Por Carlos Alberto Montaner
Mariano Rajoy, el gobernante electo conservador de España, tiene fama de flexible y tolerante. Ya ha dicho que se reunirá cuanto antes con todas las fuerzas parlamentarias del país para buscar puntos de coincidencia que les permitan superar rápidamente la crisis económica. Los socialistas no son sus enemigos, sino sus adversarios. Tratará de forjar con ellos alguna suerte de consenso. Pero hará una excepción: no dialogará con Amaiur, una formación política vasca que representa a la tendencia separatista de ETA, la banda terrorista que es, por cierto, de acuerdo con sus documentos fundacionales (a los que nunca ha renunciado), una organización comunista inspirada en el marxismo-leninismo.
La firme oposición de Rajoy a negociar con el brazo político de ETA es perfectamente natural. Desde 1975, cuando la banda acelera su cadena de crímenes, secuestros y extorsiones, a la fecha de hoy, ha asesinado a 864 personas, según cifras oficiales. Entre los fallecidos, hay que lamentar niños y mujeres que volaron en pedazos, clientes inocentes de restaurantes y supermercados, personas que casualmente pasaban por donde los terroristas hacían detonar sus bombas cargadas de metralla. De esas muertes, 313 son civiles, 32 políticos y 11 jueces y abogados. El 95% de las víctimas fueron liquidadas durante la etapa democrática de España tras la muerte de Franco en 1975. Los peores años transcurrieron entre 1979 y 1985, clima de terror que, sin duda, propició el intento de golpe militar de 1981 que casi acaba con la vacilante democracia postfranquista.
A estas víctimas directas hay que agregar los miles de españoles, la mayoría vascos, que tuvieron que pagar a los etarras para que no los mataran, o que debieron abandonar junto a sus familias el sitio en que nacieron para evitar ser exterminados. Están, también, los millares que vivieron atemorizados, protegidos por guardias privados o por la policía, porque desde la Familia Real al más infeliz de los funcionarios, cualquier servidor público era un blanco potencial de estos asesinos.
Amaiur–nombre de un pueblo navarro–, sin duda, se enfrenta a un amargo dilema. De un lado está ese horrible pasado de crímenes y sangre al que ha tenido que renunciar porque la banda había sido derrotada, y en el otro se encuentran los casi 700 presos que tienen en las cárceles, muchos de ellos condenados a decenas y centenares de años de prisión. ¿Cómo los libera? El código penal, en algunos casos, ante manifestaciones genuinas de arrepentimiento, permite ciertas medidas de gracia, pero no parece que el brazo político de ETA esté dispuesto a hacer ninguna concesión de carácter moral. Por el contrario: delira y exige dialogar con Francia y España para preparar la independencia de la gran patria vasca.
¿Qué hará Amaiur? Seguramente, tratará de presionar al gobierno de Rajoy orquestando manifestaciones dentro del País Vasco y consiguiendo apoyos internacionales que demanden del nuevo gobierno español una amnistía para los miembros de la banda armada. Para esos fines, probablemente no le será difícil reclutar al circuito del llamado Socialismo del siglo XXI, como Hugo Chávez, que se niega a extraditar al etarra Arturo Cubillas; el presidente nicaragüense Daniel Ortega, quien siempre ha estado muy cerca de los terroristas vascos desde la lucha contra Somoza en los años setenta del siglo pasado, o el gobierno cubano, que en el año 2000, en Panamá, fue el único estado iberoamericano que pública y arrogantemente rechazó suscribir una declaración internacional contra la banda terrorista.
¿Se mantendrá firme Rajoy? Creo que sí. Es lo que espera la sociedad española. El razonamiento prevaleciente en el país es muy simple: mientras ETA no entregue las armas y se arrepienta y pida perdón públicamente por esa historia criminosa, es inconcebible pensar en la recoy el olvido. Lo único honorable es la aplicación de la ley a rajatabla. Como señaló el ex presidente José María Aznar: “perdieron y no hay por qué negociar”.
Nota del editor: Carlos Alberto Montaner es escritor y analista político de CNN. Sus columnas se publican en decenas de diarios de España, Estados Unidos y América Latina. Montaner es, además, vicepresidente de la Internacional Liberal. Su último libro es la novela “La mujer del coronel”.
(Las opiniones expresadas en este artículo corresponden exclusivamente a Carlos Alberto Montaner)