Por Paul Gilding*
(CNN) — Durante 50 años, el movimiento ambientalista ha argumentado sin éxito que deberíamos salvar al planeta por razones morales, que existían cosas más importantes que el dinero. Irónicamente, ahora parece que será el dinero —a través del impacto económico del cambio climático y de la limitación de recursos— lo que motivará los cambios dramáticos necesarios para evitar una catástrofe.
La razón es que ahora hemos llegado a un momento en el que cuatro palabras: la tierra está repleta, definirán nuestro tiempo. Esta no es una afirmación filosófica; es pura ciencia, basada en la física, química y biología. Hay muchos análisis de esto basados en la ciencia, pero todos llegan a la misma conclusión —que estamos viviendo más allá de nuestros medios—.
Los eminentes científicos de la organización Global Footprint Network, por ejemplo, calculan que necesitamos aproximadamente 1.5 Tierras para sustentar nuestra economía. Dicho de otro modo, para seguir operando a nuestro nivel actual, necesitamos un 50% más de planeta Tierra del que tenemos.
En términos financieros, esto sería como gastar siempre un 50% más de lo que ganamos, aumentando nuestra deuda cada año. Pero por supuesto, no se pueden pedir préstamos de recursos naturales; por lo tanto estamos agotando nuestro capital o robándole al futuro.
Si bien ellos usan términos diferentes, los líderes y expertos del mundo están reconociendo esta situación. El Ministro de Medio Ambiente de China, Zhou Shengxian, dijo el año pasado que “el agotamiento y el deterioro de recursos así como el empeoramiento del ambiente ecológico se han convertido en cuellos de botella para (nuestro) desarrollo económico y social”. ¡Si hubiera dicho algo así en los noventa, cuando era director global de Greenpeace, me hubieran echado por mi pesimismo extremo!
Hasta la herejía anterior, que el crecimiento económico tiene un límite, es tema de debate. La creencia de un crecimiento infinito en un planeta finito era irracional, pero es la naturaleza de la negación el ignorar la evidencia contundente. Ahora la negación está desapareciendo, hasta en los mercados financieros. Jeremy Grantham, el influyente director del fondo de inversión Grantham Mayo Van Otterloo (GMO), dijo: “La realidad es que ningún crecimiento compuesto es sustentable. Si mantenemos nuestro enfoque desesperado en el crecimiento, nos quedaremos sin nada y fracasaremos”. O como argumenta el experto en petróleo Richard Heinberg, estamos pasando del pico de petróleo al “pico de todas las cosas”.
A pesar de esta idea emergente de crecimiento, el concepto está tan profundamente arraigado en nuestro pensamiento que seguiremos impulsando el crecimiento económico tanto como podamos, a cualquier costo que sea necesario.
Como resultado de esto, la crisis será grande, pronto lo será, y será económica, no ambiental. El hecho es que se apaleará más al planeta, se agotará más su capital, pero no se puede hacer lo mismo con la economía —por lo tanto responderemos no porque el medio ambiente esté bajo una gran amenaza, sino porque la ciencia y la economía demuestran que hay algo mucho más importante para nosotros en peligro: el crecimiento económico—.
Un buen indicador es que, a pesar de la recesión de los últimos años, los precios del petróleo y de los alimentos están nuevamente alcanzando precios record, impulsados por tendencias subyacentes, a largo plazo, que ni siquiera una recesión puede desacelerar. Graham llama a esto “el evento más importante desde la Revolución Industrial”.
Si vuelve el crecimiento serio, las resultantes subidas de precio de los recursos, particularmente en los precios de los alimentos y del petróleo, pronto lo matarán nuevamente. Por lo tanto, lo que estamos enfrentando no son unos pocos años de crecimiento lento como en la recesión pasada, sino un cambio fundamental: el fin de los recursos baratos y un medio ambiente colapsado.
Hasta los organismos habitualmente cautelosos como la Agencia Internacional de Energía (IEA, por sus siglas en inglés) o la Organización para el Crecimiento y el Desarrollo Económico (OCDE) están haciendo sonar sus alarmas; este último publicó recientemente un informe general pronosticando que en 2050 el mundo estará definido por las limitaciones de recursos y sus impactos económicos. Hasta se atreven a preguntar: “¿El proceso de crecimiento se debilita a sí mismo?”.
Entonces, cuando la crisis golpea, ¿respondemos o simplemente nos dejamos caer hacia el colapso? La crisis provoca una poderosa respuesta humana, ya sea una crisis de salud personal, un desastre natural, una crisis corporativa o una amenaza nacional. Las barreras que antes parecían inamovibles e imposibles de cambiar desaparecen rápidamente.
En este caso, la crisis será global y se manifestará como el fin del crecimiento económico, afectando a la esencia misma de nuestro modelo de progreso humano. Si bien esto hará más difícil la tarea de poner fin a la negación, también significa que lo que está en riesgo es, simplemente, todo lo que consideramos importante. La última vez que sucedió algo así fue en la Segunda Guerra Mundial, y nuestra respuesta a esto es ilustrativa tanto del proceso de negación y de demora como de la forma posible que adoptará nuestra respuesta ante la crisis.
Cuando observamos la historia, tendemos a considerar como inevitable el progreso de los eventos, pero en aquel momento no fue exactamente así. Ciertamente, la respuesta poderosa del Reino Unido a Hitler y la igualmente extraordinaria movilización de Estados Unidos luego de Pearl Harbor se dan después de largos años de negación y de debate.
Muchos argumentaron que la amenaza no era tan grande, que la respuesta sería demasiado onerosa como para poder afrontarla, que la gente no la apoyaría.¿Les suena conocido? Pero cuando llegó la respuesta, cuando finalmente se aceptó la escala de la amenaza, nuestra respuesta fue sorprendente. Churchill le dijo a su país: “No sirve decir, ‘estamos haciendo lo mejor que podemos’. Hay que triunfar en hacer lo que sea necesario”.
Con la desaparición de la negación, los gobiernos sabían qué era lo “necesario”. Dieron órdenes de que la industria apoyara a la guerra —prohibiendo la producción de autos civiles apenas cuatro días después de Pearl Harbor. Recaudaron grandes sumas de dinero para financiar la inversión y la investigación en tecnología a un nivel extraordinario— ciertamente, el gasto de Estados Unidos en la guerra pasó de 1,6% del PIB en 1940 a 37% solo cinco años después. Para lograr esto, redujeron el consumo personal e impulsaron cambios de conducta notables para liberar recursos financieros y de otro tipo para respaldar la guerra.
¿Les parece difícil imaginar esto hoy? Entonces traten de imaginar la alternativa: en una economía y sociedad global que colapsa, simplemente nos haremos a un lado y observaremos la caída. No existen precedentes en la historia moderna en los cuales se pueda basar esta conclusión, y sí hay numerosa evidencia para la alternativa. Quizás la humanidad pueda ser lenta, pero no estúpida. Prepárense para el gran cambio.
*Nota del editor: Paul Gilding es autor del libro The Great Disruption (El gran trastorno), asesor de organizaciones de la sociedad civil, empresas y fue el director ejecutivo de Greenpeace. Habló en la conferencia TED2012 en Febrero. TED es una organización sin fines de lucro dedicad a las “ideas que vale la pena difundir” a las cuales se puede acceder a través de su sitio de internet.
(Las opiniones recogidas en este texto corresponden exclusivamente a Paul Gilding).