Nota del editor: Paul Begala, estratega demócrata y comentarista político de CNN, fue asesor político durante la campaña presidencial de Bill Clinton en 1992 y asesor de Clinton en la Casa Blanca. Fue consultor del supercomité de acción política a favor de Hillary Clinton, Priorities USA Action. Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor.
(CNN) – Agreguemos el nombre del secretario general de la Casa Blanca, John Kelly, a la lista sorprendentemente larga de asistentes cercanos a Trump que, supuestamente, han denigrado el intelecto del presidente, en su caso, llamando “idiota” al líder del mundo libre. Kelly dijo que el informe era “puras sandeces”.
Pero como perro que no ladra, las declaraciones de Kelly son más reveladoras por lo que no dijo. No dice que el presidente es brillante. No dice que sea dedicado. No dice que se sumerja en los temas difíciles que llegan día a día al Salón Oval. El silencio de Kelly sobre esos temas es revelador.
Por supuesto, que el exsecretario de estado Rex Tillerson llamó al presidente Trump “[borro insulto] imbécil”. Luego heroicamente se rehusó a participar en la ritualista negación deshonesta. Tillerson le dijo a Jake Tapper de CNN, “no entraré en esas nimiedades”.
El asesor de seguridad nacional H.R. McMaster, según un informe en BuzzFeed, ha apodado al presidente Trump “idiota”, “tonto” y hombre con el cerebro de un “preescolar”.
En el libro de Michael Wolff, “Fire and Fury” (que debería tomarse con pinzas), el exsecretario general de la Casa Blanca, Reince Priebus, y el secretario del Tesoro, Steve Mnuchin, se refirieron al presidente con la palabra “idiota”. El entonces asesor económico Gary Cohn dice que Trump es “más tonto que la [caca]” y es “un idiota rodeado de payasos”. (Nótese que en este tiempo Cohn mismo era una de las personas que rodeaban al presidente. ¿Él vendría a ser Clarabell?). Y un magnate multimillonario de la prensa, Rupert Murdoch, supuestamente llamó al presidente Trump “[maldito] idiota” después de una llamada telefónica sobre inmigración.
Estoy empezando a ver un patrón aquí. Los más cercanos al presidente piensan que… bueno, queda bastante claro lo que piensan.
Pero difiero.
Creo que Donald J. Trump es bien brillante. No en el sentido intelectual, como los socios de Mensa, pero tiene, creo, una inteligencia innegable. Tiene la inteligencia, la viveza, la agudeza de la calle. Nadie puede ser confabulador y ser un idiota.
Entonces, ¿dónde está la desconexión? ¿Por qué yo, como analista externo, puedo ver una inteligencia que quienes están más cercanos al presidente no ven? Porque hay distintos tipos de inteligencia que son útiles para distintos propósitos. El tipo de inteligencia que creo que tiene Trump es enormemente útil si uno quiere, por así decir, ser político, o incluso si uno quiere ser demagogo.
Tiene una inteligencia cínica innata para lo que quieren oír sus seguidores más acérrimos. Es como una varita mágica para la división, el prejuicio y el estereotipo. Su repetición retórica incansable (“No hay confabulación, no hay confabulación, no hay confabulación”) está brillantemente diseñada para decirle a la gente predispuesta a escuchar lo que él dice lo que quieren oír.
Olvidemos la realidad objetiva de que su presidente de campaña, su hijo y su yerno se reunieron con los rusos que les prometieron algo sucio sobre Hillary Clinton de parte del gobierno ruso, lo que justifica que Robert Mueller esté investigando la posible confabulación.
Tiene un inequívoco sentido de cómo llamar la atención de los medios, sea asumiendo un seudónimo o filtrando el mito de “El mejor sexo que he tenido” a los tabloides de Nueva York, o dominando las conversaciones de pasillo en todo el país al atacar a los jugadores de la Liga Nacional de Fútbol Americano que se arrodillan durante el himno nacional. Es como si supiera lo que está a punto de decir cada fanfarrón en la barra antes de que lo diga.
Su afición por los apodos al estilo tercer grado sin duda degrada su discurso. Sin embargo, personas que en otros sentidos se muestran sofisticadas, los repiten: “Ted el mentiroso”, “Pequeño Marco”, “Hillary corrupta”. Entonces, ¿quién es el idiota en realidad?
El problema es que, la inteligencia idiosincrática de Trump, si bien fue suficiente para hacerlo aterrizar en la Casa Blanca, no le es de utilidad para el trabajo de presidente. Le falta, según la mayoría de los relatos, la vasta curiosidad, la profundidad en las políticas, el saludable escepticismo sobre sus posiciones, la atención suficiente, la apreciación de los matices y, sobre todo, la humildad intelectual que deben tener los presidentes exitosos.
Servir al presidente Clinton en el ala oeste fue el punto cumbre de mi vida profesional. Es la persona más inteligente que conozco, y nunca actuó (ni siquiera en apariencia) como la persona más inteligente en la sala. Emparejó su deslumbrante intelecto con una empatía inconmensurable, y con esa combinación sacó afuera lo mejor de cada uno a su alrededor.
No solo quería saber, sino que quería entender. Luego integraba, hacía polinización cruzada entre la nueva información sobre los precios agrícolas con el último informe del presupuesto militar de Francia, y veía el mundo en tonalidades sutiles. Es imposible imaginar que algunos de sus máximos asesores hablaran con desdén sobre él, como lo hacen los del presidente Trump.
Finalmente, una advertencia a los demócratas: no ataquen la inteligencia de Donald Trump. Los liberales sufren de la arrogancia de que son más inteligentes y esto puede tornarlos insufribles. Además, de un modo extraño, llamar estúpido al presidente Trump excusa sus actos intencionales de malicia.
Entonces, no lo llamen “tonto” ni “idiota”, refiéranse a él como lo que es: un estafador conspirativo y corrupto, un demagogo peligroso y divisivo. Y, en la cruda realidad, el hombre que se llevó 30 estados en las últimas elecciones y bien podría hacerlo otra vez si los demócratas no abren fuego con mejor puntería.