Por Peter Bergen y Jennifer Rowland
Nota del editor: Peter Bergen es el analista de seguridad nacional de CNN, director de la New America Foundation y autor de “Manhunt: The Ten-Year Search for bin Laden – From 9/11 to Abbottabad” (Cacería humana: La búsqueda de diez años de bin Laden – desde el 11/9 hasta Abbottabad). Jennifer Rowland es colaboradora de programa en la New America Foundation.
(CNN) – Mientras contemplan una acción militar contra Siria, los miembros del Congreso y funcionarios del gobierno de Barack Obama deben, entre otras cosas, tomar en cuenta cuál sería el efecto de un ataque de los Estados Unidos contra el régimen de Bachar al Asad en el ya complicado, incluso venenoso, estado de las relaciones entre suníes y chiítas en la región.
Tres de los principales estados suníes, Arabia Saudita, Turquía y Emiratos Árabes Unidos, ya han ofrecido sus activos militares en caso que ocurra un ataque de EE.UU.
La semana pasada, el presidente Hassan Rouhani dijo que el gobierno chiita iraní y su aliado Rusia trabajarían en una “cooperación amplia” para proteger a Siria.
Una guerra en Siria, encabezada por Estados Unidos, con el respaldo de poderosos estados suníes, contra la alianza de facto chiíta de Irán, Siria, Iraq y Hezbolá libanés podría exacerbar las relaciones ya tensas entre los suníes y los chiítas en la región.
En Siria, el levantamiento popular de 2011 en contra de un gobernante represivo se ha transformado en lo que es ahora una guerra civil sectaria que enfrenta a la mayoría musulmana suní con la secta minoritaria alauí, vinculada con el Islam chiíta.
El régimen sirio recibe el respaldo de armas y fondos del gobierno iraní y también se beneficia del apoyo de combatientes del grupo Hezbolá libanés, un agente de Irán en el campo de batalla.
A medida que crece la posibilidad de un ataque de Estados Unidos a Siria, lo que hasta ahora era una sombría guerra de poder, con países suníes como Arabia Saudita proporcionando un discreto apoyo a los rebeldes sirios e Irán dando apoyo a al Asad, podría ahora convertirse en una verdadera guerra que recibe abiertamente el apoyo de los estados suníes y chiitas más poderosos.
Los funcionarios de seguridad nacional de Obama y los representantes en el Congreso deben evaluar este verdadero problema en potencia al examinar detenidamente las opciones en Siria, debido a que en el mundo musulmán, desde Líbano hasta Pakistán, los suníes y los chiitas están cada vez más enfrentados.
Una intensificación en la ya de por sí brutal guerra civil siria podría desestabilizar aún más a sus frágiles vecinos; tanto Líbano como Irán se abocarían de nuevo a una guerra civil.
Ya en julio, la Organización de Naciones Unidas registró la tasa de muertes más alta en Iraq desde 2008, cuando el conflicto bélico estaba en su apogeo. Tan sólo en ese mes fueron asesinados más de 1.057 civiles y personal de seguridad. Muchas de esas muertes fueron producto de bombardeos dirigidos contra blancos chiítas reivindicados por el grupo terrorista suní Al Qaeda en Iraq.
Una grupo escindido de Al Qaeda en Iraq lucha actualmente en Siria y es considerado la fuerza más efectiva contra Asad, al que consideran un hereje.
Es una historia muy antigua. Las dos sectas dominantes del Islam, suní y chiita, se dividieron al principio sobre la cuestión de quién era el sucesor legítimo del profeta Mahoma después de su muerte en 632.
El enfrentamiento entre las dos sectas creció y decreció con el paso de los siglos; sin embargo, en este momento el conflicto sirio podría exacerbar la división regional en las líneas sectarias que hemos visto en los últimos años.
En 2011, la monarquía suní del estado de Bahrein, con el apoyo de más de mil soldados de Arabia Saudita, sofocó con duras tácticas un levantamiento de su población mayoritaria chiita. El gobierno de Bahrein insinuó que el levantamiento fue una conspiración iraní.
Los conflictos sectarios en Siria, Iraq y Bahrein también se han extendido a Líbano y Egipto. El 23 junio, en la ciudad portuaria libanesa de Sidón, los soldados chocaron con partidarios del clérigo suní de línea dura, el Jeque Ahmed Al-Assir, quien había hablado de manera vehemente en contra del régimen sirio así como del grupo chííta libanés Hezbolá.
El mismo día, en el barrio de Giza en El Cairo, cuatro musulmanes chiítas egipcios fueron apuñalados, golpeados y arrastrados por las calles por miembros de un grupo de línea dura suní.
Las tensiones sectarias que se intensificaron en Egipto fueron parcialmente ocasionadas por el gobierno recientemente derrocado de la Hermandad Musulmana. Una semana antes del ataque en Giza, por ejemplo, el presidente Mohamed Morsi había aparecido en un escenario con clérigos de línea dura que llamaron “sucios” a los chiítas. En mayo, los miembros Salafistas en el parlamento egipcio denunciaron a los chiítas como “un peligro a la seguridad nacional en Egipto”.
Más allá del Medio Oriente, la violencia sectaria también se ha disparado en el sur de Asia en los últimos años. Más de 180 miembros de la minoría chiíta pakistaní de la comunidad hazara fueron asesinados en dos bombardeos masivos en los primeros dos meses de 2013.
En la vecina Afganistán, los ataques violentos contra musulmanes chiitas son menos frequentes; sin embargo, en diciembre de 2011, dos ataques suicidas con bombas casi simultáneos en Kabul y Mazar-i-Sharif mataron a más de 60 civiles chiítas cuando celebraban el festival religioso anual de Ashura.
Podemos esperar que las tensiones sectarias sigan ebullendo en el mundo musulmán si el conflicto sirio continúa y el malestar político y social persiste en muchos países de la región.
Los grupos afiliados a Al Qaeda tratarán de explotar estas divisiones sectarias para apoyar su propia agenda violenta y podrán encontrar un mayor campo de operaciones.
Arabia Saudita y Qatar han abierto sus profundas arcas para dar su apoyo a grupos extremistas suníes en el pasado y continuarán haciéndolo siempre y cuando esto sirva para contrarrestar a Irán y su apoyo a los regímenes chiítas y sus grupos militantes.
Estados Unidos deberá tomar en cuenta todos estos factores al evaluar una acción militar. No son un argumento para no hacer nada ante el uso a gran de armas químicas por parte de Al Assad, pero son un motivo para prestar atención a la advertencia de Maquiavelo, “Las guerras comienzan cuando se desea, pero no terminan cuando se quiere”.
(Las opiniones expresadas en este artículo corresponden exclusivamente a Peter Bergen)