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Por Douglas Rushkoff

(CNN) — Nota del Editor:Douglas Rushkoff escribe una columna regular para CNN.com. Es un teórico de los medios y autor deProgram or Be Programmed: Ten Commands for a Digital Age yLife Inc: How Corporatism Conquered the World, and How We Can Take It Back.

Imagina que apenas estamos en el desarrollo del lenguaje hablado y a alguien se le ocurre una nueva palabra para describir una acción, pensamiento o sentimiento, como “magnífico” o “terrible”. Pero en este mundo extraño, esa persona demanda que cualquiera que use el término le pague un dólar cada vez que la mencione. Eso nos dificultaría negociar nuestro camino hacia una sociedad que se comunica a través del diálogo.

Pienso que así son las guerras de patentes sobre la tecnología utilizada en los teléfonos inteligentes y las tabletas.

Como ser humano, no me interesa la reciente victoria de Apple en Estados Unidos en contra de Samsung por haber copiado la forma y características de sus iPhones y iPads. Ahora que Apple le exige a Samsung que quite ocho de sus productos de los estantes, mi único interés personal es si los productos de Samsung, los que ya están prohibidos, se convertirán en artículos de colección.

¿Llegará el día en que les muestre a mis nietos el teléfono que osó parecerse al iPhone?

Pero mientras que los detalles legales y el impacto en las acciones, e incluso la elección del consumidor, no nos quitan el sueño ni a mis amigos ni a mí, hay algo tenebroso acerca de la demanda de Apple.

No es tanto el hecho de que Apple, la compañía más grande del mundo, se haya convertido en un monstruo competitivo, es el territorio por el que pelea. Pareciera que las guerras de innovación tecnológica ya no son de un dispositivo contra otro, sino por los seres humanos.

Una cosa es que Apple defienda la apariencia de su teléfono, como el botón característico del iPhone que te dirige a la pantalla principal, que aunque parece obvio es el resultado de un proceso de diseño meticuloso y exhaustivo. Puede que ellos se merezcan la exclusiva de ese tipo de cosas por varios años.

Pero cuando se trata de movimientos, como la ahora tecnología extendida del “pellizca y acerca/aleja”, a través de la cual los usuarios aumentan o minimizan imágenes y texto, bueno, eso ya no es lo mismo. (Por supuesto, Apple argumentó en su caso en la corte que eran lo mismo; la compañía gastó tiempo y dinero en ambas investigaciones, indicó, y no cree que los resultados deberían ser copiados por otros.)

Son gestos que pudieron haber empezado con el aparato, pero se han interiorizado, son movimientos humanos. Cuando mi hija tenía tres años, observé que trataba de imitar esa acción con la pantalla de la televisión. Un fenómeno tan común que muchos vendedores de televisores ahora tienen una botella de limpiador de vidrio a la mano para borrar las huellas de los niños de sus  pantallas planas gigantes.

Eso es porque los movimientos no son solo innovaciones tecnológicas, sino el lenguaje con el que nosotros los humanos navegamos a través del panorama digital emergente. Realizamos movimientos y gesticulaciones que salen de los mismos que usamos en el mundo real. Traducirlos al conducto digital requiere de cierta habilidad y no es el típico territorio por el que las corporaciones usualmente pelean. Están dentro de nosotros.

Normalmente, los avances de este tipo se desarrollan a través de sociedades corporativas. Los estándares del HTML por las que se interpreta la red no son propiedad de ninguna compañía, sino que son desarrollados en conjunto y son usados por todo el mundo. Imagina si una compañía de instrumentos musicales tuviera la patente del teclado y otra la tuviera en la afinación de un violín.

¿Qué pasaría si una compañía de máquinas de escribir tuviera que desarrollar su propio acomodo de letras? ¿Qué pasaría si Kleenex fuera dueño de la manera en la que nos limpiamos la nariz con un pañuelo desechable?

Aunque Apple merece ser recompensado por sus innovaciones, debe existir un límite de hasta dónde puede llegar la demanda entre competidores por nuestros comportamientos aprendidos. La transición hacia una sociedad digital no es menos trascendental que el cambio de los gritos a los altavoces, o de solo hablar a leer y escribir. El cambio necesita de un espíritu cooperativo y equitativo entre las personas y las compañías para llegar a ese punto.

Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Douglas Rushkoff