(CNN) — Mientras haya carteros, la vida tendrá sabor. Así lo dijo el filósofo William James, aunque las generaciones más jóvenes cuestionen la necesidad del correo.
Pero Louis Schlamowitz está agradecido con los carteros, quienes durante años han depositado miles de sobres en el buzón de su pequeño departamento en el barrio de Canarsie, en Brooklyn, donde ha pasado toda su vida.
En ese buzón han estado palabras y fotografías de los famosos como Kennedy y a veces de los tristemente célebres, como Gadhafi.
En su clóset hay tres chamarras colgadas, solitarias entre 60 álbumes fotográficos apilados en el suelo y en la repisa. El de América del Sur contiene a Manuel Noriega y Fidel Castro. El de los presidentes de EU incluye a John F. Kennedy,Ronald Reagan, Barack Obama y Harry Truman, quien inició a Schlamowitz en su extraordinario pasatiempo.
También está el álbum de Medio Oriente, con una gama de dictadores derrotados o que renunciaron. Entre el ayatolá Jomeini, Yasser Arafat y Hosni Mubarak está Moammar Gadhafi, cuya humillante muerte el mes pasado le dio a Schlamowitz un poco de fama instantánea.
La colección de Schlamowitz (él dice poseer más de 6,000 cartas y fotos autografiadas) ha sido publicada antes, pero tras la muerte de Gadhafi todos se volvieron curiosos sobre por qué un estadounidense de 81 años se carteaba con el déspota.
Para responder, Schlamowitz remontó a sus interrogadores hasta 1953, cuando era un joven soldado raso en Corea.
A su compañero le quedaba solo una postal navideña, y Schlamowitz decidió que se la enviaría a Truman. “No me responderá”, pensó. “No soy alguien especial”.
Pero su amigo le insistió a que la enviara. “¿Qué puedes perder?”, dijo. Su amigo pensó sabiamente.
Mes y medio después, la respuesta llegó en un sobre presidencial. Schlamowitz estaba inspirado. Si Truman pudo responder, ¿por qué no lo harían los demás?
A su regreso a Nueva York, contrajo matrimonio, tuvo una hija y trabajó durante 35 años diseñando arreglos florales, primero en una tienda en Manhattan, después más cerca de su casa, en Brooklyn.
Cuando veía a alguien en las noticias, buscaba su dirección y depositaba una carta en el correo. Tenía especial interés en políticos y líderes del mundo.
Le escribió a Gadhafi, entonces un joven coronel que había usurpado el poder en Libia, en 1969, a través de un golpe de Estado. Solicitó una fotografía autografiada.
“Encontré su nombre en los periódicos”, comenta Schlamowitz, sentado en una mesa atestada de cosas, rodeada de sillas de metal plegables. “Le desee lo mejor”.
Llegó una foto y una carta que decían: “Su amable mensaje al coronel Moammar Gadhafi, líder de la gran revolución del primero de septiembre, ha sido recibido con gran agradecimiento”.
Schlamowitz, judío devoto, incluso recibió una postal navideña de parte del musulmán Gadhafi.
El exlíder de Libia escribió varias veces más; en una carta atacó a EU por practicar terrorismo con su apoyo a Israel (lo que no le gustaría leer a un judío que también tenía cartas de Golden Meir, Yitzhak Rabin y Moshe Dayan, de Israel).
“Estados Unidos practica terrorismo contra el pueblo palestino al darle a Israel los aviones y armas para atacar los campamentos palestinos. El que los EU estén en contra de la lucha que tiene esas personas es un crimen contra la humanidad y la libertad”, escribió Gadhafi.
Schlamowitz puso las palabras mecanografiadas dentro del álbum, junto con las fotos de Gadhafi, autografiadas con tinta roja.
Pero paró de escribirle a Gadhafi, dice, tras los actos terroristas en Lockerbie, Escocia, en 1988.
“Derribaron un avión matando a gente inocente”, dice. No quería “ser confundido con individuos que cometían crímenes contra la humanidad”.
Cuando el levantamiento libio se puso en marcha, Schlamowitz sintió un impulso de volver a escribir.
“Si no hace las cosas correctas para su pueblo y para su país, con el tiempo la gente se volverá en su contra”, le dijo al dictador. Le devolvieron la carta, sin haber sido abierta.
“Tuvo que haber dimitido como el presidente de Egipto”, dice Schlamowitz. “Tal vez hoy seguiría con vida. Pero no es tan fácil entregar el poder”.
Si la correspondencia de Schlamowitz ha intrigado a la gente, esto ciertamente ha sorprendido a la gente del servicio de inteligencia. Dice que ha sido visitado por la CIA, el FBI y Seguridad Nacional varias veces. Le dijeron que su nombre sigue apareciendo en Washington. Querían saber cuál era su vínculo con algunos de esos hombres, considerados enemigos de los EU.
Schlamowitz explicó que no era algo del otro mundo. Que solo quiso escribirles y tal vez conseguir una foto para colgarla en su monótona pared.
“Usted parece un sujeto muy pulcro”, le dijo una vez un agente de la CIA. “Es un pasatiempo divertido el que tiene, Schlamowitz”.
Schlamowitz ha vendido solo unas cuantas de sus preciadas pertenencias. Dos cartas de Marilyn Monroe, en $500 dólares. Una postal navideña de Jackie y JFK, en $50 dólares.
Alguna vez alguien le ofreció $35,000 dólares por toda la colección. Le quería pagar $10,000 de anticipo y el resto tras una subasta. El problema era que el adelanto era un cheque personal. Schlamowitz no tomaría la oportunidad. Solo efectivo, dice.
Hace tres años, un chico de Brooklyn le ofreció un dólar por cada pieza que tuviera.
“Debes estar loco”, le dijo Schlamowitz . “Incluso estoy más loco por tratar contigo”.
Schlamowitz no tiene idea de cuánto vale su colección, pero sabe que estaba siendo timado.
Está agradecido por su hija y su nieto. Están seguros de que cuidarán bien de su apreciado tesoro cuando se haya ido.
Últimamente, no ha escrito mucho. Su mano da cuenta, dice. Es duro mantener esto a su edad.
No sabe por qué los periodistas lo llamaron tanto, aunque ciertamente disfruta mostrar sus cosas.
“No soy alguien especial”, dice. ”Solo quiero ser una parte de la historia”.
Un hombre ordinario con una colección extraordinaria.