David Allan y su futura esposa Kate pasaron dos años viajando juntos.

(CNN) – “Si tienes a alguien que crees que es la persona indicada, viajen por todo el mundo y vayan a sitios donde sea difícil llegar y difícil salir. Si cuando vuelvas aún estás enamorado de esa persona, cásate en el aeropuerto”, aconsejó Bill Murray en cierta ocasión (un video viral en la despedida de soltero de un extraño a la que se coló).

Eso es exactamente lo que mi prometida Kate y yo estábamos haciendo una noche hace 16 años, cuando en medio de la nieve un automóvil invadió nuestro carril en una carretera rural en Polonia.

Pegué un volantazo, dimos varios giros a lo largo de tres carriles de tráfico, saltamos a un terraplén y nos detuvimos en un campo oscuro y lleno de nieve. Al caer todas las puertas se abrieron y todo lo que no estaba sujeto voló hacia la noche oscura, dejándonos aturdidos en un auto abollado en un silencio espeluznante.

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Estábamos en la mitad de un viaje de dos años que comenzó cuando a Kate le ofrecieron una beca en Tailandia, apenas un mes después de que comenzamos a ser novios. La seguí al extranjero con la bendición de mi jefa en ese momento, quien me permitió trabajar a distancia desde Bangkok. “El amor es el eje alrededor del cual gira todo lo demás”, me dijo.

Y así emprendimos el viaje, primero por todo el sudeste asiático y cuando la beca se terminó el año siguiente viajamos a Mongolia, China, Inglaterra (donde compramos el auto en el que nos accidentamos), Escocia, Irlanda, Bélgica y Francia. En la cima de la Torre Eiffel le pedí matrimonio y luego seguimos por España, Marruecos, Italia y Austria.

El día anterior al accidente les mandamos a amigos y familiares un video de nosotros en Viena con tazas humeantes de glühwein (un vino caliente) mientras les deseábamos “¡Feliz Navidad!”.

Deseos

Kate Rope y David Allan pasaron buena parte de un año viajando alrededor del mundo antes de regresar a Estados Unidos comprometidos. Para recorrer Europa y Marruecos compraron un auto en Londres y condujeron primero a Escocia.

El viaje fue como nuestra versión personal de una película de Wes Anderson. El paisaje cambiaba de urbano a costero y a montañoso. Esquiamos en los Alpes, dormimos en yurtas en Mongolia, viajamos en tren y trabajamos en el antiguo ashram de Gandhi en la India.

Bebimos vino y absenta en España, regateamos por una alfombra en Marrakech, paseamos por la Gran Muralla China y pedimos un deseo (casarnos) en un famoso pozo en el castillo de Macbeth.

“Viajar es como el amor, te rompe y te empuja por encima de los muros y los bajos horizontes que formaron los hábitos y las actitudes defensivas”, escribió el escritor de viajes Pico Iyer. Nuestro aislamiento, más los desafíos estimulantes que traen los viajes imprevistos, fue un proceso para probar nuestra relación. A eso se refería Bill Murray.

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Viajar y convivir casi todos los días durante un año permitió que nos conociéramos antes de dar el gran paso.

Nos apreciamos y valoramos mutuamente en situaciones que probablemente no hubiéramos afrontado de habernos quedado en San Francisco: revendedores agresivos, intoxicación alimentaria más agresiva, carteristas menos agresivos, perdernos, no hablar el idioma, caernos de un caballo, quedarnos sin oxígeno mientras buceábamos, conductores de taxi ebrios y un hombre que intentó vendernos un automóvil robado y luego nos dejó en los suburbios de Londres, a pie. Nos reímos mientras se iba y nos dimos cuenta de lo que acababa de hacer y luego nos subimos al primer autobús que pasó por allí.

Éramos simplemente dos jóvenes estadounidenses sin una dirección fija o un itinerario durante meses, disfrutando los mejores momentos de nuestras vidas.

Hasta que tuvimos uno de los peores.

Experiencia cercana a la muerte

La aventura dio un giro dramático después de un accidente en Polonia.

Rara vez conducíamos en la noche. Despertar cada mañana y decidir lo que queríamos hacer ese día significaba que nunca íbamos con prisa. Pero el día del accidente teníamos una cita programada a la mañana siguiente con amigos en Cracovia para visitar juntos el campo de concentración de Auschwitz. El viaje desde Viena tomó más tiempo de lo que pensábamos.

Kate anticipó el accidente segundos antes del impacto, ni siquiera el tiempo suficiente para gritarme “¡cuidado!”. Íbamos en el carril rápido, pero el conductor que nos golpeó estaba en el carril del medio y conducía más rápido. Nos hubiera rebasado por la derecha pero en su carril iba un lento camión, que no vio hasta que casi lo choca por detrás.

Más tarde supimos que iba distraído enviando mensajes de texto por teléfono celular. Levantó la vista justo antes de colisionar con el camión e invadir nuestro carril para impactarnos en su lugar. Chocó nuestro pequeño Citroen en el flanco derecho, que era el lado del conductor porque era un auto británico.

Tras el impacto no pude mantener el control del volante. Rebotamos en la barrera e hicimos un giro de 360 grados sobre los tres carriles de la carretera. Incluso pasamos frente al lento camionero que había desencadenado el accidente.

Durante ese momento de cámara lenta en la experiencia cercana a la muerte recordé haber pensado que si otro auto nos chocaba nos mataría. En esos escasos segundos Kate me cogió de los hombros y trató de empujarnos hacia el medio del vehículo para disminuir el daño corporal de otra colisión.

