Por Carlos Alberto Montaner
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Nota del editor: Carlos Alberto Montaner es escritor y analista político de CNN. Sus columnas se publican en decenas de diarios de España, Estados Unidos y América Latina. Montaner es, además, vicepresidente de la Internacional Liberal. Su último libro es la novela “La mujer del coronel”.
Casi todo el mundo se ha apresurado a saludar los presuntos acuerdos de La Habana entre el gobierno de Juan Manuel Santos, presidente de Colombia y las narcoguerrillas de las FARC. Desde Joe Biden, vicepresidente de Estados Unidos, hasta Nicolás Maduro, discutido gobernante de Venezuela, han reaccionado con entusiasmo ante lo que parece ser el primer pacto entre las partes.
Sin embargo es difícil ser optimistas, dado que los acuerdos a los que se lleguen tendrán luego que ser sancionados por los electores en referéndum y ser aprobados por la Corte Constitucional, de manera que no se quiebren las leyes del país.
Para muchos colombianos, además, resultaría inexplicable, que mientras el coronel Luis Alfonso Plazas Vega, condecorado por haber recuperado el Palacio de Justicia en 1985 de manos de la guerrilla, esté preso en una cárcel colombiana acusado de uso excesivo de la fuerza y de la desaparición de presuntos elementos subversivos, delitos que él niega vehementemente haber cometido, ciertos narcoguerrilleros asociados a muertes y secuestros atroces, que incluyen daños gravísimos a menores, consigan reintegrarse impunemente en la vida pública sin siquiera pedirles perdón a sus víctimas.
Naturalmente, en todos los procesos de pacificación se sabe que es necesaria una dosis de perdón y olvido, pero es esencial, junto el abandono previo de las armas, el arrepentimiento sincero y público, y hasta ahora, lejos de verse una actitud de ese tipo en las narcoguerrillas, lo que se percibe es un hábil manejo de las relaciones públicas, donde parece que el objetivo de las FARC, el brazo armado del Partido Comunista, no fuera la toma violenta del poder a cualquier costo, sino llevar a cabo una reforma agraria y velar por los intereses de los obreros.
Mi opinión es que el presidente Juan Manuel Santos no ha debido darles a las narcoguerrillas el trato de interlocutor legítimo, y mucho menos permitir que asuman la posición de superioridad moral que han logrado en las negociaciones, aunque todavía falta un gran recorrido para llegar al final.
Ojalá se logre lo mejor para Colombia. Cuentan que Juan Manuel Santos es un gran jugador de póker. Veremos si es verdad o si acaba por perder la partida.
(Las opiniones expresadas en este artículo corresponden exclusivamente a Carlos Alberto Montaner)