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Por Silvina Moschini, especial para CNN

Nota del Editor: Silvina Moschini es consultora en temas de Internet, tecnología, relaciones públicas y redes sociales. Es también fundadora de la agencia de medios sociales Intuic y co-fundadora de TransparentBusiness.com.

(CNNEspañol.com) – Inmediatez. Velocidad. Síntesis. Por todos lados, hemos leído y oído acerca de las maravillosas virtudes de Twitter, que con sus más de 500 millones de usuarios y a un ritmo de 55 millones de tweets por día es, sin lugar a dudas, la red social más hiperactiva.

Para los periodistas, esta herramienta tan sencilla como poderosa se ha convertido en una especie de brújula que permite decodificar el rumbo de la actualidad y hasta tomarle el pulso a la intensidad de los acontecimientos.

Los episodios de la llamada Primavera Árabe mostraron con creces el valor informativo de la red social. Sin embargo, como señala Lauren Hockenson , el empleo de Twitter como fuente informativa exige, de parte de los periodistas, algo más que cautela. Esencialmente, porque la presión por ser el primero puede incidir de la peor manera: “¿Qué clase de daño puede producir un periodista cuando, en nombre de la primicia, hace un retweet?”.

La respuesta a ese interrogante tiene un nombre anglosajón bien preciso: hoax. Se trata de noticias falsas y rumores que cobran verosimilitud en cuestión de minutos y que, aunque no siempre llegan a reproducirse en los grandes medios, suelen generar enormes dudas en las redacciones. El fallecimiento de personas famosas ha sido una constante desde la irrupción y masificación de las redes sociales: Morgan Freeman, Gabriel García Márquez, Justin Bieber y hasta Benedicto XVI han integrado la larga lista de personalidades que encontraron la muerte en 140 caracteres.

¿El fin de la primicia?

La inmediatez de la red del pajarito es indiscutible y los medios pueden sacar partido de ella. El error estratégico, sin embargo, es pretender competir con usuarios anónimos que, aún cuando proporcionen información veraz, no tienen ningún prestigio ni credibilidad que sostener.

En este sentido, la muerte de la cantante Whitney Houston, ocurrida en febrero de 2012, constituyó un ejemplo de prudencia periodística. Aunque el deceso de la estrella fue comunicado primero en la cuenta de Twitter de la sobrina del estilista de Houston, la agencia de noticias The Associated Press se tomó 45 minutos más hasta hacerse eco de la noticia. Esquivó así la tentación de generar un enorme tráfico hacia su sitio web pero se preservó de un eventual error que hubiera afectado seriamente su reputación.

Frente a este escenario dominado por la velocidad de los datos, expertos como el profesor Jeff Jarvis , de la Universidad de Nueva York, sostienen que las primicias “han muerto” y que el papel de los medios tradicionales debe redefinirse: “Los periodistas tienen que preocuparse en cómo agregar valor a las noticias; no en ser los primeros en repetirlas”.

La afirmación de Jarvis no parece exagerada. Medios como CBS Sports y el sitio de Internet The Huffington Post han pagado cara la tentación de “tener la exclusiva”, cuando informaron, erróneamente de la muerte del entrenador Joe Paterno.

Pero si estas circunstancias obligan a repensar el rol de la prensa tradicional –al menos en algunos aspectos- también es cierto que los medios son cada vez más necesarios para dar orden al caótico y constante flujo de datos que se canaliza en las redes sociales. Esta función resulta complementaria, antes que sustitutiva, del papel que juegan plataformas como Twitter y sirve para subrayar que, más que demonizar a las redes sociales, de lo que se trata es de rescatar sus mejores potencialidades.

(Las opiniones expresadas en este artículo corresponden exclusivamente a Silvina Moschini)