmadas en este artículo se basan en su conferencia TEDx, Violence Against Women and Girls: Let’s Reframe This Pandemic. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas de su autora.
(CNN) — La campaña #MeToo ha arrojado luz sobre el acoso sexual y las agresiones de forma desconcertante. Las consecuencias jurídicas y políticas, desde Harvey Weinstein hasta el encarcelamiento del médico olímpico estadounidense, Larry Nassar, marcan un cambio en nuestra cultura. Sin embargo, brilla por su ausencia el diálogo relativo a las formas de respaldar la salud de las mujeres y reducir la violencia contra las mujeres y las niñas.
Esta violencia puede ser física, emocional o psicológica y adopta muchas formas, tales como la violación, la violencia doméstica, los matrimonios de niñas, el tráfico sexual y los asesinatos por honor. Soy obstetra y ginecóloga y me preocupa la salud de la mujer. Como epidemióloga estudiosa de los patrones de las enfermedades, he llegado a pensar que la violencia contra las mujeres y las niñas es como una pandemia.
A diferencia de una enfermedad viral, las causas de la violencia contra las mujeres y las niñas son sociopolíticas, como en el caso de la desigualdad de género. Pero como ocurre con los virus que causan la gripe, las ideas que la provocan se propagan, infectan y representan una amenaza a las sociedades de todo el mundo.
Analicemos los hechos: a lo largo de su vida, una de cada tres mujeres y niñas de todo el mundo se ven directamente afectadas por las formas más comunes de violencia: violencia sexual y física de parte de su pareja y violencia sexual de parte de alguien que no es su pareja. Esto incrementa el riesgo de tener problemas de salud graves, tales como lesiones cerebrales traumáticas, VIH, depresión, y en el peor de los casos, la muerte. La violencia durante el embarazo puede desencadenar una respuesta de estrés materno, lo que incrementa el riesgo de parto prematuro y de bajo peso del bebé al nacer.
Esta violencia puede pasar desapercibida para los proveedores de atención médica porque con frecuencia no deja marcas físicas. Además, puede devastar las economías: el costo a lo largo de la vida de todas las sobrevivientes registradas en Estados Unidos es de casi 3.1 billones de dólares.
En todo el mundo, muchas mujeres y niñas víctimas de violencia confían en los servicios de salud como primer contacto. Varias mujeres me han contado su historia, incluso historias de violencia doméstica. Sin embargo, en mi intento por defenderlas, he recibido respuestas indiferentes de parte de las autoridades sanitarias: que “es difícil hacer algo al respecto” o que no tiene nada que ver con las especialidades médicas.
He visto que esta actitud indiferente se manifiesta en las actitudes y los actos de los profesionales de la salud (o en su inacción). Tan solo pensemos en el caso de MC, una mujer a la que internaron en un hospital en Los Ángeles, Estados Unidos, en peligro de abortar por los actos de un esposo agresivo.
“Le dije a la enfermera obstétrica que mi esposo no era buena persona. Nadie me preguntó si era violento ni me refirió con otro especialista. Un año después, en Estocolmo, luego de que lo dejara porque me había atacado, fui al hospital y nada más revisaron mis heridas… No me pusieron en contacto con nadie ni me dieron seguimiento. Lo ignoraron por completo”, cuenta. MC me dijo que el periodo de abuso podría haber sido más breve si hubiera recibido apoyo de los profesionales médicos a los que les pidió ayuda.
La experiencia de MC no es un caso aislado. He visto mujeres y niñas víctimas de violencia, en regiones de todo el mundo, que no reciben la atención médica completa que necesitan. También pasa en Estados Unidos. En un estudio que se publicó en 2013 se demostró que más del 80% de las salas de emergencias de Estados Unidos no ofrece atención médica completa después de una violación.
Aquí hay un patrón inquietante. Los sistemas de salud de todo el mundo no suelen reconocer la violencia contra las mujeres y las niñas como un problema de salud. De acuerdo con Claudia García Moreno, quien dirige las acciones de la Organización Mundial de la Salud contra la violencia contra las mujeres, hay pocos recursos para combatirla. Los países no tienen pautas para que los profesionales de la salud brinden la atención adecuada o no las implementan con la rapidez adecuada. Miles de médicos, enfermeras y parteras se gradúan sin tener entrenamiento formal para brindar la atención necesaria en estos casos.
Entonces ¿qué hay que hacer? Para empezar, en vez de pensar en la violencia contra las mujeres y las niñas como un problema difícil de combatir, hay que verlo como una enfermedad prevenible. Las estrategias para prevenir y reducir el número de casos no caben en una jeringa, sino que se presentan en forma de programas educativos y de empoderamiento económico para combatir las raíces de la violencia, tales como la desigualdad de género.
Las pruebas indican que estas intervenciones sirven para reducir la cantidad de casos de violencia y sus efectos se dejan sentir en unos cuantos años, no en generaciones. Por ejemplo, en un estudio que se llevó a cabo en Uganda, los líderes comunitarios trabajaron con los hombres y las mujeres para que aprendieran a equilibrar la dinámica del poder en tres años. Esto redujo a la mitad el riesgo de que una mujer fuera víctima de violencia de parte de su pareja.
Todos tenemos algo qué hacer para combatir esta enfermedad. Los legisladores deben priorizar la violencia al crear presupuestos y desarrollar e implementar pautas para guiar a los proveedores de atención médica a apoyar a las mujeres y las niñas. Los educadores en salud deben brindar capacitación en cada escuela de medicina y enfermería para enseñar a tratar a las pacientes víctimas de violencia. Los médicos, las enfermeras y las parteras deben considerar que la violencia contra las mujeres y las niñas es una amenaza para sus pacientes. Los filántropos y los patrocinadores deben respaldar a los científicos y a los programas que trabajan para lograr la igualdad de género y para erradicar otras causas de la violencia.
Todos los demás debemos hacer público nuestro respaldo a los esfuerzos para erradicar la violencia contra las mujeres y las niñas.
Cuando un virus infecta el cuerpo humano genera una reacción inmunitaria para librar al cuerpo del virus. Seamos parte de la respuesta inmunitaria mundial contra la violencia contra las mujeres y las niñas.