Por Jonathan Wald
Roma (CNN) — Un policía vestido de civil observa a Francesco Zanardi. Mientras espera el momento de intervenir, justo afuera de la Plaza de San Pedro, en el Vaticano, las intenciones de Zanardi son claras, al igual que las del policía.
Zanardi viajó 550 kilómetros desde Savona hasta Roma, decidido a hacer una entrega en el Vaticano. El policía está decidido a detenerlo. Zanardi lleva consigo un estuche rojo, adornado con una imagen de Domenico Calcagno —uno de los cardenales que elegirán un nuevo papa en el cónclave, esta semana— y que tiene escritas las palabras: Fuori Dal Conclave, es decir, “fuera del cónclave”. Los 115 cardenales electores y menores se reúnen desde este martes en la Capilla Sixtina para elegir al sucesor de Benedicto XVI.
El estuche está lleno con miles de cartas firmadas en las que se afirma que Calcagno encubrió a un sacerdote del norte de Italia que cometió una serie de abusos sexuales. Quieren que al cardenal se le impida votar en el cónclave. Pero nadie es más insistente que Francesco Zanardi.
Cuando tenía 11 años, en 1981, Zanardi fungía como monaguillo en la Iglesia Santissime Anunziate en la ciudad de Spotorno. Zanardi dice que el padre Nello Giraudo lo violó al menos una vez por semana durante cinco años. Dice que muchos de sus amigos de la escuela también sufrieron repetidamente de abuso a manos de Giraudo.
“No tuve sexo [consensual] hasta que tuve 26 años”, dice Zanardi. “Estaba consumiendo drogas, solía inyectarme heroína. Entré en rehabilitación y me sometí a terapia; más tarde me di cuenta de que consumía drogas debido al abuso”.
Su búsqueda de la verdad detrás de lo que le ocurrió lo llevó a descubrir documentos incriminatorios ocultos que habían llegado hasta el expapa Benedicto XVI.
Primero, Zanardi intentó que se procesara a Giraudo por el abuso que sufrió; sin embargo, su caso ya había prescrito. Así, tuvo que buscar otros medios para lograr que se hiciera justicia. Apenas el año pasado, se procesó a Giraudo por abusar sexualmente de un niño durante un retiro de los boy scouts en las montañas de Piamonte, en 2005.
Giraudo se declaró culpable y Zanardi testificó en el juicio. Dio pruebas y convenció a cuatro niños, que supuestamente habían sido víctimas del abuso sexual de Giraudo, de que hicieran lo mismo y demostraran que el exsacerdote era un abusador habitual. A pesar del patrón de comportamiento, se consideró que Giraudo había infringido la ley por primera vez y se le dictó una condena suspendida de un año en prisión. Como testigo, Zanardi pudo solicitar a la corte que le entregara todas las pruebas. Quedó asombrado por lo que descubrió.
El 8 de septiembre de 2003, Calcagno, quien entonces era obispo de Savona, escribió al cardenal Ratzinger, quien entonces supervisaba la aplicación de la doctrina de la Iglesia y era el responsable de las investigaciones de abuso sexual de menores por parte del clero.
En la carta de Calcagno se leía: “Solicito su amable consejo para proceder en vista de que el sacerdote pretende continuar con su trabajo pastoral. Hasta donde me sea posible, pretendo evitar que tenga responsabilidades que lo pongan en contacto con niños o adolescentes”.
Esta carta iba acompañada de un expediente de la Iglesia acerca de Giraudo, recopilado por el asistente principal del entonces obispo Calcagno, el vicario general Andrea Giusto. “No se ha filtrado nada a los periódicos. No se han presentado quejas ante la policía”, decía el reporte de Giusto.
“Era desagradable leer los documentos”, dijo Zanardi a CNN. “La Iglesia estaba preocupada por el bienestar de un pedófilo, pero no hablan de la víctima. Las víctimas ni siquiera se toman en cuenta, lo único que quieren es salvar la imagen de la Iglesia”.
A pesar de las pruebas indiscutibles en contra de Giraudo, Calcagno no expulsó de la Iglesia al sacerdote pedófilo. Se le sometió a terapia, lo enviaron a trabajar con los presos y simplemente lo cambiaron de parroquia en parroquia. Incluso se le permitió establecer y dirigir una casa de asistencia para niños con problemas en la rectoría de la iglesia. No sabemos qué respondió el cardenal Ratzinger a esa carta. Dos años más tarde, en 2005, Ratzinger se convirtió en el papa Benedicto XVI.
Otros documentos revelan que los funcionarios eclesiásticos estaban al tanto de los crímenes que Giraudo había cometido desde 1980. El 29 de marzo de 2010, el arzobispo Ladaria, de Thibica, escribió al actual obispo de Savona, Vittoria Lupi. En la carta dice que Giraudo “fue reportado en 1980 por abusar de menores” y que había reconocido sus “tendencias pedófilas” ante el vicario general de Savona en 2002. A pesar de todo esto, la Iglesia tardó más de 30 años en pedir la renuncia de Giraudo, el 27 de marzo de 2010.
La oficina del cardenal Calcagno se negó a hacer comentarios a CNN; la diócesis de Savona —en la que Giraudo sirvió como sacerdote— lo invitó a renunciar en 2009 a través de un escrito, mas él se rehusó. En la carta se dijo que la diócesis había estado al frente del combate contra los abusos de los sacerdotes.
El vocero del Vaticano, Thomas Lombardini, se mostró claramente consternado por nuestra pregunta acerca de las acusaciones contra Calcagno. Cruzó los brazos y habló seriamente. “Tanto la Iglesia como el sistema judicial, el juez, investigaron las acusaciones contra el cardenal Domenico Calcagno cuando era obispo de Savona en Italia; las acusaciones eran infundadas”.
De vuelta en la Plaza de San Pedro, Zanardi finalmente se dirige hacia las puertas del Vaticano, pero no llega lejos. El policía vestido de civil que lo acechaba llama por radio a su compañero y en cuestión de segundos la policía rodea a Zanardi y se lo llevan para interrogarlo durante dos horas.
Zanardi se ha encontrado con muchos obstáculos en su vida, pero no se va a rendir ahora por haberse encontrado otro. Tratará de entregar su petición anti-Calcagno el lunes en la embajada del Vaticano en Roma. Su determinación no ha disminuido. “Lo que me pasó a mí y a muchos más no debería haber pasado nunca. Seguiré luchando hasta que no vuelva a ocurrir”.
Dan Rivers colaboró con este reportaje.