Estos presidentes de Estados Unidos dijeron grandes mentiras pero el engaño es vital para el poder presidencial, dicen los historiadores.

Por John Blake, CNN

(CNN) – “No puedo mentir”.

Esta oración es la firma de una historia clásica estadounidense. Cuando un chico preguntó al primer presidente de la nación si había talado el cerezo de su padre, éste no respondió “no puedo ni confirmar ni negar esos informes” o “depende del significado de la palabra ‘fue’”.

George Washington dijo la verdad incluso si eso lo metía en problemas. La moraleja de la historia: Washington fue un gran líder porque no mentía, y todos los presidentes deberían ser tan honrados como nuestro padre fundador.

Bueno, pues, ¿sabes qué? Esa historia sobre Washington y el cerezo es una mentira. Jamás ocurrió. Y la idea de que un buen presidente no miente al pueblo estadounidense, esa es otra ilusión. Los historiadores dicen que muchos de nuestros más grandes presidentes fueron los mayores mentirosos; la duplicidad fue parte de su grandeza.

“No sólo han mentido todos los presidentes, sino que además necesitan mentir para ser efectivos”, dice Ed Uravic, un antiguo cabildero de Washington, jefe de personal del Congreso y autor de “Lying Cheating Scum” (Escoria tramposa y mentirosa).

La mentira presidencial es un tema candente debido a una promesa que hizo el presidente Obama. Cuando promovía el Obamacare, Obama dijo a los estadounidenses que podrían mantener su seguro médico si así lo deseaban. Esto resultó no ser cierto para algunos, y Obama ha sido acusado de mentir.

Algunos expertos en política advierten que la “mentira” de Obama deshará su segundo período. Dicen que los norteamericanos no perdonarán a un presidente que viola su confianza. Es una buena frase con gancho, pero es una mala historia. Un buen líder debe “ser un buen simulador y disimulador”, dijo Maquiavelo en “El príncipe”. Y así debería de ser un presidente, dicen algunos historiadores.

Se podría decir que la mentira es el lubricante verbal que mantiene en marcha el motor de la Oficina Oval. Algunos de nuestros presidentes más populares dijeron los mayores embustes, dicen los historiadores, entre ellos Benjamin Ginsberg, autor de “The American Lie: Government by the People and other Political Fables” (La Mentira estadounidense: el gobierno del pueblo y demás fábulas políticas).

Durante la preparación del país para la Segunda Guerra Mundial, Franklin Roosevelt dijo a los estadounidenses en 1940 que “sus hijos no van a ser enviados a ninguna guerra en el extranjero.”

El presidente John F. Kennedy declaró en 1961 que “ya lo he dicho antes, y lo repito ahora, los Estados Unidos no planean ninguna intervención militar en Cuba”. Al mismo tiempo, planificaba una invasión a Cuba.

Ronald Reagan dijo a los estadounidenses de 1986, “No, lo repito, no comerciamos armas o cualquier otra cosa [con Irán] a cambio de rehenes, ni lo haremos”, cuatro meses antes de admitir que EEUU había hecho exactamente lo que él había negado.

Incluso “Honest Abe” (el sincero Abe; Abraham Lincoln), cuyo majestuoso “Discurso de Gettysburg” a la nación será conmemorado esta semana, era un hábil mentiroso, dice Meg Mott, profesora de teoría política en Marlboro College en Vermont.

Lincoln mintió sobre sus negociaciones con el sur para terminar con la guerra. A ese engaño se le dio un tratamiento prolongado en la reciente película de Steven Spielberg, “Lincoln”. También mintió acerca de su postura ante la esclavitud. Les dijo a los aliados públicos y políticos estadounidenses que él no creía en la igualdad política para los esclavos, porque no quería adelantarse mucho de la opinión pública, dice Mott.

“Tenía que ser taimado con el electorado”, dice Mott. “Él puso a los esclavistas en contra los abolicionistas. Tenía que mentir para hacer que la gente lo siguiera. Lincoln es un gran maquiavélico”.

Mentiras perdonables contra las imperdonables  

Las mentiras presidenciales entran en dos categorías: las perdonables y las imperdonables. Las mentiras perdonables son aquellas dichas para mantener a la nación fuera de peligro. Algunas personas consideran que las mentiras de la National Security Agency (Agencia nacional para la seguridad) sobre el alcance del espionaje doméstico se encuentran dentro de esta categoría porque nos protegen de los terroristas, dice Uravic, autor de “Lying Cheating Scum”.

