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Por Allie Torgan

Deh’Subz, Afganistán (CNN) – Los terroristas no detendrán de ninguna manera sus intentos por evitar que las niñas afganas reciban educación.

“La gente está loca”, dijo Razia Jan, fundadora de una escuela para niñas afuera de Kabul. “El día que abrimos la escuela, al otro lado del pueblo, ellos aventaron granadas de mano en una escuela de niñas, y murieron 100 niñas.

“Todos los días escuchas que alguien le echó ácido en la cara a una niña… o que les pusieron veneno en el agua”, dijo.

Hubo al menos 185 ataques documentados en escuelas y hospitales en Afganistán el año pasado, de acuerdo con las Naciones Unidas. La mayoría se le atribuyeron a grupos armados que se oponen a la educación de las mujeres.

“Es desgarrador ver la forma en la que los terroristas tratan a las mujeres”, dijo Jan de 68 años. “Para ellos, la mujer es un objeto que pueden controlar. Les asusta que cuando una niña reciba una educación, se den cuenta de sus derechos como mujeres y como seres humanos”.

A pesar de la amenaza de violencia, Jan sigue con las puertas abiertas de su Centro Educativo Zabuli, un edificio de dos pisos y 14 habitaciones en donde 354 niñas del área reciben educación gratuita”.

“La mayoría de los hombres y mujeres locales son analfabetos”, dijo Jan. “La mayoría de nuestros estudiantes son la primera generación de niñas en tener una educación”.

Deh’Subz, en donde se encuentra la escuela, está conformada por siete pequeños pueblos. Aunque Deh’Subz no es controlada por el Talibán, aún así Jan ha tenido problemas para cambiar el estigma tan arraigado en contra de la educación de las mujeres.

La tarde anterior a que abriera la escuela en el 2008, cuatro hombres la visitaron.

“Ellos dijeron, ‘esta es tu última oportunidad… de cambiar esta escuela a una para niños, porque la espina dorsal de Afganistán son nuestros niños’”, recordó Jan. “Solo me volteé y les dije, ‘Discúlpenme, pero las mujeres son el horizonte de Afganistán, y desafortunadamente todos ustedes están ciegos. Y realmente les quiero dar algo de visión’”.

Jan no ha visto a los hombres desde entonces.

“No puedes tenerle miedo a la gente”, dijo ella. “Tienes que ser capaz de decirles no. A lo mejor es porque soy vieja, los hombres me tienen un poco de miedo, y no discuten conmigo”.

El Centro Educativo Zabuli enseña desde kínder hasta el octavo grado. Sin su escuela, dice Jan, muchas de las estudiantes no podrían recibir educación jamás.

“Cuando abrimos la escuela en el 2008, tenía a estudiantes que venían a registrarse y el 90% de ellas no podían escribir ni su nombre. La mayoría eran niñas de 12 a 14 años. “Ahora todas pueden leer y escribir”.

La escuela de Jan enseña matemáticas, ciencia, religión y tres idiomas: Inglés, Farsi y Pashto. Recientemente añadió un laboratorio de computación con acceso a internet.

“Pueden conocer el mundo tan solo sentándose en esta casa”, dijo Jan. “El conocimiento es algo que nadie les puede robar”.

Para proteger a los estudiantes de los ataques, Jan ha construido una barda de piedra que la rodea. También tiene empleados y guardias que sirven como conejillos de indias de varias cosas.

“El director y el guardia prueban el agua todos los días”, dijo Jan. “Beberán del pozo. Si está bien, esperan… Después llenan los contenedores y la llevan a los salones de clases”.

Jan confiesa que le asusta tanto el envenenamiento que miembros del staff acompañan a las niñas al baño y se aseguran que no beban el agua de los lavabos. Aparte, el guardia de día llega temprano para revisar cualquier fuga de gas o veneno que se pueda haber infiltrado a los salones. El guardia abre puertas y ventanas y checa la calidad del aire antes de que le permitan la entrada a las niñas.

