Por Anna Coren
KABUL, Afganistán (CNN) — Hace frío y llueve en Kabul. Los caminos de terracería repletos de baches se han vuelto un mar de lodo. Conducimos hacia la entrada de un complejo con muros altos. Un soldado armado con un AK-47 monta guardia afuera del edificio. Hemos llegado al refugio de mujeres para reunirnos con Gul Meena, una chica pakistaní de 17 años que podría estar muerta.
Mi equipo y yo entramos en una habitación; la pequeña y frágil Gul Meena estaba sentada en una silla de madera. Conforme entramos en la habitación, su sombría mirada se aleja de las gotas de lluvia que escurren por la ventana y se posa sobre nosotros.
La colorida pañoleta de Gul tiene bordadas unas flores azules, rojas y verdes, y cubre la mayor parte de su rostro. Juega nerviosamente con ella y nos deja ver una sonrisa nerviosa debajo de la tela. Su guardiana, Anisa, trabaja para el refugio que dirige el grupo Mujeres a favor de las Mujeres Afganas; ella toca su cabeza y retira gentilmente la pañoleta. Es entonces cuando vemos las profundas cicatrices que surcan el rostro de Gul.
La vida de miserias y sufrimientos de esta chica pakistaní inició a los 12 años; en vez de ir a la escuela la casaron con un hombre que podría haber sido su abuelo. Ella dice: “Mi familia me dio en matrimonio cuando tenía solo 12 años. Mi esposo tenía 60. Me golpeaba todos los días. Yo lloraba y le rogaba que se detuviera. Pero él seguía golpeándome”.
Cuando Gul contó a su familia lo que pasaba, su respuesta la asombró. “Mi familia me golpeaba cuando me quejaba. Me dijeron que pertenecía al hogar de mi esposo, que esa era mi vida”.
Después de cinco años de abusos, Gul Meena conoció a un joven afgano y finalmente reunió el valor para dejar a su esposo en Pakistán. En noviembre de 2012, empacó algunas pertenencias y cruzaron la frontera hacia la ciudad de Jalalabad, Afganistán.
La huida a Pakistán
Gul sabía que estaba cometiendo un crimen supremo, según las estrictas costumbres islámicas, huir con otro hombre, pero también sabía que no quería seguir viviendo la vida que llevaba desde que se casó.
“Traté de suicidarme varias veces con veneno, pero no funcionó. Odiaba mi vida y tenía que escapar. Cuando huí sabía que sería peligroso. Sabía que mi esposo y mi familia me buscarían pero nunca pensé que pasaría esto. Pensé que mi futuro sería brillante”, relata.
Días más tarde, su hermano mayor los encontró. Armado con un hacha, mató a golpes al amigo de Gul Meena y luego golpeó 15 veces a su hermana, hirió su rostro, su cabeza y algunas partes de su cuerpo.
Gul Meena me muestra esas cicatrices: se quita la pañoleta y recorre su piel recién curada suavemente con su dedo. Toca su cabeza en el lugar en donde el hacha la golpeó y me muestra los profundos cortes que sufrió en la nuca y en los brazos. Me queda claro que trató desesperadamente de defenderse de su hermano antes de quedar inconsciente.
Su hermano asumió que estaba muerta y escapó de vuelta a Pakistán. Las autoridades aún no lo capturan, pero su familia niega que haya tratado de matar a Gul.
“Es un milagro”
Cuando escuchó el alboroto, un transeúnte entró y encontró a Meena en su cama sobre un charco de sangre; la llevó a toda prisa a la sala de emergencias del Centro Médico Regional de Nangarhar.
Como parte de su cerebro estaba fuera de su cráneo, el neurocirujano Zamiruddin Khalid tenía pocas esperanzas de que la chica sobreviviera. “La llevamos al quirófano; ya había perdido mucha sangre. Sus heridas eran horribles y su cerebro estaba afectado… pensamos que no sobreviviría”, dice Khalid mientras nos muestra unas fotografías que tomó de las heridas de Gul antes de que las suturara. En una foto, su rostro parece un trozo de carne.
Khalid dijo: “Estamos muy agradecidos con Dios todopoderoso porque Gul Meena está viva. Realmente es un milagro”.
Sin embargo, los problemas de Gul no habían terminado. Aunque estaba recibiendo el tratamiento que le salvaría la vida en el hospital, no tenía quién la cuidara afuera. La familia de Gul la había repudiado y a pesar de que el gobierno y las autoridades sabían que estaba viva y la estaban cuidando en el hospital, no querían saber nada de ella a causa del estigma y las circunstancias en las que ocurrió su ataque.
Gul permaneció durante dos meses en el hospital gracias a la generosidad de los médicos que donaron el dinero para pagar sus medicinas. Finalmente, la organización afgano-estadounidense Mujeres a favor de las Mujeres Afganas se enteraró de su situación y la alojaron en un refugio en Kabul en donde le dieron el amor y los cuidados que necesitaba desesperadamente.
“Cuando llegó con nosotros no podía hablar ni caminar, apenas estaba consciente… no podía alimentarse por sí misma. Tenía que usar pañal. Si no la hubiéramos traído en ese momento, no habría sobrevivido”, dice Manizha Naderi, directora ejecutiva de Mujeres a favor de las Mujeres Afganas.
Gul Meena es una de las miles de mujeres que viven en refugios a lo largo de Afganistán, muchas de ellas son víctimas de intentos de asesinato por honor. Trágicamente, esta práctica aún existe en muchas culturas, como en ciertas tribus de Afganistán y Pakistán.
Miles de casos
El secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, expresó recientemente su preocupación por el incremento del 20% en las muertes civiles entre mujeres y niñas en Afganistán durante 2012. Moon declaró: “Estoy profundamente consternado de que a pesar de que se han mejorado los procesos en casos de violencia, sigue habiendo un clima de impunidad en Afganistán cuando se trata de abusos contra mujeres y niñas”.
Naciones Unidas afirma que entre 2010 y 2012 se reportaron 4,000 casos de violencia contra mujeres y niñas ante el Ministerio para las Mujeres de Afganistán. Aunque hay 14 albergues para mujeres en el país, todos reciben financiamiento de la comunidad internacional y existe la preocupación de que una vez que las fuerzas internacionales se retiren a finales de 2014, este financiamiento se esfume. ¿Qué implicaría eso para las miles de mujeres iletradas, analfabetas y desamparadas que dependen de sus servicios, como Gul Meena?
Naderi dice: “Si la enviamos con su familia, la matarán. Ella está muerta para su familia. Ese es el problema con todas nuestras mujeres. Es una época aterradora para Afganistán, en especial para las mujeres afganas y en particular para las mujeres que viven en nuestros refugios porque no sabemos qué va a pasar. Si se van de aquí, la mayoría de ellas morirá”.
Gul Meena no piensa en el futuro. De hecho, desearía haber muerto el día que la atacaron. “He tratado de suicidarme muchas veces desde que llegué al refugio, pero no me lo permiten. Cuando me veo en el espejo, oculto un lado de mi rostro con la mano. La gente me dice que no lo haga, pero me siento muy avergonzada”.