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Salimos volando de la carretera, sobre un terraplén y a través de una valla. La caída me pareció eterna, luego el Citroen aterrizó con un horrible crujido metálico antes de deslizarse otros metros en la nieve.

En el silencio nos miramos mutuamente y nos preguntamos si estábamos bien. Así fue, pero nuestras pertenencias quedaron esparcidas por el campo. Las gafas de Kate estaban en la nieve. Nuestras mochilas, catapultadas a más de 3 metros de distancia. Las ventanas se hicieron añicos, una llanta se quedó en pedazos, y el parachoques delantero y las luces se desprendieron. El motor se descolocó bajo el capó. Solo nosotros estábamos intactos.

En la conmoción Kate comenzó a recoger bolsitas de té en la nieve. Se detuvo, nos abrazamos y luego escuchamos una voz desde lo alto del terraplén. “Hola”, dijo un acento polaco, “¿hablan inglés?”

Nos hablaba un hombre al borde de la carretera. Era el conductor que nos chocó. Nos ayudó a subir de nuevo a la autopista, se presentó y explicó que había llamado a la policía y a una ambulancia.

Susceptibles y vulnerables

Navidad en Praga: felices de estar vivos después del choque.

Mientras esperábamos nos dijo que había notado nuestra matrícula una hora antes en la frontera checo-polaca y que pensó que dos británicos en un automóvil francés estaban lejos de casa. El hecho de que fuéramos estadounidenses de San Francisco y que hubiéramos pasado de Bangkok a Londres, era aún más desconcertante.

Durante el resto de la noche fue nuestro chófer y traductor cuando fuimos a la estación de policía de Auschwitz para hacer trámites, a un hospital para que nos revisaran (la ambulancia nunca llegó), y luego a un depósito de chatarra local donde nos despedimos de nuestro amado Citroen, al que habíamos bautizado como Sophie. “Fue tan violento”, le dije a Kate mientras tocaba el vehículo por última vez, conteniendo las lágrimas.

Aunque no estábamos lesionados, estando en un hospital oscuro, frío y escalofriante sin computadoras, nos encontrábamos conmocionados, doloridos, susceptibles y vulnerables.

En la estación de policía llamé al primer estadounidense con el que hablaba en meses: un joven que contestó el número de emergencia del consulado en Cracovia.

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“Todo va a estar bien”, dijo con seguridad y calma. “Mañana vengan al consulado y nos encargaremos de todo. Pásale el teléfono a la policía para que pueda hablar con ellos y luego te diré lo que ellos harán”. Estaba tan reconfortado y agradecido por su amabilidad estadounidense que casi lloro de nuevo.

Al día siguiente un viejo amigo de Kate nos recibió en el área de espera del consulado. Estreché la mano de Jesse justo antes de que ella abrazara a su amigo y se echara a llorar.

Mientras Jesse y su novia, Rebekah, visitaron Auschwitz y los lugares de interés de la zona durante dos días, Kate y yo negociamos con la compañía de seguros del conductor en un inglés malo, esquivamos sobornos y resolvimos cuestiones legales basadas en la desconcertante lógica de la Cortina de Hierro.

Salir de la oscuridad

No hace daño darle a la relación un buen giro alrededor del mundo para ver lo que puede soportar.

Por la noche nos encontramos con Jesse y Rebekah para cenar. Un par de días más tarde regresaron a Estados Unidos y, tras resolver el reclamo del seguro, tomamos un tren a Praga para quedarnos en el departamento de Jesse. Pasamos la Navidad ahí, lamiendo nuestras heridas y mirándonos el uno al otro en el continuo asombro de estar vivos.

Esa aterradora noche de diciembre nos puso a prueba como nunca antes nada lo había hecho. Pero el significado del momento no fue evidente inmediatamente para nosotros.

La noche del accidente, desde la seguridad de nuestra pensión en Cracovia, Kate llamó a su madre para decirle que estábamos bien, a pesar de que no sabía que estuvimos en peligro.

“¿Cómo les va juntos ?” preguntó su madre. Al principio Kate no entendió la pregunta y su madre le recordó a Kate que hace poco nos habíamos comprometido. “¿Cómo les está yendo juntos?”

“Genial, en realidad”, le dijo.

Desde Praga continuamos hacia Ámsterdam y la India antes de regresar a San Francisco, donde compramos una camioneta usada y llevamos nuestras pertenencias a Washington. Casi siguiendo el consejo de Bill Murray nos casamos al cabo de unos meses.

Vivir y viajar por el extranjero por nuestra cuenta demostró ser en retrospectiva la base de lo que ahora son 15 años de un matrimonio sólido y feliz con dos hijos increíbles.

Kate y yo nos entendemos, negociamos por las turbulencias maritales y acordamos qué camino tomar. Y cuando las cosas se ponen difíciles nos acercamos para mantenernos a salvo, recogemos los pedazos regados y luego encontramos nuestro camino para salir juntos de la oscuridad.

El amor es lo que hace que todo lo demás gire y no está de más dar un buen giro por el mundo o en lugares difíciles de salir para ver exactamente lo que la relación puede soportar antes de viajar hacia el atardecer juntos.

David G. Allan es el director editorial de CNN Health and Wellness. También escribe “The Wisdom Project”, una columna para aplicar la filosofía a la vida diaria.