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Por Rich Clifford, para CNN

Nota del editor:Este 12 de abril se cumplen 52 años del primer viaje humano al espacio. Lo celebramos con otro logro espacial.

(CNN)— Han pasado muchos meses desde que completé mi segunda misión en el transbordador espacial STS-59, a bordo del Endeavour.

Estaba terminando mi evaluación física anual en la Clínica de Medicina de Aviación del Centro Espacial Johnson. Las palabras del cirujano de aviación fueron las esperadas: mi condición física era excelente y no había nada fuera de lo común. Luego, le pedí al médico que revisara mi hombro derecho, porque estaba afectando mi juego de ráquetbol.

Me preguntó si me dolía. Le dije que no era dolor, pero que mi brazo derecho no se balanceaba naturalmente cuando caminaba. Este comentario pareció encender alguna alarma ya que me vio caminar por el pasillo, cuando rápidamente dijo que me llevaría al Centro Médico de Texas al día siguiente.

Recuerdo haber dicho: “No creo que podamos ver a un cirujano ortopedista tan pronto”. Él simplemente indicó que iríamos a ver a un neurólogo.

No tenía idea de que ese siguiente día cambiaría tan rápido mi vida. El neurólogo me revisó durante cinco minutos antes de decir que tenía la enfermedad de Parkinson. Agregó que tendría que someterme a varias pruebas para descartar otra enfermedad neurológica. La enfermedad de Parkinson se diagnostica al descartar otras posibles enfermedades.

Después de varias pruebas, se confirmó el diagnóstico. Era diciembre de 1995.

Los cirujanos de aviación me preguntaron qué quería hacer respecto a volar. Rápidamente dije que quería continuar con todas las actividades, entre las que estaba esperar mi turno para participar en otra misión en el transbordador espacial. Oculté mi enfermedad a todos, excepto a mi esposa e hijos. Asumí que la dirección de la NASA había sido notificada, pero nadie nunca habló sobre mi enfermedad. Protegieron mi privacidad.

Seguí con mis labores normales y luego se me ofreció participar en mi tercera misión en el transbordador espacial STS-7, que tenía programada una caminata espacial. La misión tuvo mucho éxito. Un año después, dejé la NASA y acepté un empleo en el sector privado, en una empresa que apoya los vuelos espaciales tripulados.

Mantuve mi enfermedad en secreto por casi 15 años, excepto a mi familia y mis amigos más allegados. La razón por la que lo oculté era simple: la gente no necesitaba saber de ella.

Ahora, soy impulsor de la concienciación acerca de la enfermedad de Parkinson. Tener esta enfermedad no significa que debas dejar de vivir la vida al máximo. Claro que conforme la enfermedad se desarrolla he tenido que cambiar la forma en la que realizo ciertas actividades, pero sigo haciéndolas.

Estoy muy consciente de la presión que mi enfermedad impone sobre mis seres queridos, quienes me animan y me cuidan dulce y amorosamente. Quienes cuidan a un enfermo de párkinson son personas que dan gran parte de sus vidas para cuidar de un ser amado. Mi esposa me cuida y estoy muy consciente de sus sacrificios. El mal de Parkinson no solo afecta al paciente. El paciente necesita entender que quien lo cuida está ahí para ayudarle.

Así que no dejes que la enfermedad de Parkinson controle tu vida. Puede ser que hagas las cosas más despacio, o que no puedas hacer actividades que antes hacías fácilmente. No es el fin del mundo. No dejes de intentarlo.