Zenteno ha vivido en Estados Unidos desde que tenía siete años.

Por Dana Ford y Catherine E. Shoichet

Atlanta (CNN) — Cada día, millones de personas como Celeste, de 16 años, viven sus vidas con un gran peso emocional forjado por el miedo, la incertidumbre y la separación. Tenía 10 años cuando la realidad de la desesperada situación de su familia la abofeteó en la cara.

Rolando Zenteno ha vivido más de la mitad de sus 18 años de vida en Estados Unidos, sin embargo, aún se siente como extranjero.

Otro inmigrante indocumentado, Prerna Lal, lucha por quedarse en su país de adopción y con el sueño de convertirse en un abogado especialista en migración.

Mientras los legisladores de Washington intentan elaborar un plan de reforma migratoria a la par de evitar la parálisis política, millones de personas se encuentran atrapadas entre dos mundos, aunque en realidad no pertenecen a ninguno de ellos.

Algunos de esos inmigrantes hablaron con CNN, dándole permiso de utilizar sus nombres completos. Otros optaron por no decir su apellido, por temor a que pudiera afectar a su estatus legal. Aquí están sus historias.

Celeste, 16 años: con “una piedra vieja y pesada”

Celeste tenía 10 años cuando la policía detuvo a su padre mientras conducía cerca de su casa, en el sur de Georgia. Lo recuerda llorando mientras frenéticamente le traducía las palabras del agente del inglés al español. Temía que su familia fuera deportada a México, sin embargo, el agente los dejó ir.

La familia recibió una segunda oportunidad, pero Celeste nunca se quitó el pavor que la llenó ese día, el temor de que pudiera ser mandada a un país del cual apenas si recuerda, o ser separada de la familia a la cual ama. Por eso considera que ahora es el momento de la forma migratoria. “Sería que nos quitaran una piedra vieja y pesada que pende sobre nuestros hombros”, dice.

Asegura que cualquier cambio de política debería crear un camino hacia la ciudadanía para los inmigrantes indocumentados, como sus padres, trabajadores agrícolas. Celeste dice que llegaron a Estados Unidos, provenientes de México, para dar a sus hijos una vida mejor.

El año pasado, el programa de acción diferida del gobierno de Obama le dio la esperanza de concederle la gracia. Pero eso no es suficiente para ella. “Es como estar en el frío y que yo tenga la única cobija en la familia”.

Rolando Zenteno, 18 años: en el limbo

Zenteno ha vivido en Estados Unidos desde que tenía siete años, y dice que se identifica más con la cultura estadounidense que con la de su país natal, México. Sin embargo, siente como si estuviera en el limbo, y es una lucha constante. “Me identifico con la cultura estadounidense”, dice, “pero al mismo tiempo, la sociedad estadounidense es como ‘no, tú no eres parte de nosotros’”.

Zenteno dice que hablar de la reforma migratoria es alentador, a pesar de que es un problema al cual el presidente antes se ha comprometido a abordar, y que después no pudo solucionar.

Las acciones hablan más que las palabras, dice Zenteno, estudiante de primer grado en la carrera de periodismo, en la Armstrong Atlantic State University, en Savannah, Georgia. “Al final del día, los partidos políticos harán lo que puedan” por votos, dice.

Y con lo que ha visto hasta ahora en lo que respecta a la reforma migratoria, Zenteno dice que, si alguna vez tuviera la oportunidad de votar en Estados Unidos, no votaría por demócratas o republicanos.

Ana, 20 años: “Todo es complicado”

Ana tenía 10 años cuando su madre decidió que ya había vivido suficiente tiempo en Michoacán, y se mudó a Estados Unidos con su familia. “Cuando llegas por primera vez aquí, piensas que eres como todos los demás”, según Ana.

Sin embargo, en algún momento, cuando cursaba el octavo grado, empezó a percatarse de que era diferente. Mientras que los amigos estaban empezando a pensar en su futuro, a dónde podrían mudarse o a qué escuela ir, “las cosas no podían ser peor” para ella. Se siente atrapada. Todo se complica porque es indocumentada, encontrar un departamento, un buen trabajo, un préstamo para la escuela. Actualmente, trabaja en un puesto de joyería en Atlanta.

Si la reforma migratoria se convirtiera en realidad, dice que le gustaría estudiar Psicología y encontrar un trabajo mejor pagado para no ser una carga para sus padres. También le gustaría ir a México para visitar a sus familiares, a los cuales no ha visto desde que era niña. “Si quieren hacerla un poco más estricta, está bien, para que así que crean que nos la están dando”, dice Ana.

Prerna Lal, 28 años: “No sólo son los latinos”

Muchos estadounidenses relacionan el tema de la inmigración con los latinos, pero va mucho más allá que eso, dice Lal. Llegó a Estados Unidos procedente de la isla de Fiji, ubicada en el Pacífico, cuando tenía 14 años. Ahora enfrenta una batalla legal en los tribunales para evitar la deportación.

