Nota del editor: Nick Paton Walsh es corresponsal internacional sénior para CNN International. Las opiniones en este artículo son propias del autor.
(CNN) – El problema de montar un espectáculo es que uno podría olvidarse de que puede tener un significado.
Las salvas de apertura del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, contra los aliados estadounidenses en la OTAN llegan en un momento extremadamente delicado en la historia de la alianza. Desde fines de la Guerra Fría no había estado tan alterada la seguridad europea por una Rusia resurgente; e incluso durante la Guerra Fría, la unidad de la OTAN nunca había sido cuestionada, y mucho menos socavada por su propio fundador, Estados Unidos.
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Pero Trump comenzó su reunión con el jefe de la OTAN, Jens Stoltenberg, blandiendo la demoledora bola de la desconfianza a la que nos hemos acostumbrado.
Alemania no es “cautiva” de Rusia debido a sus obvias grandes importaciones de gas proveniente de Rusia. Angela Merkel lideró la respuesta europea cuando Rusia invadió Crimea en el 2014, y se estima que está reduciendo en el 60% su dependencia del gas ruso y buscando otras fuentes de importación.
Trump omite el detalle clave de que el gasoducto fue concebido a principios de los 2000, cuando la amenaza rusa era menor y las riñas con su vecina Ucrania parecían poner en riesgo el transporte de gas a Europa central. En ese entonces, era la idea lógica para Berlín e, incluso ahora, es poco probable que Rusia le corte el suministro de gas a Alemania, dado que necesita mucho esos ingresos.
Sin embargo, este es el meollo de la estrategia desplegada por Trump: tomar un hecho parcial, sacarlo de contexto y exagerar desacertadamente sus consecuencias. Lo mismo hace en cuanto a los gastos de la OTAN.
Sí, la invasión de Rusia a Ucrania —dos veces— destacó de mal modo la desastrosa falta de preparación de algunas de las fuerzas armadas europeas. Barack Obama lo señaló.
También hay temores válidos sobre la carrera armamentista que podría desatarse en Europa continental si Alemania de pronto invirtiera decenas de miles de millones de euros más en infraestructura en uno o dos años, azuzados por la Casa Blanca de Trump. ¿Cómo reaccionaría Moscú?
Pero comparar a Estados Unidos, un país cuyo presupuesto de defensa eclipsa a todas esas demás naciones combinadas, con sus aliados de la OTAN, no es del todo
acertado. No todos los gastos de Estados Unidos garantizan la seguridad de Europa.
El Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS, por sus siglas en inglés) calculó que la inversión de Estados Unidos en la seguridad europea se ubicó en 30.000 millones de dólares en 2017, y 36.000 millones de dólares en 2018, solo un poco más del 5% de su gasto total. El resto de la OTAN combinada gasta unas 8 veces eso en la seguridad de Europa: 239.100 millones de dólares, dice el citado instituto.
Presentar a la OTAN como una organización centrada únicamente en la seguridad europea —como hizo Trump con sus comentarios sobre Alemania— omite por qué la fundó Estados Unidos. La alianza ayudó a garantizar el dominio estadounidense sobre la Unión Soviética en la Guerra Fría y posteriormente en el mundo globalizado. Pero también confirió la garantía de seguridad colectiva del Artículo 5, según el cual el ataque a un miembro puede ser declarado un ataque contra todos sus miembros. Solamente un país invocó esa cláusula en la historia: Estados Unidos, a raíz de los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001.
En resumen, la OTAN ayudó a garantizar tres décadas de dominio militar estadounidense a nivel global. Y, dicho sea de paso, si uno quiere abandonar la OTAN, debe —según el artículo 13— informar a Estados Unidos.
El dominio militar global le permite a Estados Unidos seguir siendo la única hiperpotencia, poseer la reserva monetaria mundial y mantener un enorme déficit en su cuenta corriente. Nadie quiere meterse con Estados Unidos aun con este hombre a cargo.
El uso indebido de hechos parciales y distorsionados, y la lógica fallida de Trump llegan en un momento en que los aliados de la OTAN necesitan justamente lo opuesto.
Ciertamente necesitan garantías. La ansiedad —por no decir el pánico— por las fuerzas rusas está en un nivel altísimo, desde el Ártico hasta el Mar Negro. Cuando más al sur se va, peor es.
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Noruega acaba de pedirle a Estados Unidos que duplique el número de infantes de marina de estadounidenses apostados allí (unos 600), dado que se incrementan sus inquietudes por el riesgo de ataques repentinos por parte de Rusia.
Finlandia solicitó ejercicios militares liderados por Estados Unidos a gran escala en sus fronteras los próximos 18 meses. Los estados bálticos regularmente hacen que los aliados de la OTAN lleven a cabo sus juegos de preparación bélica a lo largo de sus fronteras.
Los estrategas ahora suelen hablar del antes desconocido “paso de Suwalki”: la tierra entre Belarús y el enclave ruso de Kaliningrado que los planificadores estratégicos temen que Rusia pueda tomar en un ataque relámpago, aislando a los estados bálticos de sus aliados de la OTAN al oeste.
Belarús está lo suficientemente alterada como para reclamar la atención de la Unión Europea; y ni siquiera forma parte de la OTAN. Ucrania está en una lenta, pero posible grave guerra con Rusia. Y Georgia estuvo en una guerra de fuego abierto apenas una década atrás.
Queda claro quién es la amenaza, o el “contrincante”, como prefiere llamarlo Trump. Y en medio de todo esto, Trump dice que la reunión con Vladimir Putin en Helsinki podría ser lo más fácil de su gira.
La bola de demolición que blandió en sus comentarios de apertura en Bruselas, palabras claramente calculadas y repetidas minutos después por la Casa Blanca y sus cuentas personales en las redes sociales, podrían arruinar la confianza y la unidad en el corazón de occidente incluso antes de que él llegue a Finlandia.