Nota del editor: Octavio Pescador es profesor de la Universidad de California en Los Ángeles. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas del autor.
(CNN Español) – La comunidad internacional trazó a finales del siglo XX, dentro del marco de lo Organización de Naciones Unidas, los objetivos de desarrollo que han guiado los apoyos económicos de las naciones ricas durante casi dos décadas. Una ecuación simple define los ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio (2000-2015) y los diecisiete Objetivos de Desarrollo Sostenible (2015-2030): generar mayor bienestar y abatir la pobreza sin destruir el planeta. Como en cualquier hogar, el liderazgo mundial aspira a que todos los miembros de su familia, la familia homo sapiens, coman, gocen de buena salud, se eduquen y puedan proveer sustento a sus críos.
En el sector educativo, la prioridad de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) se enfocó en universalizar la educación primaria buscando que para el año 2015 todas las niñas y niños en el mundo completasen el ciclo de educación básica. El esfuerzo rindió frutos y la matrícula en educación primaria de los países en vías de desarrollo creció del 83% al 91% del año 2000 al 2015. En ese mismo período, el analfabetismo entre jóvenes y adultos disminuyó al igual que la brecha educativa entre mujeres y varones. Sin embargo, al concluir el plazo de los ODM, más de 50 millones de niños no asistían a la escuela -principalmente aquellos que vivían en zonas marginadas y remotas-y la expansión cuantitativa de los sistemas educativos no se acompañó de una mejora cualitativa en la mayoría de los casos.
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La formulación de los Objetivos de Desarrollo Sostenible integró las perspectivas de la sociedad civil, la de científicos, académicos y la iniciativa privada en el marco de una consulta global definiendo metas y centrándose en el desarrollo de las personas y no solo en el crecimiento económico. Tomando en cuenta los resultados obtenidos hasta el 2015, en el sector educativo se aspira a garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad que promueva oportunidades de aprendizaje a lo largo de la vida para todos. Es decir, la comunidad internacional busca que los sistemas educativos incluyan a grupos marginados, minoritarios o con habilidades especiales, que ofrezcan las mismas oportunidades de aprendizaje a todas las personas, y que generen opciones de capacitación para jóvenes y adultos.
La eficacia y eficiencia de los programas de desarrollo internacional definen qué planes son financiados por gobiernos y organizaciones multilaterales. Hay que invertir en lo bueno, bonito y barato y no siempre es evidente lo que se debe hacer y cómo. Quienes aportan estrategias para indicar el camino a seguir, facilitan y validan las opciones de inversión en desarrollo de los países ricos y los organismos multilaterales. Es por ello que el Premio Nobel de Economía del 2019 se confirió a un trío de académicos, Abjijit Banerjee y Esther Duflo, del Instituto Tecnológico de Massachussets y Michael Kremer, de Harvard, que han efectuado experimentos desde finales de los años 90 para identificar proyectos que sirvan para abatir la pobreza global. Entre otras cosas, su trabajo ha permitido incrementar los índices de vacunación infantil y mejorar el aprovechamiento escolar en la India y otras regiones.
Y es precisamente la habilidad (estadística) para medir el impacto de programas sociales (en poblaciones con características especiales)lo que le valió al profesor de la Universidad de Chicago James Heckman ser galardonado con el Nobel en economía en el año 2000. Aplicando su metodología, Heckman ha demostrado que la mejor inversión en el sector educativo que puede hacer una sociedad es en la primera infancia ya que arroja un rendimiento de 13%. En el caso de EE.UU., sus investigaciones concluyen que por cada dólar que se destine a ofrecer programas de educación de alta calidad a niños de 0 a 5 años, la nación puede obtener beneficios equivalentes a US$6,30 al cabo de una generación. Así pues, atendiendo a la lógica de la efectividad, al delinear los ODS el liderazgo global incluyó el acceso a servicios de atención y desarrollo en la primera infancia y educación preescolar para todos los niños como una de sus metas prioritarias.
Los resultados del modelo costo-beneficio de Heckman están fundados en una característica primordial de la actividad pedagógica: que sea de alta calidad. Y el corazón de la calidad en la educación de la primera infancia son los lazos, la cercanía, la interacción entre adultos y niños. Para Heckman, las dos variables más importantes que determinan la calidad son: que quienes educan a los pequeños estén genuinamente interesados en su bienestar y que los padres reciban apoyo para que el tipo de interacción de alta calidad con los niños que se da en el aula continúe y se profundice en el hogar.
Los datos que Heckman utilizó para definir la tasa de retorno y los factores esenciales de los programas de alta calidad los obtuvo analizando programas donde el costo anual de atender a un niño es de US$18.500. Con ese precio, la universalización de ese tipo de programas se antoja difícil en cualquier país -desarrollado o no. Para ponerlo en perspectiva, el PIB per cápita promedio en Latinoamérica es de US$9.023. Incluso asumiendo que algún sistema educativo de la región contase con los recursos para solventar el costo de proveer servicios de alta calidad, resultará muy complicado destinarlos a la primera infancia ya que los grupos de interés de educación básica y secundaria tienen mucho mayor peso sobre las voluntades de los políticos sedientos de votos.
Con los ODS, se dió el primer paso para integrar sistemáticamente la atención en los más pequeños en los programas de desarrollo internacional. La tarea de ofrecer servicios de alta calidad a todos se antoja complicada pero ese es el quehacer a cumplir por el bien de la familia global.