Por Joyce Maynard
Nota del Editor: Joyce Maynard es autor de los best seller Labor Day y To Die For, al igual que las inolvidables memorias de 1998 At Home in the World. Ella tiene una casa en San Marcos la Laguna, Guatemala. Susanne Heisse es una activista ambiental que usa el ecoladrillo para promover el reciclaje y la nutrición apropiada en las escuelas de Guatemala.
(CNN) — Conocí a Susanne Heisse en el otoño del 2001, cuando viajé a Guatemala con el plan de pasar unos meses en el increíble pueblo maya de San Marcos la Laguna, en las costas de las aguas azul claro del Lago Atitlán.
Hubiera sido difícil no ver a Susanne: con casi dos metros de altura, ella es más alta que cualquier indígena en el pueblo, y que la mayoría de los extranjeros. Bajaba por los angostos caminos de piedra con una falda vaporosa, con su cabello suelto y su imponente voz. Ella habla algo así como un inglés poco convencional, o en su alemán nativo, o en español, acerca de un tema que pocos de nosotros (en nuestras clases de yoga, círculos de amigos o actividades diarias) escogemos pensar: el poco romántico tema de la basura.
San Marcos es probablemente el lugar más hermoso que haya visto, una especie de paraíso. También es muy pobre y está situado en un país con una infraestructura mínima.
En los meses que he vivido ahí, he notado un patrón familiar. Algún joven viajero idealista de Estados Unidos, mientras pasea, notará el problema de las feas botellas de plástico y los empaques vacíos de comida chatarra tiradas en el suelo y decidirán hacer algo al respecto. Pasarán algunos días levantando la basura o tal vez pagando a niños indígenas para que lo hagan. Hasta comprarán botes de basura para el pueblo. Después seguirán de frente hacia su destino, con un sentido de satisfacción, sin dudar, de haber limpiado las cosas. Pero sin observar el problema mayor: nadie vaciaba esos lindos botes de basura, o si lo hicieron, no tenían lugar alguno para tirarla, a menos que fuera en una enorme pila de basura a un lado de la montaña que solo continúa creciendo.
Es la inteligencia de Susanne, que le permite no solo reconocer los problemas más profundos, como encontrar soluciones a la contaminación y que además ayuden a otras necesidades vitales de la comunidad indígena, como suministros escolares para los niños, y materiales de construcción para las casas. Pero aún más allá de eso, ella vio el inminente y visible problema de la basura como punto de entrada para educar a las personas acerca del medio ambiente, de la tierra, el agua y la nutrición, en relación a esos pequeños empaques de las papas fritas y la calidad de vida en ese hermoso lugar.
Susanne es una gran soñadora, pero también es práctica. Ella notó la necesidad de un lugar para colocar la basura, y como lo hubiera pensando un miembro de la comunidad maya, reconoció que cada material disponible en un lugar tan pobre como ese, podría y debería usarse de una manera funcional. Entonces se le ocurrió la idea de uasr la basura como un contendor propio. Hizo que los niños del pueblo recogieran todos esos empaques de envolturas de papitas y que los metieran dentro de las botellas de plástico vacías que después intercambiaban por materiales para la escuela. Ella tomó los envases y las usó como bloques de construcción dentro de las estructuras de adobe. Esto fue algo importante después del huracán Stan, en el 2005, cuando muchas personas tuvieron que reconstruir sus casas.
Pero ella profundizó aún más sobre el tema, y se unió a un programa de educación para la comunidad sobre los alimentos chatarra que consumen y que eran parte de esos coloridos empaques: papas procesadas y refrescos azucarados. (A donde quiera que ella fuera, repartía plátanos como una alternativa saludable). Extendió su proyecto más allá de San Marcos, creó un manual de construcción para ilustrar a la gente de otros pueblos, por toda la región de Guatemala, y ahora más allá de ese país, sobre cómo usar botellas de plástico como material de construcción.
En los once años que llevo en San Marcos, he visto a muchos idealistas ir y venir con buenas intenciones, con proyectos que pretendían mejorar las vidas de los orgullosos y trabajadores indígenas del pueblo. Susanne es una activista diferente, que ha decidido quedarse en su pequeña casa de techo de paja, con su vieja computadora y su mochila llena de plátanos. Ella continúa con su labor, incluso después de unos cuantos huracanes, de una avalancha que enterró parte del pueblo y de nuevos fenómenos naturales por venir.
Su tenacidad y resistencia, como la de los mayas con los que trabaja, han producido el efecto tangible de impulsar a que el pueblo de San Marcos sea mucho más limpio. Pero ella ha logrado el cambio más grande: cambió la manera en que la gente ve los productos que consume y lo que hace con ellos. Y lo que eligen para su cuerpo y sus tierras.
Para los niños en ese pueblo, Susanne es un tipo de figura mágica, parte reina, parte bruja. Ante mis ojos, ella es una verdadera heroína.