(CNN) - Cada domingo, en un edificio sin nombre, en una ubicación no revelada en la ciudad universitaria de Athens, Georgia, un grupo de estudiantes se reúne discretamente a escondidas. Ellos son aspirantes a profesores, diplomáticos e ingenieros a quienes se les ha prohibido el ingreso a las mejores cinco universidades públicas de Georgia.
Pero aquí, en este espacio donado, estudiar es seguro.
Este lugar es llamado Universidad de la Libertad. Tiene un salón de clases y cuatro profesores, académicos que han enseñado en universidades como Amherst, Harvard, Emory y Yale, quienes enseñan aquí en sus días libres, sin paga.
Sus estudiantes son indocumentados. No tienen otro lugar a dónde ir, ni nadie más que les enseñe.
El sueño americano
Keish creció en Corea del Sur. Todavía recuerda el riguroso régimen educativo en su ciudad natal, Seúl. Clases de lunes a sábado. Programas académicos después de clases todos los días. Keish y sus compañeros estudiantes en Seúl básicamente estaban en la escuela desde las 8 de la mañana hasta las 8 de la noche todos los días excepto el domingo.
Parece ser una sistema de educación mucho más ambiciosa que en los Estados Unidos. Entonces, ¿cómo es que los padres de Keish, quienes llevaban una vida de clase media-alta en Seúl, con su padre ganando suficiente dinero como vendedor para permitir que su madre permaneciera en casa, decidiera mudarse a Estados Unidos con una cosa en mente: la educación de sus hijos?
“Mis padres querían que yo tuviera la libertad de aprender lo que yo quisiera y perseguir mis intereses. De hacer lo que yo deseara en cualquier área. En Corea del Sur, se espera que los estudiantes hagan sus labores académicas, se gradúen de universidad e ingresen a un trabajo seguro en una oficina”, dice Keish. “Mis padres querían que yo tuviera más oportunidades, querían que yo tuviera el Sueño Americano”, dice.
Y así, cuando ella tenía 10 años, sin conocimientos de inglés con excepción de palabras como “mamá, papá, y quizá tigre”, Keish y su familia se mudaron a Estados Unidos. Se establecieron en un complejo de apartamentos de renta baja en una comunidad de inmigrantes en las afueras de Atlanta.
Su madre se volvió costurera. Su padre trabaja en un mercado de pulgas. Obtuvieron códigos de identificación fiscal, otorgados por el gobierno de forma rutinaria a los inmigrantes, y pagaron sus impuestos. Se mostró a CNN la documentación que lo comprueba.
Ellos impulsaron a su hija a sobresalir en la escuela. Keish dice que sólo le tomó cerca de dos años para hablar inglés de forma fluida. En cuanto al estatus de su documentación, dice que sus escuelas nunca se enteraron. Vivía con el secreto.
Keish sobresalió en muchos aspectos escolares. No era una estudiante que sólo obtuviera A. B+ era su nota promedio, dice. Su materia favorita era literatura. Se convirtió en líder de su equipo de debate en la secundaria.
Y mantuvo su secreto. Fue nominada a participar en el Programa de Honores del Gobernador, pero al no tener un número de Seguro Social, el miedo impidió que lo solicitara.
Fue elegida para participar en un viaje modelo de las Naciones Unidas a Nueva York. Otra vez, el miedo de ser atrapada impidió que volara. “Muchas, muchas oportunidades perdidas”, dice. “Tenía miedo”.
La prohibición
Keish se graduó de secundaria hace dos años. Fue un mal momento. La economía de EE.UU. ya estaba en un terrible estado. Entonces la Junta de Regentes del Estado de Georgia pronto modifico su política de admisión para evitar la entrada de cualquier estudiante indocumentado y dar prioridad a un solicitante estadounidense académicamente calificado o a un inmigrante legal que haya sido rechazado.
La política, en efecto, evita la admisión de cualquier estudiante sin papeles a las mejores cinco universidades del estado. Un vocero de la Junta de Regentes le comentó a CNN que el cambio en las políticas no fue por razones monetarias. Los estudiantes indocumentados en realidad pagan tres veces más que los residentes de Georgia. Los regentes dijeron que es un asunto de equidad. Algunos argumentan que en estos tiempos difíciles, cada lugar disponible debe reservarse para las personas que están en los Estados Unidos de forma legal.
Esta noticia fue un golpe para Keish. Sus ojos se llenaron de lágrimas al recordar el momento en que se dio cuenta de que el sueño americano se estaba desvaneciendo.
