Por Naomi Wolf, especial para CNN
Nota del editor: Naomi Wolf es autora de “Vagina: Una nueva biografía”.
(CNN) – Es una escena conocida: Un hombre poderoso, con grandes responsabilidades y en medio de una comprometedora situación sexual con una mujer que no es su esposa.
Comienzan las amenazas de revelaciones de embarazosas e íntimas conversaciones, la persecución de la “otra mujer” que intenta determinar cuanto más debe decir, las lecciones de moralidad, el debate en torno a la humillación de la esposa. Y por su puesto el espectáculo de una trayerctoria profesional que se tambalea; en el caso de Petraeus, una carrera de distinción y servicio a su patria.
Pero mientras los medios cuentan la familiar narrativa de tentación y falta de juicio, para mi la historia gira en torno al aterrador poder del “Patriot Act” o “Ley Patriota” combinado con el aterrador poder del resucitada “Ley de Espionaje” y con una mezcla letal del puritanismo de la nación, junto con el morbo e ignoracia sobre la sexualidad.
¿Qué le pasó a Petraeus, y a hombres como Eliot Spitzer y Bill Clinton? Fueron vigilados y expuestos por élites políticas en una sociedad crecientemente intrusiva.
Debemos entender que la vigilancia que continúa dejando al descubierto a estos poderosos hombres no es motivo de preocupación solo para jefes de estado, generales o publicistas.
Debido a la Ley Patriota, a cualquiera de nosotros, en caso de que importunemos o amenacemos ciertos intereses nos pueden leer los correos electrónicos sin nuestro conocimiento.
Cualquiera de nosotros puede estar sujeto a una requisa, que lleve de una correspondencia electrónica a otra, hasta que la Agencia de Seguridad Nacional o el FBI encuentren algo que sea considerado comprometedor.
En ese momento cualquiera de nosotros puede verse bajo una terrible presión, incluso amenazas legales, si es que lo que se descubre se puede de alguna forma describir como información clasificada.
Vivimos en un momento en el que el gobierno considera demasiados temas “clasificados” en nombre del interés público, o embarazosos para el estado.
Dios libre a cualquiera de proveer “apoyo material” al enemigo, un término tan vago que los mismos abogados del presidente Barack Obama confirmaron a la jueza Katherine Forrest, en mi presencia, durante una audiencia de la Ley de Autorización de Defensa Nacional en Nueva York la primavera pasada, que podía ser utilizado para incluir principios básicos del periodismo, como por ejemplo en relación al Talibán, o cualquier otra información que el gobierno no desee exponer.
Cualquiera de nosotros puede ser amenazado con posesión de información clasificada. Es por eso que Bradley Manning ha pasado meses en confinamiento solitario en prisión.
Nos pueden amenazar con la Ley de Espionaje. Es por eso que Julian Assange está escondido en la embajada ecuatoriana en Londres. De ser hallado culpable podría acabar en Guantánamo como quisieran algunos miembros del congreso.
Aún hay muchas preguntas en el caso de Petraeus. Quizás se trate solo de la preocupación de la CIA y el FBI sobre la relación de Petreaus y su biógrafa.
Pero no debemos aceptar este teatro. Si en efecto se compromete la seguridad, lo cual sería algo serio, se debe investigar y atender.
En vista de las dos aterradoras leyes, debemos entender lo que significa perder la privacidad.
Cualquiera de nosotros puede ser destruído, intimidado, silenciado o amenazado con exponer nuestras vidas personales por cualquier razón.
Se nos puede amenazar con la revelación de nuestras infidelidades, adicciones sexuales, coqueteos o adicción a embarazosa pornografía, incluso discuciones con doctores, siquiatras, o contables acerca de nuestra información más personal.
Es difícil imaginar lo que la pérdidad de privacidad sexual significa para la vida privada y la condición humana.
En la película “The Lives of Others” o “La Vida de Otros”, que tiene lugar en Alemania del Este antes de la caída del muero de Berlín, el estado escuchaba a parejas haciendo lo que hacen las parejas, discutir y participar en actos íntimos de deseo y pasión y a veces, si, traicionando a sus cónyuges.
Pero lo que queda claro en esa descripción es que independientemente del dolor causado por la traición o infidelidad, el dolor general de una sociedad que vive sin privacidad y sin privacidad sexual, es mucho mas destructivo y más distorcionante de la condición humana.
La privacidad sexual es absolutamente necesaria para la dignidad de los seres humanos, y eso incluye el espacio para cometer errores o arrepentimientos. Un tercio de las parejas admite infidelidad. ¿Que pasaría si todos esos matrimonios estuviesen expuestos a vigilancia y exposición?
¿Qué si la autoridad que te informa que tu pareja te traicionó lo convierte no solo en una lucha privada sino un asunto que involucra al estado?
¿Y cuántas personas en matrimonios que han sobrevivido la infidelidad, verían su relación destruída por el estado, debido a los detalles descubiertos como correos electrónicos, transacciones de tarjetas de créditos o regalos?
Finalmente, hay que agregar el morbo y puritanismo tóxico de los estadounidenses.
Es más fácil ver a un hombre, su amante y su enfurecida esposa y asumir que uno sabe lo que ocurrió. Pero con frecuencia las situaciones son mas complejas. Las mujeres cometen adulterio con tanta frecuencia como los hombres, aunque la prensa esté repleta de historias que se plantean ¿por qué son infieles los hombres? El descontento de las mujeres es prevalente en Estados Unidos debido a mal entendidos sobre el deseo femenino como lo explico en mi nuevo libro.
No es nuestro papel juzgar y condenar, o lanzar la primera piedra. Un nuevo entendimiento de los riesgos de la Ley Patriota y la Ley de Espionaje debería permitir a las parejas experimentar el dolor de la traición en privado, sin el poder del estado vinculado a todos los involucrados.
Claro que no hay justificación para la infidelidad y la traición es siempre errada. Pero uno no puede saber desde fuera que tipo de soledad sexual o emocional forma parte de cualquier matrimonio o que tipo de demonios estamos batallando.
Un entendimiento de la tóxica cultura sexual en la que los matrimonios estadounidenses intentan evolucionar debe llevarnos a aceptar las equivocaciones sin juicios inmediatos.
Y un entendimiento del papel de una sociedad vigilada, que elije a quien persigue por sus infidelidades, debería hacernos pensar dos veces antes de unirnos a una condena pública.
A menos que se descubra que la seguridad nacional fue comprometida de una manera seria en relación a esta infidelidad, lo que ocurrió entre Petraeus y Paula Broadwell no es asunto nuestro.