“La gente está tan en contra de que las niñas tengan una educación”, dijo ella. “Tanto que tenemos que tomar todas estas precauciones”.

Nacida en Afganistán en la década de 1940, Jan viajó a Estados Unidos para ir a la universidad. La mayoría de su familia fue asesinada o abandonó Afganistán durante la invasión de la Unión Soviética. Ella permaneció en Estados Unidos, crió a un hijo y abrió un pequeño negocio de costura. Ella se convirtió en ciudadana estadounidense en 1990.

Jan estuvo involucrada siempre en varios esfuerzos filantrópicos y organizaciones que trabajan en favor de la comunidad en Duxbury, Massachusetts. Trabajó muchos años para forjar conexiones entre afganos y estadounidenses.

Los eventos del 11 de septiembre de 2001 la sacudieron hasta la raíz.

“Personalmente fui muy afectada por lo que le pasó a los inocentes en Estados Unidos”, dijo ella. “Es difícil imaginar que un ser humano le pueda hacer eso a otros seres humanos”.

Casi de la noche a la mañana, Jan convirtió su pequeña tienda en un taller y lanzó una exhaustiva campaña para ayudar a víctimas, los primeros que respondieron, soldados de EE.UU. y niños afganos. Jan y voluntarios comunitarios mandaron 400 cobijas hechas a mano a los rescatistas en la Zona Cero y armó y embarcó cerca de 200 paquetes con diversos productos para las tropas estadounidenses en Afganistán. Cuando escuchó que los soldados necesitaban zapatos para distribuirlos a los niños afganos, Jan y sus voluntarios mandaron más de 30.000 pares.

Sin embargo, en el fondo de su mente había un sueño más grande. En una visita a su tierra natal en 2002, ella notó que las mujeres y niñas estaban luchando contra años de control del Talibán.

“Ví que las niñas eran las más oprimidas”, recordó. “El régimen talibán era brutal, brutal en la manera en el que las mujeres no tenían un lugar en sus libros. Las mujeres no tenían derechos, ni voz”.

Jan dijo que aunque su vida en Estados Unidos era plena y rica, su sueño era “hacer algo por Afganistán y educar a las niñas”.

En 2004, empezó a buscar un terreno en el que pudiera construir una escuela. En 2005, empezó a recolectar fondos a través de su organización no lucrativa con sede en Massachusetts: Razia’s Ray of Hope. Después, en una visita a Afganistán, Jan pudo negociar con el Ministro de Educación para asegurar el terreno en el que ahora se encuentra el Centro Educativo Zabuli.

“Ahora, después de cinco años, (los hombres) están hombro a hombro conmigo, lo que es algo grandioso”, dijo Jan. “Es increíble lo orgullosos que están de las niñas”.

La escuela es completamente gratuita. Jan dice que cuesta 300 dólares educar a una niña por todo un año. Esas cuotas son cubiertas por donativos a su organización no lucrativa.

Aunque ella no está ahí todos los días, Jan pasa todo el tiempo que puede en la escuela. Se reúne con los padres y abuelos de sus estudiantes dos o tres veces al año para hablar sobre cualquier problema y asegurarse que aún tiene el apoyo de ellos. También lidia con los viejos de la comunidad y residentes locales para asegurarse que la escuela tenga el respaldo de la gente.

Jan, que no gana nada de dinero con la escuela, cree que la educación que reciben sus estudiantes beneficiará no solo a las futuras generaciones afganas, sino a todo el país.

“Mi escuela es muy pequeña. No es nada grande. Pero creo que es como un incendio. Y creo que va a crecer”, aseguró.

“Espero que un día estas niñas regresen y enseñen, porque no voy a estar aquí toda mi vida. Quiero hacer de esta escuela algo que perdure más de 100 años”.

¿Quieres involucrarte? Visita la página de la Fundación Ray of Hope de Razia en www.raziasrayofhope.org y ve cómo puedes ayudar.