Nota del editor: Silverio Pérez, escritor, autor de los best sellers entre los que se destacan: “LaVitrina Rota”, “Un espejo en la selva” y “Solo cuento con el cuento que te cuento”. Conductor de programas de radio y televisión y productor de documentales. Ha grabado más de una decena de discos. Cofundador de las agrupaciones puertorriqueñas: “Haciendo Punto en otro son” (nueva trova) y “Los Rayos Gamma” (sátira política).
(CNN Español) – Me ha pasado en países latinoamericanos, en Europa y hasta en Estados Unidos, que cuando me identifico como puertorriqueño la inmediata reacción de mis interlocutores es mencionar a algunos de los artistas conocidos de nuestra isla como Ricky Martin, Bad Bunny o Daddy Yankee, entre otros. Luego del huracán María, la tragedia causada por este fenómeno atmosférico, y cómo nos levantamos luego de ese desastre, también se convirtió en algo que nos identificaba. Ahora, la revolución pacífica que por dos semanas consecutivas lanzó a la calle al pueblo y logró que renunciara el gobernador Ricardo Rosselló, eje central de un escándalo moral y administrativo, portamos una nueva y orgullosa marca de identidad. ¿Quién es ese Puerto Rico que ahora parece sorprender el mundo, inclusive a muchos puertorriqueños?
Esta pequeña isla del Mar Caribe fue colonia de España desde 1493 hasta 1898. El 12 de mayo de ese año, una escuadra estadounidense, que participaba de la Guerra Hispanoamericana, bombardeó indiscriminadamente San Juan, la capital de la isla, dejando muertos y heridos, así como daños a las estructuras coloniales. La ciudad amurallada resistió e imposibilitó la toma de la capital por los Estados Unidos. Dos meses después, el 25 de julio de 1898, la invasión se dio por Guánica, en el sur de la isla, y pasamos a ser colonia de ellos.
Para 1898 Puerto Rico ya contaba con escritores, médicos y educadores de reconocimiento mundial. Además, mercadeaba sus productos en Europa con su propia moneda, el peso puertorriqueño. El huracán San Ciriaco de 1899, la militarización del territorio ocupado, la eliminación del peso puertorriqueño y su sustitución por el dólar, contribuyeron a quebrar la economía criolla y dio paso a la entrada de los grandes latifundios estadounidenses de la caña de azúcar. Gobernadores militares, nombrados por el presidente de Estados Unidos, se alternaron en el poder de la colonia a la que pretendían imponer, además del dólar, el inglés como idioma oficial.
En plena Primera Guerra Mundial la Ley Jones impuso la ciudadanía estadounidense a los puertorriqueños, muchos de los cuales fueron llamados de inmediato a servir al Ejército. Los partidos políticos principales del momento, y la Cámara de Diputados se opusieron a esa ley, pues reclamaban una solución final a la relación de la metrópoli con la isla. La colonia siguió en su decadencia económica, y para la década de los años treinta, luego de la Gran Depresión y de dos poderosos huracanes en 1928 y 1932, la miseria y las enfermedades arropaban la isla. Las huelgas en la industria de la caña y la emergente figura de don Pedro Albizu Campos, como abogado de los trabajadores, llevó a la metrópoli a militarizar aún más la gobernación y a la policía. Albizu fue encarcelado, y en 1937 ocurrió la masacre de Ponce, donde una protesta pacífica del Partido Nacionalista culminó con el asesinato a mansalva, por parte de la fuerza policiaca. A su término dejó muertos y heridos.
La Segunda Guerra Mundial, y la necesidad de utilizar el punto estratégico que resultaba ser el territorio puertorriqueño para establecer bases militares, movió al Gobierno de Estados Unidos a establecer programas que mejoraran la infraestructura y las condiciones de miseria del país. Cuando Franklin D. Roosevelt se convirtió en presidente en 1933 estableció los que se llamó El Nuevo Trato e implantó programas que ayudaron a aplacar temporalmente las urgentes necesidades del pueblo, aquejado por la depresión. Durante la Segunda Guerra Mundial los puertorriqueños tuvieron un destacado rol en el frente de batalla. Acabada la guerra se estableció la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y se condenó el uso y explotación de colonias por parte de los grandes imperios.
Estados Unidos se movió de inmediato a darle algunas libertades al pueblo puertorriqueño y en 1948 fue electo el primer gobernador por el voto del pueblo: Luis Muñoz Marín. El país experimentaba las transformaciones sociales y económicas de las políticas de la época de Roosevelt y del gobernador Rexford Tugwell a quien, en la época del macartismo, tildaban de comunista. Legalizar lo que a todas luces era una colonia, resultaba urgente, y así se crea el Estado Libre Asociado o (ELA) que finalmente no resultó ser ni Estado, ni libre, ni asociado. En 1950 estalló la revolución nacionalista en el país, como respuesta a ese intento, y cuando finalmente en las Naciones Unidas creyeron la narrativa de Estados Unidos de que el problema colonial del país había sido resuelto, desmentido ahora por el propio Estados Unidos en el caso Sánchez-Valle ante el Tribunal Supremo, un comando nacionalista liderado por Lolita Lebrón entró disparando al hemiciclo del Congreso de Estados Unidos para denunciar la farsa ante el mundo entero.
Esa escena dramática que recorrió las portadas de los diarios del planeta pone punto final a esta primera parte del recuento que hago de ese Puerto Rico que hoy provoca la curiosidad del mundo y del cual hay mucho que contar.