“No creo que sea algo malo enfocarse en este bloque de votantes increíblemente poderoso”, dice. “Creo que la gente necesita mirar la inmigración desde una visión que va mucho más allá de la de simplemente ‘los mexicanos cruzando la frontera’ a una que vea la gran cantidad de personas procedentes de Asia y de Europa que siguen atrapadas en el sistema”.

El gobierno debería dejar de deportar a la gente, dice, y centrarse en arreglar un sistema dañado que deja a muchas personas en el limbo, incluso cuando se apegan a las leyes.

“Todos hablan de que lo primero que deberían hacer los inmigrantes indocumentados es regresar a la fila. He estado en varias filas distintas. El problema es que hay tantos inmigrantes indocumentados atrapados en las filas, que en realidad nunca van a ninguna parte”, dice.

Lal es estudiante de tercer año de Derecho en la Universidad George Washington. Sin importar lo que suceda con los más recientes esfuerzos para alcanzar una reforma, planea convertirse en una abogada especialista en inmigración.

Tania, 43 años: cuando la ciudadanía significa todo

La familia de Tania es una mezcolanza de estatutos legal. Ella y su esposo son indocumentados, al igual que sus dos hijos mayores. Sus cuatro hijos menores nacieron en Estados Unidos y son ciudadanos.

“Para mi familia, sería lo mejor”, dice sobre la reforma migratoria. Quiere un cambio que lleve a la ciudadanía. “Para mi esposo, significaría un buen trabajo en el cual no padezca el abuso de sus jefes. Y para mis hijos, eso significaría que podrían continuar con sus estudios”, dice.

Su esposo trabaja en una planta de reciclaje. Tania, de Ecuador, relató su historia desde una organización de derechos de los inmigrantes ubicada en Queens, Nueva York.

Vasant Shetty, 59 años: esperanza y trabajo duro

En India, Shetty dice que nunca podría haberse imaginado iniciar su propio negocio o enviar a sus dos hijos a la universidad. En Estados Unidos, ha hecho ambas cosas. El lunes, Shetty contestaba teléfonos en la recepción de su mote, en el centro de Arizona. Cuando lo compró, dijo que la propiedad estaba en ruinas. Entonces lo renovó para convertirlo en un lugar del cual está orgulloso de ser su dueño.

“Vine a este país con mucha esperanza, hace casi 15 años. Fue muy duro”, dice. “Hoy tengo dos moteles. Nunca utilicé algún medio ventajoso. Todo fue trabajo duro, todo el tiempo”.

Mientras el presidente Barack Obama se preparaba para ofrecer este martes un discurso en Nevada sobre la reforma migratoria, Shetty se preparaba para aparecer ante un tribunal de inmigración en Arizona. En ese lugar, un juez podría decidir si debería ser deportado.

Activistas de los derechos de los inmigrantes han solicitado a las autoridades federales desestimar el caso en su contra, argumentando que deportarlo lo separaría injustamente de su familia y castigaría injustamente a alguien que no tiene antecedentes penales.

A pesar de sus batallas personales con el sistema migratorio estadounidense, el habla sobre la reforma migratoria hace sentir a Shetty optimista. Una y otra vez, dice, Estados Unidos le ha mostrado su bondad y oportunidad.

“Creo que este país tiene un montón de buenas personas”, dice. “Existe una forma. Harán algo bueno”.

Mario, 33 años: entre la fe y el miedo

Mario vive con el constante miedo de ser detenido por la policía. “El hecho de venir aquí, tengo que pensarlo”, dice, sopesando si valió la pena el riesgo del viaje. “Aquí”, en su caso, es Plaza Fiesta, un centro comercial en Atlanta que abastece a los inmigrantes. Mientras hablaba el lunes, los televisores mostraban a los senadores dando a conocer su plan para la reforma. Nadie prestaba atención a las pantallas, las cuales apenas podían escucharse entre el ruido del área de comida y los videojuegos que están por ahí.

Mario ha vivido en Estados Unidos desde hace 13 años. Se trasladó desde la capital de México. Asea oficinas para ganarse la vida y dice que le gustaría ver algún tipo de cambio para que pudiera encontrar un mejor empleo, quizá comprar un automóvil o una casa. Pero, sobre todo, quiere una reforma para que pudiera sentirse libre, libre de temor.

“Todavía tengo fe”, dice. “¿Quién sabe cuándo? Quizá no ocurra mañana o pasado mañana, pero en algún momento. La fe nunca muere”.

La historia fue reporteada y escrita por Dana Ford y Catherine E. Shoichet, de CNN, en Atlanta, con la colaboración desde Nueva York de María Santana y Cindy F. Rodríguez, de CNN, y desde Savannah, Georgia, de Rich Phillips y Miguel Márquez, también de CNN.