“Caí en depresión. Me odiaba a mí misma”, dice, “porque miraba mis calificaciones y mi puntuación y pensaba día y noche que podía haberme esforzado más. Tal vez debía haber obtenido un 4.0 y así podría haber ingresado a una institución prestigiosa de la Ivy League. Me avergonzaba de no haberme esforzado más. Me alejé del mundo exterior por mucho tiempo”.
Pero no se rindió.
El nacimiento de una escuela
En el momento en que los regentes aprobaron la prohibición, un pequeño ejército de estudiantes, académicos y activistas comunitarios se pusieron en acción. Lorgia Garcia-Pena, profesora de español y Estudios Étnicos Latinoamericanos en la Universidad de Georgia, estuvo entre los primeros.
Ella comenta que empezaron sólo con una idea, “pero sin dinero, sin instalaciones ni suministros, no teníamos nada más que nuestros recursos humanos y nuestras ganas”. A medida que se corría la voz, “de la noche a la mañana los libros llegaron y las personas en la comunidad nos decían pueden tener sus clases aquí”, dice la Profesora Pamela Voekel, una colega de Garcia-Pena.
La Profesora Pamela Voekel entrega libros de texto a los estudiantes de la Universidad de la Libertad
Luego se les ocurrió el nombre, Universidad de la Libertad, en honor a las Escuelas de la Libertad del Extremo Sur que se desarrollaron durante el movimiento de los derechos civiles para educar a las personas que fueron excluidas del sistema de educación debido a la segregación.
“Tomamos al referencia con respeto y como homenaje a las personas que tuvieron el mismo valor que nuestros estudiantes”, dice Bethany Moreton, profesora de historia.
Linda Lloyd, directora de la Coalición de Justicia Económica en Athens, apoya la nueva escuela. Su perspectiva está moldeada por sus memorias al haber crecido en el Sur segregado donde ella era una de seis estudiantes negros en una escuela primaria casi totalmente de blancos. Los estudiantes negros con frecuencia no recibían libros de texto. Dice recordar el golpe de la discriminación, y sentir que la educación de calidad era sólo para unos cuantos.
Mientras que otros dicen que esta restricción a inmigrantes ilegales es una cuestión de equidad e imparcialidad para los ciudadanos estadounidenses, Lloyd lo ve como “una cuestión de derechos civiles porque me recuerda a los mismos problemas que los afroamericanos enfrentaron durante los 50’s y 60’s”. Lloyd recordó que hubo una época en la que las personas de raza negra no eran consideradas ciudadanas estadounidenses.
A medida que se esparció la noticia sobre la Universidad de la Libertad, los fundadores empezaron a recibir llamadas de estudiantes universitarios y otros en la comunidad que ofrecían llevar a los estudiantes indocumentados de Atlanta hasta Athens, a una hora y media de distancia. Otros organizaron una campaña de libros en línea. Luego, empezaron a llegar ofertas de académicos de todo el mundo ofreciéndose como voluntarios para dar clases en la Universidad de la Libertad.
La escuela solo tiene un mes de haberse creado. Tiene 33 estudiantes. Ocho han sido rechazados por falta de espacio.
Dirigir una escuela para indocumentados presenta ciertos retos. A los estudiantes les preocupa la persecución penal, el ser descubiertos, arrestados y deportados. Se preocupan por el acoso de activistas anti-inmigrantes si llegaran a descubrir la ubicación de la escuela. Los profesores dicen que hacen todo lo que pueden para proteger a los estudiantes y calmar sus temores.
La Profesora Betina Kaplan dice que ha aprendido acerca de la perseverancia y el hambre de aprender. “Nuestros estudiantes no obtendrán créditos académicos por los cursos, y debido a que son indocumentados y a su estado de inmigración, no podrán trabajar de forma legal después de concluirlos, pero continúan asistiendo”.
“Es maravilloso”, dice Keish, “están ahí porque quieren aprender”.
Este domingo, Keish y sus compañeros estudiantes se reunirán de nuevo, como lo hacen cada domingo, mientras esperan por lo que esperan sea un cambio en la política de la Junta de Regentes de Georgia. Hoy, un grupo de profesores y miembros del gobierno estudiantil de la Universidad de Georgia solicitará al Consejo de la Universidad que conste en acta su oposición a la política de los Regentes. El Consejo decidirá si presiona por un cambio que permita una vez más a los estudiantes indocumentados, que tengan las notas y puntuaciones requeridas, solicitar su ingreso a las principales universidades del estado.
Keish no está esperando. Ella está solicitando su ingreso a universidades fuera del estado. En sus solicitudes, dice, se identifica como indocumentada. Ya no conservará más su secreto.
“Este es mi hogar”, dice refiriéndose a los Estados Unidos. “Esta es la tierra que nutre mis sueños, la que da forma a quien soy en este momento”.
Michael Schulder de CNN contribuyó a este reportaje.