Las mentiras imperdonables caen entre la categoría de Nixon de “no soy un criminal”, dice Uravic.

Esas mentiras se hacen para cubrir crímenes, incompetencia o para proteger el futuro político de un presidente. El Presidente Lyndon Johnson, por ejemplo, ocultó el costo total de los gastos en la Guerra de Vietnam al Congreso y al público para conservar su poder político, dice Uravic.

“Los estadounidenses continúan perdonando a sus políticos, siempre y cuando esos políticos pongan en primer lugar a las personas y presenten beneficios tangibles a todos nosotros”, dice Uravic, quien también da clases en la Harrisburg University of Science and Technology en Pennsylvania.

La máxima prueba de si el público estadounidense aceptará una mentira de un presidente es si la nación determina que esa mentira sirve a los intereses nacionales.

Esa es la distinción por la que Bill Clinton continúa siendo popular y por qué George W. Bush fue vilipendiado por su “mentira”, dice Allan Cooper, un científico político e historiador en la Otterbein University de Ohio.

En un discurso televisado en el país en 2003, Bush dijo que la invasión a Iraq era necesaria para “eliminar armas de destrucción masiva”.

“La inteligencia obtenida por este y otros gobiernos no deja lugar a dudas de que el régimen iraquí continúa poseyendo y escondiendo algunas de las armas más letales nunca antes creadas”, dijo Bush.

Clinton dijo a la nación que él “no tuvo relaciones sexuales con esa mujer”.

“Las mentiras de Clinton sobre una aventura sexual eran comprensibles, dado su interés por proteger su matrimonio y por proteger a los niños de la nación de tener que preguntar a sus padres el fenómeno del sexo oral”, dice Cooper.

“Las mentiras de Bush llevaron a la muerte y lesiones de miles de estadounidenses”. La declaración de Obama será juzgada de la misma manera: ¿Ayudó al país o lo dijo simplemente para mantenerse en el puesto?

Obama se disculpó por decir que las personas podrían mantener su seguro si les gustaba. Pero algunos estadounidenses que compraron pólizas en el mercado privado recientemente recibieron notificaciones de cancelación porque sus planes no llenaban los requisitos de Obamacare de un cuidado más completo.

Los estadounidenses podrían perdonar a Obama si Obamacare mejora sus vidas, dice Christopher J. Galdieri, que enseña en un curso sobre la presidencia de los Estados Unidos en Saint Anslem College en New Hampshire.

“A la larga, esto quedará en si mejora el intercambio federal [de cuidados a la salud] y en si las personas la ven como una opción exitosa y factible para adquirir seguros para ellas y sus familias”, dice Galdieri.

¿Se recuperará alguna vez la reputación de George W. Bush de que llevó al país a una guerra con falsos pretextos? Es difícil decirlo a partir de la historia.

Varios presidentes han sido acusados de engañar al público estadounidense para vender intervenciones militares, dice David Contosta, un profesor de historia en Chesnut Hill College en Pennsylvania.

El Presidente James Polk mintió al Congreso en 1846, diciendo que México había invadido los Estados Unidos, porque estaba decidido a quitarle el Suroeste a México. Esa mentira llevó a la Guerra México-estadounidense, dice Contosta.

El Presidente William McKinley mintió al público estadounidenses en 1989 cuando insistió en que España había estallado el buque de guerra USS Maine en el puerto de La Habana, Cuba, aunque no tenía evidencias. Esta mentira llevó a la Guerra Hispano-estadounidense.

Se descubrió a un popular presidente diciendo una mentira respecto a una acción militar fallida, pero su popularidad permanece intacta.

“El Presidente Dwight Eisenhower negó que Estados Unidos volaba aviones espías U-2 sobre la Unión Soviética, hasta que los soviéticos derribaron uno de los aviones y capturaron al piloto; entonces se vio forzado a decir la verdad”, dice Contosta.

Algunos presidentes fueron tan embusteros que incluso mentían a sus amigos. Franklin Roosevelt fue uno de ellos. Roosevelt dirigió la nación a través de la Gran Depresión y de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, incluso sus aliados no podían contar con su honradez.

