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Por Jeff Pearlman

Nota del Editor: Jeff Pearlman es columnista de SI.com. Escribe un blog en jeffpearlman.com. Su libro más reciente es “Sweetness: The Enigmatic Life of Walter Peyton”. Síguelo en Twitter @jeffpearlman

(CNN) — Son siempre los últimos en entenderlo.

Es raro, ¿no?, la forma en la que nuestros personajes tramposos y mentirosos más grandes llegan tan lejos en su lucha por ganar y dominar. Aunque pierden de vista que, en el camino, la caída es inevitable.

A principios del 2000, cuando yo escribía sobre beisbol en Sports Illustrated, Barry Bonds trataba a todos: compañeros de equipo, entrenadores, oponentes, fanáticos, escritores, como si fueran mugre bajo sus uñas —habitualmente muy bien cuidadas—. Tenía su propio equipo de camarógrafos, terapeuta físico particular y a sus propios publicistas. Era el jonronero más grande de la historia: tan buen bateador que, tras haber cumplido 30 años, hacía volar la pelota de béisbol hasta la parte más profunda del estadio.

Después llegó el escándalo y su penoso testimonio.

¿Qué fue de Barry Bonds?

Respuesta.

¿A quién le importa? Su página web ya no existe. Se pueden conseguir sus tarjetas, sin problema, a cambio de dos de Kirk McCaskills y una de Sil Campusano. Nunca más será contratado para trabajar en el mundo del deporte, tampoco como locutor o entrenador. Sus registros como deportista, en las mentes de casi todos los fans, no cuentan. Es invisible. Peor que invisible.

Es insignificante.

Su caso nos lleva al de Lance Armstrong. En caso de que no hayas visto las noticias, el pasado miércoles en la mañana, la Agencia Antidopaje de Estados Unidos levantó cargos en contra del siete veces ganador del Tour de Francia, amenazándolo con despojarlo de sus triunfos. De acuerdo con la agencia, las muestras de sangre tomadas a Armstrong en el 2009 y en el 2010 son “totalmente consistentes con manipulación de sangre incluyendo el uso de EPO y/o transfusiones sanguíneas”.

La agencia también lo acusa de usar y promover el uso de EPO (eritropoyetina, un amplificador sanguíneo), transfusiones de sangre, testosterona, HGH y esteroides antiinflamatorios. En una entrevista con el programa 60 minutos del canal estadounidense CBS, Tyler Hamilton, un ex compañero de equipo de Armstrong dijo que él fue testigo de cómo la estrella usó EPO en varias ocasiones.

Por supuesto que Armstrong niega los cargos.

No le creo. Dice que está limpio y es inocente, como Barry Bonds estaba limpio y era inocente, así como Mark McGwire, Sammy Sosa, Shawne Merriman y Marion Jones. Es una víctima de los medios. Una víctima de los celos. Una víctima de los que lo odian. Una víctima de las inconsistencias del deporte. Porque ha pasado 350 pruebas y aunque el sistema de pruebas es una auténtica broma, bueno, pues pasó.

Ridículo.

Lo que Armstrong supuestamente está haciendo, lo que todos los atletas en su lugar parecen hacer, es mucho más que algo simplemente dañino. Alrededor del mundo, millones de personas creen en la narrativa de Armstrong. Aman sus triunfos, sí, pero lo que los mueve y los inspira es la manera en la que se enfrentó al cáncer y luchó para regresar de una experiencia casi mortal. Le han transmitido su historia a los niños pequeños en cuidados pediátricos, les han dicho que un día, si siguen fuertes y luchan y creen, ellos también podrán ser como Lance Armstrong.

Suspiro.

Seguramente, en algún punto en el camino, Armstrong se convenció a sí mismo de que no había otra manera. Como lo dice el pensamiento atlético común: si todos hacen trampa yo también necesito hacerlo. Esa lógica, ahora omnipresente en todos los niveles de los deportes, ha convertido a nuestros atletas en payasos fraudulentos.

Por cada Bonds, McGwire y Roger Clemens, había beisbolistas limpios a los que robaron su grandeza. Nunca olvidaré una conversación que tuve una vez con Sal Fasano, un beisbolista que pasó su carrera de nueve equipos en 11 años en las Ligas Mayores tratando desesperadamente de quedarse con una oportunidad para jugar.

“Existe la idea de que todo el mundo hace trampa”, dijo Fasano. “Bueno, yo no, y nunca lo he hecho. Para mí, se trata de respetar tu integridad. Eso es lo que cuenta”.

Como Barry Bonds, Lance Armstrong es el último en saber hacia dónde se dirige. Recordaremos su reinado en el ciclismo y sentiremos indiferencia, porque será solo una ilusión, una época repugnante en la que la gente hacía trampa para ganar, para luego vivir en el olvido.

Nos reiremos, luego sentiremos indiferencia. Y después, nada.

Lance Armstrong será invisible.

Como debe ser.

(Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Jeff Pearlman)