Roosevelt les dijo durante la convención nacional demócrata en 1944 a tres hombres distintos que los quería como su próximo vice-presidente. Luego, escogió a un cuarto hombre, Harry Truman, para el puesto, dice David Barrett, profesor de ciencias políticas en Vilanova University en Pennsylvania.

“Lo hacía tan bien, que los tres hombres estaban plenamente convencidos de que Roosevelt los respaldaba”.

Por qué necesitamos a un presidente que miente  

La falsedad de Roosevelt no ha detenido a los historiadores de elegirlo como uno de los tres presidentes más importantes del país, junto a Lincoln y a Washington. Probablemente ellos, junto con los estadounidenses de a pie, pueden perdonar a los presidentes que mienten porque hay algo en la naturaleza humana que cree que un líder debe de ser astuto.

Claro que contamos a nuestros niños acerca de que Washington taló el cerezo. El escritor del Siglo 19, Parson Mason Weems introdujo esa fábula en su biografía de 1800, “A Life of Washington” (Una vida de Washington).

Pero después cerramos el libro infantil y encendemos la televisión para admirar la duplicidad letal de un líder como el patriarca mafioso Vito Corleone en la clásica película de 1972 “El Padrino”.

Queremos que nuestros presidentes tengan un poco de gánster en ellos. Es la paradoja presidencial de la que los estudiosos Thomas Cronin y Michael Genovese hablaron en su reciente libro “The Paradoxes of the American Presidency” (Las paradojas de la presidencia estadounidense).

Escribieron:

“Queremos a un presidente que sea decente, justo, bondadoso y compasivo, y sin embargo admiramos a un presidente que sea astuto, engañoso y, si la oportunidad lo amerita, que sea despiadado y manipulador”.

La ejecución más sublime de la mentira presidencial ocurre cuando el presidente descubre que no necesita mentir para engañar. Por qué mentir, si servirá una simple mala interpretación, dice James Hoopes, profesor de ética en los negocios en Babson College en Massachusetts.

Estos presidentes aprenden de Maquiavelo, que dijo que el Príncipe debe de ser un “zorro y un león”, un zorro para descubrir las trampas y un león para aterrorizar a los enemigos que podrían atraparlo, dice Hoopes.

El presidente Andrew Jackson hizo una campaña zorruna en torno a una mentira al insistir en que estaba a favor de un “arancel juicioso”, lo que para los oídos sureños en las elecciones presidenciales de 1828 significaba un arancel bajo. Después de que Jackson fuera electo, sin embargo, el Congreso aprobó un arancel alto que indignó a los líderes en el sur y los llevó a hablar de la anulación y de la secesión, dice Hoopes.

Y entonces, el zorro se convirtió en león, dice Hoopes de Jackson.

“Como el león que era, Jackson se enfrentó al reto con amenazas de fuerza, amenazas que sonaban a verdad, que provenían de un antiguo general que ejecutó sumariamente a civiles enemigos y que llevó a la hora a soldados amotinados bajo sus órdenes”, dice Hoopes.

Si todavía piensa que quiere a un líder que siempre dice la verdad, tome en cuenta el destino de un presidente reciente.

Juró durante su campaña presidencial que “nunca mentiré a los estadounidenses”. Utilizó un jersey durante un discurso televisado en todo el país desde la Oficial Oval porque había bajado el termostato en la Casa Blanca para ahorrar energía. Trajo la paz a Oriente Medio e incluso dio clases en la catequesis del domingo.

También salió de la Oficina Oval después de un período.

“El país se vino abajo”, dice Mott acerca del tiempo que este presidente estuvo en el cargo. “Era demasiado noble, demasiado puro. No sabía cómo utilizar a las personas para ponerlas unas en contra de las otras. Debería de haber leído a Maquiavelo”.

Ese presidente era Jimmy Carter. Ganó el Premio Nobel de la Paz después de dejar la presidencia, y ha sido elogiado ampliamente por sus esfuerzos humanitarios alrededor del globo. Todavía construye casas para los pobres alrededor del mundo.

Nadie catalogó jamás a Carter de mentiroso mientras estaba en el cargo.

Pero casi nadie lo ve en la actualidad como un gran presidente.